Periodismo de largo aliento

Por qué votan a Donald Trump y otras crónicas norteamericanas seleccionadas por Alma Guillermoprieto

Quince piezas de gran actualidad

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Alma Guillermoprieto
(foto Samuel Sánchez, detalle)

por Darío Jaramillo
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El título de este libro, incluyendo el subtítulo, es La vida toda, Nueva crónica estadounidense, y se trata de quince textos recientes escogidos por la escritora mexicana Alma Guillermoprieto (1949), quien comienza adjudicándole a la crónica el carácter de antídoto contra un enfermedad de nuestro tiempo: “en este siglo ansioso hay una categoría explosiva de adictos que necesita consumir información por medio de un bombardeo constante de cápsulas informativas, correspondan estas a la verdad o no (…). Parecería ingenuo confiar en que habrá lectores que le dediquen una hora, o tres, a la lectura de un tema serio. Pero esos lectores existen por millones, porque la crónica de largo aliento es un remedio, un oasis en medio del desierto, un silencio en medio del caos. Pausamos, leemos, imaginamos lo que las palabras nos van contando, pensamos, asimilamos paisajes, personajes, ideas, tragedias, absurdos, maravillas, y al salir de ese espacio narrativo somos imperceptiblemente distintos. Es el milagro de la lectura, y sostengo que, sin ella, la civilización se desmorona. Por eso hacemos falta nosotros, los cronistas”.

Mientras la noticia premia la velocidad, la crónica, la lentitud. “Es veraz, pero también es literatura: al igual que la ficción usa recursos de contador de historias para alarmar, indignar, emocionar, cuestionar, conmover. Queremos provocar estos sentimientos y reflexiones en ustedes, los lectores, sin que se den cuenta, leyendo como si respiraran, y en ello invertimos semanas y hasta meses del más arduo trabajo”. Se pregunta cómo hacer que algún exigente lector se tope con un texto así, lea el primer párrafo, y quiera leer enseguida el segundo. “Desprevenido lector: si alguna vez te sedujo el texto de una cronista, no dudes que la autora escribió con sinceridad, y a la vez con mañas de carterista”.

Silencio. La crónica sigue viva, efervescente, tanto en inglés como en castellano. La editora buscó temas que produzcan asombro, y que se disfruten en cada párrafo.

Justifica la inclusión de un texto de Robert A. Caro, “quien lleva casi cincuenta años absorto en un solo reportaje histórico, la biografía de Lyndon B. Johnson, presidente número treinta y seis de Estados Unidos, dividido en lo que serán finalmente cinco tomos de más de quinientas páginas cada uno. Hizo un pequeño paréntesis en su labor para contar en un exquisito libro breve, Working, cómo ha sido su vida en el oficio”. Es una deliciosa cartilla. El primer consejo a los aprendices de cronistas es “nunca asumas nada”. Por ejemplo, Caro nunca dio por cierta una leyenda dorada de la juventud de Lyndon B. Johnson como buen hijo y amado por sus vecinos. Después de vivir tres años en la aldea natal del biografiado, éste apareció como “un joven muy peculiar y muy inteligente, un ser muy ambicioso, inescrupuloso y bastante despiadado, que no era bien visto y que era incluso despreciado, hasta casi temido por quienes lo conocían particularmente bien”.

Sobre la entrevista como fuente informativa de los cronistas, Caro da sabios consejos: “el silencio es el arma, el silencio y la necesidad de las personas de llenarlo, siempre y cuando esa persona no seas tú, el entrevistador. Dos de los mejores entrevistadores de la ficción, el comisario Maigret, de Georges Simenon, y George Smiley, de John le Carré, emplean pequeños recursos para evitar hablar y dejar que el silencio haga lo suyo. Maigret limpia su pipa omnipresente golpeándola ligeramente contra su escritorio y luego la raspa hasta que el testigo pierde el control y habla. Smiley se quita las gafas y las limpia con el extremo ancho de la corbata. Yo, en cambio, tengo menos clase. Cuando estoy esperando que mi entrevistado rompa el silencio para darme la información, escribo ‘CB’ (cállate la boca) en mi libreta. Si alguien alguna vez revisara mis libretas, encontraría un montón de ‘CB’”.

Luego los gatos. Una divertida y reveladora crónica debida a Gideon Lewis-Kraus (1980) sobre el papel exitosísimo de los gatos en las redes sociales. Dice Lewis-Kraus que en Internet “solo una cosa compite con el porno, y son los gatos”.

Susan Dominus (1970) es la autora de una formidable crónica, “Los mellizos revueltos de Bogotá”, sobre dos pares de mellizos que tienen 24 años, sólo que están trocados. Jorge y Carlos crecen como mellizos, lo mismo que William y Wilber. Pero ya adultos se descubre que no, que no son dos pares de mellizos sino dos pares de gemelos idénticos, Jorge y William, por un lado, y por otro Carlos y Wilber.

Hay temas reiterativos en la crónica latinoamericana —también en la gringa— y son los ídolos populares. Es el caso de la crónica de Sam Quinones (1958), un magnífico texto sobre una leyenda del corrido mexicano, Chalino Sánchez, un sinaloense que murió asesinado a los 31 años. De Emiliy Witt (1981), a su vez, hay una crónica sobre el festival Burning man. Ginger Thompson, reportera del New York Times, es la autora de la crónica que sigue, una sobrecogedora relación de una masacre ejecutada por los Zetas ocurrida en Allende, México, cerca de la frontera con Texas.

Por qué Trump. David Remnick (1958), actual editor de The New Yorker, retrata nada menos que a Leonard Cohen, el poeta canadiense, con quien Remnick se encuentra cuando se estaba muriendo: “es inimaginable encontrar a un mejor narrador de su propia vida y destino y pensamiento. Rara vez me ha tocado escuchar a alguien hablar de sí mismo con tanta elocuencia, honradez, humor y profundidad”.

George Saunders (1958) es el autor de “¿Quiénes son todos estos simpatizantes de Trump?” Tema que aborda de manera apasionante: “a los que no nos gusta Trump tenemos absolutamente claro por qué no nos gusta Trump. Lo que no tenemos claro es por qué a la gente sí le gusta Trump. El trumpista es ese hermano que acaba de llegar a casa con una novia del todo inapropiada. Inapropiada para nosotros, claro. El apoyo a Trump, a nivel nacional, está alrededor del 40 por ciento. Si alguien tiene diez hermanos, y cuatro de ellos llegan a casa con novias del todo inapropiadas, tendría que preguntarse qué pasa con la familia para que el propio juicio y el de sus hermanos sea tan divergente”. Saunders piensa que los trumpistas “están aquejados de una mentalidad agraviada, y Trump es el rey del agravio”. Entrevista a varios adeptos —¿adictos?— y encuentra un denominador común: “lo que estas historias tienen en común es lo que empecé a denominar como síndrome de ansiedad por la usurpación, esto es, el sentimiento de que algún ‘otro’ con intenciones cuestionables va a aprovecharse de ti, o te va a sobrepasar o a desplazar. En algunos casos, tal síndrome tiene un sesgo racial, y la ansiedad puede escalar hacia nostalgia racial y convertirse en racismo, aunque disfrazado por la negación”.

Elizabeth Weil (1969) traza un retrato de Aleksander Doba, un polaco que, a los 71 años, cruzó el océano Atlántico solo, montado en un kayak: “viajar en kayak por el océano es catastróficamente monótono”.    

Rachel Kaadzi Ghansah (1982), escribe sobre la monstruosidad que se ha vuelto hábito en la vida norteamericana: un loco disparando y cosechando muertos. En “Un terrorista muy americano” retrata a uno blanco que estaba sentado junto a la iglesia tomándose una botella de Smirnoff Ice, y pensó que tenía que entrar y dispararles. “Era un grupo de oración reducido, compuesto por un pastor cuya estrella iba en ascenso, un viejo ministro, ocho mujeres, un hombre joven y una niña pequeña. Pero para él representaban un problema. Estaba convencido de que, como eran negros, estaban violando ‘a nuestras mujeres y se están adueñando de nuestro país’”. Así que sacó su pistola Glock y, con calma, mientras ellos oraban con los ojos cerrados, empezó a disparar y los mató a casi todos.

Mark Bowden (1951), autor del famoso libro Black Hawk Down (1999) en el que se basó la película homónima de Ridley Scott, cuenta la historia de unos militares de Estados Unidos que están en la guerra de Afganistán, solos entre montañas, y que reciben un devastador ataque de los talibanes. Mueren varios, y los familiares de uno ellos, también con vínculos con el ejército, impulsan una investigación centrada en el exceso de riesgo que tomaron los comandantes. Entonces uno, lector, ignorante de esos temas, acaba por no entender dónde comienza el exceso de riesgo.

Vegas Tenold (1979) es el autor de un breve y desternillante texto sobre un viaje en un auto marca Lada 4x4 modelo Niva, “lo más cercano a una versión automotriz del alma rusa”. El plan era conducir hacia el sur, desde el helado Moscú hasta el clima subtropical de Sochi. Un total de mil quinientos kilómetros. La descripción merece transcribirse: “el Niva parece un cachorro tonto pero entusiasta, y es casi tan cómodo como un leve terremoto. Si se conduce a velocidad de autopista, el volante se retuerce entre las manos como si estuviera ofendido. Los cambios son tan suaves como comerse una cucharada de gravilla caliente y el acelerador podría estar hecho de queso fresco. El Niva es tan ventilado como una bolsa de papel y tan rápido como cabe esperar de un coche ruso cuyos orígenes, para todos los efectos, se remontan a la época en la que Elvis estaba vivo”. También vale la pena mencionar lo que dice de Sochi, “una fusión de Cancún con una cárcel de alta seguridad, pasando entre las llamativas mansiones de los superricos que se acomodaban al lado de las chozas del proletariado. Por todos lados había portones, cercas, alambradas de púas y policías”.

Los cronistas suelen ser despiadados. Michael Peterniti hace una crónica de cuando François Mitterrand, ya desahuciado, “se había atiborrado en un último festín orgiástico antes de morir. En su última cena comió ostras, foie gras y capón —todo en cantidades generosas—, unos sabores suculentos, tiernos y dulces que inundaron su boca seca. Y, luego, llegó el último plato, un pajarito cantor de garganta amarilla que está prohibido comer. Raro y seductor, el pájaro (...) supuestamente representaba el alma francesa. Y ese viejo, ese presidente voraz, se lo comió entero; alas, patas, hígado, corazón. Se lo tragó con huesos y todo. Lo consumió bajo una tela blanca para que Dios no pudiera ser testigo de aquel acto de barbarie”.

Así describe Peterniti al ex presidente francés: “planeó su peregrinación anual a Egipto —con su amante y la hija de ambos—, a ver las pirámides, las tumbas monumentales de los faraones, y la esfinge erosionada. Así lo llamaban sus compatriotas, la Esfinge, porque nadie sabía con certeza quién era, esteta o amante de prostitutas, católico o ateo, fascista o socialista, antisemita o humanista, querido o despreciable. Y estaba, además, su frío poder imperial”.

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Historias que no se olvidan
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El libro La vida toda, Nueva crónica estadounidense, de Alma Guillermoprieto, reúne 15 textos. Publicado por Debate en 2023, tiene 392 págs., está en ebook, y fue traducido por Margarita Valencia, José Manuel Lleras y Majel Reyes Quesada. El cronista de esta reseña, Darío Jaramillo, es autor a su vez de la Antología de la crónica latinoamericana actual (Alfaguara, 2012, 656 págs.).

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