Osvaldo Aguirre
DESDE EL FIN de la Segunda Guerra Mundial, la fuga de criminales de guerra nazis a América Latina y sobre todo a la Argentina ha sido tema de artículos de prensa, novelas y películas. La presencia comprobada o imaginada de ex jerarcas y colaboradores del régimen de Adolf Hitler puso en circulación numerosos relatos, donde los acontecimientos de la historia se asociaron con sucesos de ficción. La reciente apertura de archivos del gobierno argentino y el acceso a documentos de los servicios de inteligencia y organismos de los Estados Unidos y de países de Europa aportaron un caudal de datos y referencias tanto para despejar algunos mitos como para formular nuevas interrogantes. El procesamiento y la interpretación de ese material plantean ahora una fuerte polémica, visible en las últimas investigaciones de periodistas e historiadores.
La existencia de una organización clandestina dedicada a facilitar el escape de ex nazis ha sido una de las historias de mayor impacto en la imaginación colectiva. La fuente principal de ese relato es una ficción: la novela Odessa (1972), de Frederick Forsyth, donde se presentaba a un grupo de miembros de las SS confabulados en una logia secreta (Odessa, según sus iniciales en alemán) cuyo objetivo era rescatar a camaradas y fundar un IV Reich. La realidad histórica que subyace a la fantasía parece mucho más compleja e inquietante. En su reciente libro La auténtica Odessa, el periodista argentino Uki Goñi la define como una organización "formada por anillos concéntricos de elementos no nazis: instituciones vaticanas, servicios de inteligencia aliados y organizaciones secretas argentinas".
La investigación supone un nuevo desarrollo y la profundización de un libro anterior, Perón y los alemanes (1998). En ese trabajo Goñi ya había propuesto su tesis central, según la cual la fuga de los nazis a la Argentina resultó de un acuerdo secreto entre el presidente Juan Domingo Perón y el Vaticano, al cual contribuyeron los servicios secretos británicos y norteamericanos por razones coyunturales: el inicio de la Guerra Fría, la preocupación por la captación de científicos y técnicos alemanes por parte de la Unión Soviética. Asimismo ponía de relieve las figuras de tres personajes prácticamente desconocidos y que tuvieron una gravitación decisiva en el ingreso y la protección de criminales de guerra: Juan Carlos Goyeneche, contacto argentino con los dirigentes nazis durante la Segunda Guerra Mundial; Rodolfo Freude, jefe de la División Informaciones del gobierno de Perón; y Carlos Fuldner, ex capitán de las SS y gestor en Europa de los embarques de prófugos, "un oportunista nato con un especial talento para el fraude". En una minuciosa reconstrucción, examinaba además las redes de espionaje alemán en América Latina y los vínculos entre el servicio secreto nazi y los militares argentinos que depusieron al presidente Ramón Castillo en 1943. La auténtica Odessa recupera las líneas principales de ese análisis y las refuerza con una abrumadora referencia documental, que surge de la consulta de diferentes archivos, las entrevistas a protagonistas o allegados a los hechos y la propia historia familiar del autor, hijo y nieto de diplomáticos que se desempeñaron en la época en cuestión.
La primera edición del libro apareció en 2002 en Londres, publicado por Granta Books (The Real Odessa. How Perón Brought the Nazi War Criminals to Argentina), y provocó polémica. En particular, la prensa católica inglesa cuestionó las imputaciones de Goñi contra el Papa Pío XII, al señalar que la probada complicidad de algunos clérigos en la ayuda a los criminales de guerra no involucraba al Vaticano como institución. Un extenso epílogo de la edición en español sale al cruce de las críticas, apoyándose en materiales de la Public Record Office de Londres analizados después de la primera edición en inglés, que demuestran que Pío XII estaba "totalmente al corriente del refugio concedido a los criminales de guerra".
ACADEMICOS VS. PERIODISTAS. En 1996 el presidente Carlos Menem y el canciller Guido di Tella decidieron la creación de la Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades Nazis en la Argentina (CEANA). Las razones de la iniciativa se encontraban en el alineamiento de la Argentina con la política exterior de los Estados Unidos, donde se había gestado una empresa similar, con el impulso del subsecretario de Estado Stuart Eizenstat, y en la necesidad de mejorar una imagen deteriorada tanto por circunstancias históricas (Argentina fue el último país de América Latina en declarar la guerra a Alemania) como por episodios actuales (los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA). La Comisión se organizó con un Comité Académico integrado por Ignacio Klich (a su vez coordinador), Manuel Mora y Araujo, Ronald Newton y Robert Potash y un equipo de investigadores internacionales, donde se contaron reconocidos especialistas, como Christel Converse, Fernando Devoto, Carlota Jackish, Holder Meding y Luis Alberto Romero.
Según explicó Klich en el Informe Final de la CEANA (1999), los propósitos iniciales apuntaron a "obtener una estimación confiable del número de criminales de guerra nazis establecidos en la Argentina y determinar cuáles fueron las condiciones que lo hicieron posible" y "comprobar si parte del expolio nazi había llegado al país". La búsqueda se orientó en particular a determinar la presencia de nazis o colaboradores en el Ejército y la Fuerza Aérea, a través de la consulta de archivos de esos organismos. Así se constató que 46 miembros del partido nazi fueron contratados en la posguerra por la Dirección General de Fabricaciones Militares, mientras que la promocionada incorporación de ex pilotos de la Luftwaffe quedó descartada como producto de la leyenda. El programa de estudios se amplió enseguida con unidades de investigación dedicadas a "la tarea de evaluar el impacto que el nazismo y la afluencia de nazis y colaboracionistas habían tenido sobre la cultura, la sociedad y el gobierno del país". En ese marco se analizó la presencia de judíos, y las fuertes corrientes de antisemitismo, en el Ejército, el Poder Judicial y la diplomacia argentina.
A la vez, la CEANA se ocupó de la revisión de la literatura existente, con la perspectiva de rebatir fábulas y reconstrucciones erradas, "las cáscaras de banana y otros desperdicios", dijo Klich, "que tornan más complejo un estudio serio de los fugitivos nazis y colaboracionistas que se radicaron en la Argentina". Como ya había planteado Roland Newton en su libro El cuarto lado del triángulo: la amenaza nazi en la Argentina (1995), las dimensiones del fenómeno fueron en parte distorsionadas por los servicios secretos británicos, que encontraron un eco generoso en notas de prensa. La leyenda de Martin Bormann, el delfín de Hitler, es uno de los casos más significativos: diversas especulaciones periodísticas imaginaron su viaje a la Argentina, con un fabuloso tesoro a cuestas, aunque en realidad el criminal de guerra falleció en mayo de 1945 y jamás salió de Alemania.
Algunas refutaciones sirvieron para enfocar mejor el problema, por ejemplo respecto al ingreso de "oro nazi". Luego del análisis de libros contables, la CEANA informó que no existe evidencia de que el Banco Central de la República Argentina haya recibido ese supuesto botín. No obstante, en otra investigación, admitió el ingreso de fondos "no siempre en compañía de los individuos y entidades que, por lo general, los habían robado": es decir, como plantea Goñi con mayor claridad, que ese dinero habría sido "lavado" por empresas alemanas. Este es uno de los aspectos que aún permanece en la sombra.
En tal campaña de desmitificación se inscribió la crítica a Perón y los alemanes, que llamativamente recibió dos reseñas descalificadoras en sendas publicaciones de la CEANA. En un debate donde asoma el prejuicio de que una investigación académica es más rigurosa que una periodística, Christián Buchrucker y Fabiana Tolcachier reprocharon a Goñi hacer afirmaciones sin pruebas o equivocadas, repetir fórmulas conocidas y analizar de forma reduccionista los períodos históricos y problemas considerados, en particular el primer gobierno de Perón y su actitud ante la inmigración judía. El desacuerdo y los cuestionamientos son recíprocos, ya que Goñi integró fugazmente el organismo, del que se retiró en disidencia con sus criterios y su visión del fenómeno nazi en la Argentina. Goñi acusó a la CEANA de ser parte de las maniobras con que el gobierno menemista intentó distorsionar la historia: "No se realizó ninguna investigación sobre las redes de extorsión de judíos en Argentina", dice, "de los sobornos cobrados por los diplomáticos argentinos a cambio de visados, de las conexiones de Perón con el servicio secreto de Himmler (...) Increíblemente, ni siquiera se realizó investigación alguna sobre las reuniones celebradas mediada la guerra por Goyeneche con Himmler y Ribbentropp. Mi propia sugerencia a la comisión de que debería convocarse al antiguo jefe de la División Informaciones, Rodolfo Freude, para que testificara sobre las actividades de rescate de nazis realizadas por su oficina durante la posguerra jamás se tuvo en cuenta".
La idea de formar una comisión despertó suspicacias por su carácter oficial. Ignacio Klich se quejó de esa desconfianza y aseguró que la investigación se desarrolló sin presiones. Sin embargo, los reparos son en principio justificados, porque la CEANA surgió de un gobierno que obtuvo reconocimiento internacional como sinónimo de corrupción y de actitudes negadoras del pasado (como el indulto a los ex jefes militares del período 1976-1983 y el reconocimiento de un ex nazi como embajador de Croacia en la Argentina, por ejemplo). Por otra parte, a la luz de la última investigación de Goñi se observan limitaciones considerables: si bien los funcionarios permitieron el acceso a archivos oficiales antes vedados, a la vez parte importante de la documentación (los expedientes de Adolf Eichmann, Josef Mengele, el siniestro médico de Auschwitz, y Erich Priebke, entre otros) habría sido destruida en 1996 por el ministerio de Relaciones Exteriores argentino, precisamente el organismo que impulsa a la CEANA. "Otra importante reserva documental", afirma Goñi, "permanece secuestrada en los archivos de la policía, el Ejército y la inteligencia argentinos". El gobierno argentino no ha respondido a tales denuncias.
Uno de los aportes más importantes de la CEANA consistió en el trabajo de Matteo Sanfilippo sobre la correspondencia del obispo austríaco Alois Hudal, rector de la Iglesia Santa Maria dell’Anima, en Roma. Aunque fue expurgado, el archivo contiene abundantes elementos sobre una red de ayuda a criminales de guerra y colaboradores de los nazis, entre ellos un pedido a Perón, en agosto de 1948, de 5.000 visas para alemanes y austríacos. La Iglesia Católica argentina, en cambio, se negó a entregar documentación. Diana Quatrocchi-Woisson proporcionó otra contribución significativa, al revisar los papeles del criminal de guerra belga Pierre Daye, que escapó a la Argentina y dejó escrita una valiosa memoria, además de numerosas cartas. Daye organizó en Buenos Aires la Sociedad Argentina de Recepción de Extranjeros, grupo que centralizó la asistencia a los fugitivos con apoyo financiero del gobierno peronista y cuya sede pertenecía al arzobispado de Buenos Aires.
Asimismo la Comisión elaboró una lista de 180 fugitivos nazis que encontraron refugio, trabajo (en ocasiones como funcionarios o empleados de Perón) y, a menudo, nuevas identidades, y que emigraron a la Argentina entre 1946 y 1952. Al margen de nombres ampliamente divulgados, como los de Priebke o Eichmann, secuestrado en 1960 en Buenos Aires por un comando israelí, la nómina sirvió para destacar a otros personajes que no recibieron tanta propaganda pero que se contaban entre los peores criminales y aún resta investigar, como Radislaw Ostrowski, líder de un régimen pronazi en Bielorrusia, o Ante Pavelic, máximo responsable del genocidio de serbios, judíos y gitanos en Croacia, de donde se llevó además un tesoro de más de 200 kilos de oro y diamantes. La cuantificación es provisoria y, según Goñi, limitada, ya que La auténtica Odessa identifica a unos 300 criminales.
EXPEDIENTES X. El desconocimiento de los registros documentales para tratar cuestiones como la captación de técnicos nazis o el recorrido de algunos ex criminales fue el principal factor de los mitos que circulan al respecto. Al relevar datos del material contenido en repositorios de la Argentina y el extranjero, la CEANA contribuyó a poner en evidencia "medias verdades, cuartos de verdades y simples falsedades". Pero a la vez se planteó el riesgo de otorgar un valor absoluto al archivo. El peligro es doble: hay sospechas fundadas de que organismos oficiales expurgaron o "extraviaron" parte de sus archivos. La falta de huellas en los expedientes no constituye siempre una evidencia negativa, ya que se trata de personas que precisamente intentaron ocultarse a los registros y la misión de las rutas de escape consistió en trasladarlas de manera clandestina y preservar el secreto de su identidad. En este plano se revela la necesidad del trabajo periodístico en sentido convencional, a través de entrevistas a testigos y protagonistas, lo que aparece como un flanco débil en la investigación académica.
Por otra parte, el hecho de ser un organismo oficial no garantizó a la CEANA el acceso libre a los repositorios. Por el contrario, la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y la Iglesia Católica rehusaron entregar documentación y el Ejército y la Fuerza Aérea franquearon sólo parte de sus expedientes. Estas dificultades fueron mayores para Goñi, tanto por ser un investigador independiente como por su perspectiva de trabajo, que remite a una línea de periodismo que apunta a enfrentar al poder y denunciar sus mecanismos ocultos. "A veces me resultó más fácil acceder a los lejanos archivos de Estados Unidos y Europa que a los argentinos", dice. La historia de la investigación está narrada en el propio libro, en particular el hallazgo de polvorientos archivos en la Dirección de Migraciones, su lucha contra la burocracia y la hostilidad de los funcionarios, y una ríspida entrevista con el titular de aquella dependencia en el gobierno menemista.
En su argumentación, Goñi documenta las estrechas relaciones y las afinidades ideológicas entre el régimen nazi y el grupo de militares golpistas del que salió Perón. En ese plano destaca la figura del espía Juan Carlos Goyeneche, quien en medio de la Segunda Guerra mantuvo entrevistas con Joachim von Ribbentropp y Heinrich Himmler y con el papa Pío XII. Paralelamente, revela que a partir de 1938 rigió una directiva secreta del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino que se utilizó para restringir el acceso de inmigrantes judíos, y que dio lugar a un mercado negro para la tramitación de visas (este descubrimiento, según Goñi, precipitó su crisis con la CEANA).
El antisemitismo de Perón es objeto de discusión (se ha dicho en su favor que reconoció "en fecha relativamente temprana" al Estado de Israel) pero están fuera de dudas su repudio de los juicios de Nuremberg, el contacto íntimo con criminales de guerra y la protección que les dio. "Los fugitivos nazis despertaron mayor simpatía en el general que los diplomáticos acreditados en sus respectivos países (...) La aversión hacia los representantes oficiales de los países que habían caído bajo la dominación soviética fue aún más fuerte, y los fugitivos croatas en Argentina recibieron favores especiales de Perón", advierte Goñi. El periodista Marc Augier, condenado a muerte en Francia, se jactaba de haber enseñado a esquiar a Eva Perón, y en los años 70 Perón todavía recordaba las amables conversaciones en que Helmut Gregor (nombre falso de Mengele) le hablaba de sus experimentos genéticos con vacas.
RUTAS DE ESCAPE. Goñi califica a la historia como "la mayor fuga de los anales del crimen" y asegura que "la intención de Perón era la de rescatar al mayor número posible de nazis de los juicios por crímenes de guerra en Europa". El equipo de salvataje nació del vínculo entre Rodolfo Freude y el director de Migraciones, Santiago Peralta, personaje grotesco ("Yo soy un sabio, un doctor alemán", decía) y antisemita militante. "Sus principales agentes llegaron desde Madrid durante los años 1946 y 1947, y muchos eran, ellos mismos, criminales de guerra convictos. Algunos fueron reclutados en el servicio secreto de Freude. Otros se convirtieron en asesores confidenciales de la Dirección de Migraciones. El estamento militar argentino acogió también a una buena parte de ellos". Pierre Daye y el francoargentino Charles Lesca organizaron una de las rutas de escape más activas, que apuntó a criminales de guerra belgas y franceses. Otras redes se conformaron en el norte de Europa y posteriormente en el transitado eje Berna-Génova-Buenos Aires.
En declaraciones periodísticas, Ignacio Klich afirmó que "la responsabilidad de la entrada al país de criminales nazis fue del presidente Juan Domingo Perón". Sin embargo, la Comisión que coordina no ha establecido esa conclusión. Tampoco examinó en profundidad el rol de la Iglesia Católica argentina y el Vaticano. Sin embargo, ha negado la responsabilidad de estas instituciones: la red del obispo Hudal, sostuvo por caso, incluía a un número reducido de sacerdotes y no implicaba al Papa y, de acuerdo a Fernando Devoto, pensar en "una deliberada política centralizada de la Iglesia es exhibir un pobre conocimiento de una institución muy compleja". El Informe Final presenta una serie de trabajos esclarecedores de distintos aspectos de la cuestión, varios de los cuales relevan abundante información desconocida. Lo que faltó, acaso, es la integración de esos datos en una evaluación final, la iluminación del marco general en el que unas investigaciones parciales debían adquirir su sentido decisivo. La pregunta por las condiciones que hicieron posible el ingreso de nazis, en fin, permanece sin respuesta. Goñi se instala en ese punto.
SANTOS CRIMINALES. La fuga de ex criminales de guerra supuso una empresa de tal envergadura que excedía a los esfuerzos de Perón y los nazis que lo rodeaban en Buenos Aires: implicaba contar con sitios de alojamiento y apoyo financiero, poner en juego oscuros mecanismos para cambiar la identidad de los prófugos, conseguirles pasaportes y establecer contacto con la Argentina. "Sólo la Iglesia Católica era capaz de tejer la trama de tan colosal tarea", afirma Goñi.
La auténtica Odessa reúne numerosos documentos para respaldar esa frase: entre otros, informes de inteligencia y declaraciones de ex criminales que describen a Hudal como jefe de "una organización internacional cuyo propósito es arreglar la emigración de europeos anticomunistas, declaraciones del propio obispo sobre su trabajo benéfico" y testimonios respecto a que ya en 1947 se sospechaba sobre un pacto entre el Vaticano y la Argentina. Un artífice visible de la red fue el sacerdote Krunoslav Draganovic, quien "se convirtió en el traficante de nazis de mayor éxito del Vaticano después de la guerra". Su acción se orientó a salvar a miembros de la Ustasa, el régimen fundamentalista cristiano que gobernó Croacia durante la guerra y al que se adjudicó el asesinato de 700 mil personas.
Goñi demuestra que los peores criminales de guerra fueron auxiliados por la Iglesia y la Cruz Roja (cuya obra de asistencia no era indiferente: importaba la ideología anticomunista del candidato). Draganovic se encargó personalmente, de salvar a Ante Pavelic, el líder de la Ustasa, y a Klaus Barbie, "el carnicero de Lyon", refugiado en Bolivia. Erich Priebke, buscado por la masacre de las Fosas Ardeatinas (asesinato de 335 personas en marzo de 1944, en Italia), huyó a la Argentina con un documento de identidad falso, provisto por la Comisión Pontificia para la Asistencia, organismo del Vaticano, y un pasaporte de la Cruz Roja. Adolf Eichmann, principal responsable de la ejecución del genocidio en los campos de concentración, recibió a su vez el socorro del padre Edoard Dömöter y la Cruz Roja y la comprensión del cardenal argentino Antonio Caggiano ("Nuestra obligación es perdonar lo que hizo", sostuvo), quien por otra parte abogó por la protección a ex criminales. Adicionalmente, para contestar a las críticas de la prensa católica, Goñi saca a la luz las intercesiones secretas de Pío XII por los prófugos croatas y sus intervenciones en procura de la conmutación de sentencias de muerte de criminales de guerra nazis.
Pero la impunidad de que gozaron numerosos ex criminales y colaboradores no sólo fue posible por las organizaciones que los apoyaron. También incidieron la falta de interés de los gobiernos europeos en profundizar los juicios, el olvido y la negligencia de los propios representantes de las víctimas y la indiferencia de parte de la sociedad argentina. Hasta la recuperación de la democracia en 1983, con contadas excepciones, los sucesivos gobiernos argentinos mantuvieron una política tácita de rechazar los pedidos de extradición. La opinión establecida atribuye la captura de Eichmann a una audaz tarea de inteligencia del Mossad, pero Goñi demuestra que el servicio secreto israelí dilató y puso en peligro esa misión y que la captura fue sobre todo posible por el empecinamiento de Lothar Hermann, ex detenido en el campo de concentración de Dachau, quien descubrió que el genocida vivía en Buenos Aires. Por su parte, Erich Priebke era un personaje visible en Bariloche: utilizaba su nombre real, dirigía la Asociación Cultural Germano-Argentina y la Escuela Alemana de esa ciudad y hasta la denuncia de unos periodistas estadounidenses, en 1994, pudo vivir sin mayores inconvenientes. Gerhard Bohne terminó extraditado a Alemania, pero no recibió ninguna condena. Y un ex colaborador de Eichmann fue designado embajador de Alemania en Argentina en 1964.
Al margen de las controversias y los distintas interpretaciones, los investigadores coinciden en señalar que la fuga de los nazis mantiene abiertos numerosos interrogantes. Aún se ignora, por ejemplo, la cantidad exacta de criminales de guerra que encontraron refugio en la Argentina y resta determinar la responsabilidad de muchos de los que han sido identificados, y de quienes los ayudaron. Se trata de revisar un pasado con posibilidades ciertas de repercutir en el presente y cambiar el relato de la historia: Luis Irigoyen fue nombrado entre los diplomáticos argentinos que tuvieron una actuación digna ante el Tercer Reich, pero el ensayo de Goñi reveló que en 1943, como secretario de la embajada argentina en Alemania, se opuso a la repatriación de cien judíos argentinos, que terminaron confinados en el campo de concentración de Bergen-Belsen. l
Referencias:
AA. VV.: "Inmigrantes, refugiados y criminales de guerra en la Argentina de la segunda posguerra", en Estudios migratorios latinoamericanos, año 19, número 43, Buenos Aires, diciembre de 1999.
—"Los nazis en la Argentina: política y economía", en Ciclos en la historia, la economía y la sociedad, número 19, Buenos Aires, 2000.
CEANA: Informe final, Buenos Aires, Ministerio de Relaciones Exteriores, 1999.
Uki Goñi, La auténtica Odessa. La fuga nazi a la Argentina de Perón, Paidós, Buenos Aires, 2002.
Eugenia Langone: "Perón fue el responsable del ingreso a la Argentina de criminales nazis", reportaje a Ignacio Klich, diario La Capital, Rosario, 24 de noviembre de 2002.
Secretos bien guardados
ALGUNOS DE LOS criminales de guerra y colaboradores prominentes que encontraron refugio en la Argentina:
- Gerhard Bohne. Buscado por colaborar en el proyecto de eutanasia, por el cual se asesinó a dementes y personas con deficiencias físicas. Ingresó a la Argentina con un pasaporte de la Cruz Roja el 29 de enero de 1949. En 1966 fue extraditado a la República Federal de Alemania.
- Pierre Daye. Condenado a muerte por el Consejo de Guerra de Bruselas por colaboración con el enemigo. Pese a que Bélgica presentó un pedido de extradición, vivió en Buenos Aires sin ser molestado desde 1947 hasta su muerte, en 1960. Participó activamente en el rescate de nazis y mantuvo al respecto dos reuniones con Perón en diciembre de 1947.
- Julio Emilio Dewoitine. Condenado por la justicia de Francia por "inteligencia con el enemigo y atentado a la seguridad del Estado". En mayo de 1946 se radicó en Argentina. Trabajó para el gobierno peronista en la construcción del primer avión argentino a reacción.
- Jan Durcansky. Líder eslovaco, acusado de haber preparado y cometido homicidios en masa de checos y aliados a partir de noviembre de 1944. Llegó a Buenos Aires en 1947 y obtuvo empleo en la Dirección de Migraciones.
- Adolf Eichmann. Responsable de implementar la solución final. Llegó a Buenos Aires el 14 de julio de 1950. En mayo de 1960 fue secuestrado por un comando israelí y juzgado en Israel, donde se lo condenó a muerte.
- Bernhard Heilig. Jerarca del Partido Nacionalsocialista, dio órdenes de ejecución por derrotismo y traición a la patria. Condenado a muerte en Alemania, se refugió en la Argentina en 1951. Obtuvo empleo junto a Eichmann en una empresa de Carlos Fuldner, en Tucumán.
- Walter Kutschmann. Ex oficial de las SS, miembro de la Gestapo y responsable de la masacre de judíos en dos localidades de Europa Oriental. Se hizo pasar por el sacerdote Pedro Olmo.
- Charles Lesca (o Lescat). Publicista y redactor de prensa xenófoba, llegó a la Argentina en 1946 y falleció dos años después.
- Jacques de Mahieu. Llegó a Buenos Aires en 1946 y se radicó en San Luis. Fue profesor en la Universidad de Cuyo y consejero de militares y sindicalistas, en especial durante la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966-1970).
- Josef Mengele. Teniente Coronel de las SS y médico del campo de concentración de Auschwitz, era buscado por criminales experimentos con prisioneros. En junio de 1949 se estableció en Buenos Aires. En 1960 se trasladó a Paraguay y más tarde a Brasil. Murió ahogado mientras nadaba en una playa vecina a San Pablo, en 1979.
- Ante Pavelic. Ingresó a la Argentina, con nombre falso y desde Brasil, el 6 de noviembre de 1948.
- Friedrich Joseph Rauch. Oficial de alto rango de las SS y colaborador cercano de Hitler. Ingresó a la Argentina el 16 de febrero de 1948.
- Bilanovic Vjubomir Sakic. Ex comandante del campo de concentración de Jasenovac, en Croacia. Arribó a la Argentina en diciembre de 1947, con identificación de la Cruz Roja y permiso de desembarco de la Delegación Argentina de Inmigración. En 1998 fue detenido y extraditado a Croacia, donde se lo condenó a veinte años de cárcel.
- Erich Priebke. Acusado por el homicidio de 335 personas en Italia, la masacre de las Fosas Ardeatinas. Llegó a Buenos Aires en noviembre de 1948. Extraditado en 1995 y condenado a cadena perpetua, a cumplir bajo arresto domiciliario.