por María de los Ángeles González
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El 27 de abril se celebró el Día de Uruguay en la 49ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, con la presentación de la edición conmemorativa de la novela La vida breve de Juan Carlos Onetti (1909–1994). La convocatoria “Cartografías de ficción”, a cargo del Ministerio de Educación y Cultura, reunió a los narradores Diego Recoba y Eugenia Ladra presentando sus mapas ficcionales, en diálogo con las ilustraciones de los artistas Jorge Mato (ca_teter) y María Algorta (Maco).
Con La vida breve Onetti funda, en 1950, la mítica ciudad de Santa María.
Décadas sanmarianas. La creación de una ciudad literaria tiene el antecedente de William Faulkner, quien menciona por primera vez el Condado de Yoknapatawpha en Sartoris (1929). Después de La vida breve (1950), y en parte debido a su impacto, la idea tendrá múltiples derivaciones en las letras hispánicas.
La ciudad que Onetti inventa e instala será epicentro de la mayoría de sus relatos hasta el final de su vida, aunque hay rastros de su prehistoria en Tiempo de abrazar (1943). Cuatro décadas sanmarianas se despliegan en discontinuas cronologías, con los cambios que a los protagonistas caben en el tiempo, y con el crecimiento y transformación de los personajes secundarios.
Santa María es una ficción, pero tiene marcas reconocibles de ciudades reales, rasgos, bares y calles de Montevideo, Colonia Suiza o Nueva Helvecia, así como de la Rosario argentina. Nace de la imaginación de Juan María Brausen en una pensión de San Telmo, lo que da lugar a un guiño fundacional a “Santa María de los Buenos Aires” que contiene el nombre originario y el de la ciudad nueva. Tantas coincidencias siguen produciendo confusiones problemáticas entre autor, obra y personajes, así como especulaciones a partir de lo que “parece real”.
Las invenciones de Onetti guían imperceptiblemente la inclinación del lector a identificar mundo y libro. Por ejemplo, en La vida breve se menciona a un compañero de oficina de Brausen que “se llamaba Onetti, no sonreía, usaba anteojos, (…) me saludaba con monosílabos a los que infundía una imprecisa vibración de cariño, una burla impersonal”.
En este hueco del relato se cuela la figura del autor, dotada de rasgos que pretenden fijarlo como personaje. Así se construye a Onetti como creación de Onetti, que quiere mostrarse calmo, lánguido, seductor y seguro de sí, coincidente con la presentación pública y la pose corroborada en los gestos de las fotografías, en las entrevistas, en la voz y el estilo de los artículos periodísticos y otros textos de no ficción que llevan su firma.
Es un desafío evitar leer la obra como trasunto de la vida del autor, considerando el juego que establece la mediación ficcional. Una novela es nada más y nada menos que un mundo posible, y los datos biográficos atribuidos a un tal Onetti (en La vida breve), a un tal Juan, o a un tal John Carr (en Cuando ya no importe, 1993), o a cualquier otro personaje autorial en distintos textos, no tienen un estatuto real extraliterario, por más que estén ligados, en buena medida, a las experiencias, época, geografías y ambiente culturales en que fueron concebidos. Parece saludable no adjudicar al autor real las opiniones, valoraciones o modos de vida de sus narradores o personajes.
Hombres y mujeres. El lugar común señala a Onetti como misógino y machista. Sin embargo, las acusaciones suelen basarse en opiniones de sus narradores —siempre personajes y muchas veces protagonistas de las historias—, quienes con frecuencia consideran a las mujeres como categoría genérica. Esto no significa que funcionen binarismos excluyentes en sus relatos, que, por el contrario, otorgan un gran margen a las sexualidades diversas: homosexualidad, travestismo, bisexualidad.
Si bien hay escenas de sometimiento y violencia contra las mujeres, esto no redunda en una masculinidad triunfante. Por el contrario, los varones onettianos son acomplejados, inseguros y torturados, son rogadores y dependientes de alguna o varias figuras femeninas de las que los distancia la incomunicación, la idealización o la extrañeza. De hecho, la veneración —que nace de Venus— puede generar una estupefacción y un terror que deviene en aversión.
Se dice mal de las mujeres o se las degrada en las charlas entre hombres o en las luchas internas de sus personajes con los imaginarios y discursos sociales, porque la sexualidad masculina se mide en el rendimiento, el éxito o fracaso, en la comparación de suertes y edades, cantidades de amoríos, de relatos, de palabras.
El inicio de La vida breve contrapone dos figuras masculinas en buena medida rivales: Stein, el típico machista, con un perfil social o una pose de “depredador” sexual, y Brausen, tímido hombre de una sola mujer, deprimido y tan simbólicamente castrado como su esposa Gertrudis, que ha sufrido una ablación de mama. La falta de deseo, la crisis laboral, la improductividad (de dinero y de ideas creativas) configuran su masculinidad alicaída, remordida incluso por celos imaginarios. Brausen no puede sostener el ánimo ni la vida propia, por lo que se inventa un alter ego que cobra seguridad sexual y se afianza en la vida rufianesca, viviendo de explotar a una prostituta de baja condición.
Incluso Stein, antiguo amante de Gertrudis, confiesa, luego de unas copas demás, que prefiere enfrentar el desafío sexual con prostitutas: “Es más fácil cuando pago dinero en lugar de las cuotas de humillación. No hago más que mirarlas, pero las miro”.
Por otra parte, las mujeres amadas o deseadas están sobredimensionadas. Son experimentadas, decididas y seguras de sí: llevan el mando. Un caso es el de Mami o Miriam, la cincuentona ex prostituta que convive con Stein y lo sostiene (nombre y sobrenombre respaldan la idea de protección materna y mariana).
Cuando Brausen/ Arce logra imaginar otro mundo, se transforma en personaje de ficción y se instala en Santa María como doctor Díaz Grey, quien repite algunos patrones de tipo y conducta: de cuerpo pequeño y escaso pelo, es irresoluto e infeliz, resignado y escéptico. Elena Sala, como Gertrudis, se perciben de cuerpo grande y sólido, más altas y fuertes que el hombre que las admira. En este mundo de escasas realizaciones, la mujer ideal es escurridiza, venerada, lejana, intimidante.
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LA VIDA BREVE, de Juan Carlos Onetti. RAE/ASALE, 2024. Madrid, 560 págs. Edición de Wilfredo Penco.
Onetti por Ombú: una galería