por Nicolás Alberte
.
A todos nos pasa: ante aquello que de verdad nos interpela, produciendo un quiebre en el que algo resplandece, incomoda, seduce, asusta, evoca, sentimos la necesidad de fijar, dejar constancia para que no se escape, tomar nota: ¿qué es? ¿De dónde viene? ¿A qué corresponde? Para eso están las palabras, intuimos. Sin embargo, cuando el movimiento es profundo, el lenguaje, esa forma de configurar para comunicar (aunque sólo sea a nosotros mismos), se vuelve un código demasiado general e insuficiente por impreciso. Incluso si, en el mejor de los casos, tenemos la pericia, las lecturas, la experiencia y la paciencia para emprender esa tarea: “las palabras no entienden lo que pasa” (Salvador Puig dixit). “Hablaba de una cosa pero sabía que había otra, más grande que no tenía nombre”, escribe Roberto Appratto en su nuevo libro Apuntes. De hecho, buena parte de la obra de este autor, en poesía, ensayo, narrativa, se sitúa en ese espacio exploratorio, pero en ninguno de sus libros anteriores aparece con tanta insistencia el proceso de la escritura y la consciencia del fracaso como proyecto.
El libro tiene dos partes: “Apuntes” y “Apuntes de clase”. La primera se relaciona más con las vicisitudes del escritor y la segunda con su labor como docente (secundaria, IPA, talleres), o como crítico (cine, literatura) y, por tanto, hay una mayor recurrencia, en ésta última, a las citas (libros, películas). Al final, las dos trabajan un mismo asunto: “Eso que vi, leí o recordé generó un zumbido interior sin palabras”. Y, en ambos casos, la actitud de Appratto es la del discípulo, la de quien tiene la humildad para extraer, de maestros y alumnos por igual, aquello que hay de enseñanza: “lo que uno cree que es bueno o muy bueno o maravilloso está para aprender... está para que uno escriba, para que uno cambie su manera de leer y de entender lo que lee y de volver a mirar lo que tiene delante.” Con esa actitud reverencial Appratto se aventura al proyecto de revolver la subjetividad para que aflore el secreto del arte: “...el uso del lenguaje para decir, como se pueda, algo que me proyecte más allá de los árboles del bosque, donde, precisamente, no hay nada dicho.”
El texto es comunión. Ante la imposibilidad de comunicar hay dos caminos para la escritura: dejarse llevar por el fulgor de sentencias que llegan como fogonazos y echan luz (dependiendo más del receptor que del productor) sobre las cosas que en realidad no se ven, o testificar (textificar), diseccionar el instante del mensaje trunco, del código insuficiente, hasta volverlo significativo por el lado del trabajo, la faena que uno ejerce sobre sí mismo, en la escritura y en la lectura. “Veo signos diseminados, distintos grados de balbuceo y torpeza y, por detrás, si tengo la paciencia suficiente... veo un patrón del fracaso.” Ante ese fracaso, el texto es más comunión que comunicación y el proceso se vuelve resultado: un estado de gracia en el que uno puede, a través de la escritura, a través de la lectura en un sentido amplio, acceder a rincones de su subjetividad a los que no hay otra manera de llegar. Esos lugares, que aparecen, como epifanías, detrás de la escena de una película, de la trama de una novela, del gesto de un personaje, de los movimientos de un poema, del tono del ejercicio de un alumno, no se pueden constreñir con el lenguaje pues, ni bien se alcanzan a nombrar, pierden entidad: “Se consigue por un instante, pero se desvanece.”
Es en la insistencia que se establece el objetivo, el Telos “...sale de un impulso implacable; ser implacable consiste, pese al error, en seguir, no ceder a la tentación de abandonar el proyecto...”. Así, revolviendo documentos, apuntes, recuerdos, va hacia el pasado pero su escritura (y nuestra lectura) se instalan en el presente más radical, es lo que está siendo en el momento en que ocurre, como si nada más importara, porque la clave, justamente, es el proceso: “Ahí había un secreto del arte cuyo impacto me siguió cuando ya había salido del cine, y esa era una razón suficiente para seguir.” Arte con mayúscula pero también, y más que nada, arte del artesano, de quien trabaja su materia, en este caso las palabras, seguro de que en su empeño hay un contenido que lo vuelve relevante para otro ser humano, ese es el secreto.
Ley de escritura. Cuando leemos, cuando escribimos, cuando evocamos o reflexionamos, hay valores, gustos, medidas, alturas, intensidades, rankings, que intuimos sin siquiera empezar a pensar en sistematizarlos; están ahí, son parte de una recepción, nuestra y solo nuestra, que tiene que ver con una cantidad de preconceptos y pesos, afinidades, derivas, sensaciones o imantaciones. Appratto se toma el trabajo de explorar los suyos, de sopesarlos y ver qué sale de ahí como si existiese la posibilidad de crear un método o una ley. “Todo lo que se escribe está jugado a durar, a convertir la extrema subjetividad en una ley de escritura”. No ignora, sin embargo, que eso no se puede extrapolar y generalizar con la certeza con que se fijan las reglas: la única ley es que no hay ley. Entonces, el ejercicio se transforma en una propedéutica en la cual la normativa depende siempre de cada lector. Por eso mismo, es una propedéutica que no aspira a la perfección de lo ejemplar, como ocurre muchas veces con la elaboración de un método o el habla de un profesor, sino que se instala en la humildad del ejercicio: “una de las cosas que me gustan de este proyecto es la imperfección, las virtudes de lo inacabado, de lo que no se sabe cómo llegó hasta ahí, de lo que no tendría que terminar en ninguna parte...”.
En un futuro que parece signado por la perfección del algoritmo, en el que la verdad deja de ser búsqueda para convertirse en eficiencia, la porfía de Appratto, y los lectores que lo acompañen en el proceso, es resistencia, “dilapidando” el tiempo para remover con terquedad, a contracorriente, aquello que nos configura. Fijar una posición en esa zona difusa, el ser-ahí de Heidegger (“el lenguaje es la casa del ser”), es lo que nos diferencia (por ahora) de la inteligencia artificial, lo que nos convierte en humanos. Seguir a Appratto en este ejercicio es ejercernos en nuestra imperfecta humanidad de lectores. En definitiva: “Uno lee, después escribe. Lee y entra en un movimiento continuo, una fascinación particular, un salto en la comprensión del mundo y de uno.” No otro es el secreto del arte.
.
APUNTES, de Roberto Appratto. Criatura Editora, 2024. Montevideo, 157 págs.