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Fernando Amado, los derechos LGTB y sus paradojas

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Marcha de la Diversidad

Una historia de conquista de derechos

Es un libro que cuenta el acuerdo político por los derechos del colectivo LGTB, bien salpimentado de historias, casos curiosos (los tapados), y otras cuestiones que se convierten en paradojas.

Elegimos lo que nos gusta, y descartamos lo que no. Discriminar es uno de los actos básicos de reafirmación de la identidad, uno que se practica en la intimidad. Al mismo tiempo, no discriminar a otros por su condición racial, sexual o religiosa es hoy la conducta pública dominante, al menos en ciertos ámbitos. La tensión entre el acto íntimo y el gesto público, entonces, plantea un dilema muy actual.

Es desde esa contradicción, que parece pensamiento paradójico, que hay que leer el libro de Fernando Amado La máscara de la diversidad, De la clandestinidad a la sobreexposición, publicado en diciembre de 2019, porque establece el relato del acuerdo en la comunidad para proteger los derechos de los integrantes del colectivo LGTB. Un acuerdo para el ámbito público, ciudadano, que debe convivir con la intolerancia del prejuicio, cuando no con el chiste grueso, despectivo, hiriente. Ocurre hoy en el ambiente del fútbol, o en los grupos de Whatsapp de viejos amigos. Allí los chistes de “putos” o de “travas” están a la orden del día, y se festejan sonoramente.

Espías e intrigas

Amado repasa las diversas instancias de los últimos 15 años que le dieron a los homosexuales, lesbianas, transexuales y bisexuales, además de otras minorías asociadas a la sigla LGTB, derechos plasmados en ley, a la vez que protección legal frente a abusos y otras violencias. Por ejemplo, con la reforma del código de la niñez y la adolescencia las parejas del mismo sexo en Uruguay pueden adoptar, y en 2013 el parlamento uruguayo aprobó el matrimonio igualitario. Los primeros casados fueron Sergio Miranda y Rodrigo Borda el 22 de agosto de 2013. La sociedad uruguaya, mucho más provinciana de lo que está dispuesta a aceptar, vio con ojos de sorpresa, disgusto o alegría esas movidas. Como la cada vez más popular y concurrida Marcha de la Diversidad, que empezó siendo en junio pero como hacía frío, predominaba el espíritu festivo, y se sumaba cada vez más gente, incluso heterosexuales, se pasó para setiembre. El mes de la primavera parecía ser el más adecuado para el colorido de esa marcha, que ya era fiesta. Año a año la sociedad la aceptaba más, y sin violencias aparentes, aunque para muchos, como en el resto del mundo, sigue siendo difícil. En Israel en 2015 un ultraortodoxo atacó con un cuchillo y asesinó a una adolescente que participaba de la marcha Gay Pride de Jerusalén.

Lo más llamativo del libro es el abordaje de los “tapados”, los que no han salido del “closet”, tema que parece ocupar al colectivo de manera bastante obsesiva (el closet o armario como metáfora merecería otro amplio abordaje, no solo literario sino también lingüístico y semiótico). Para ciertos gays activos, que han hecho pública su condición, un “tapado” es un ser molesto, cuando no despreciable. Es el que mantiene una vida familiar “respetable”, heterosexual, pero que en las sombras expresa su ser homosexual.

El lector descubrirá, con sorpresa, que esos “tapados” tuvieron un protagonismo inusual en la aprobación de la ley de matrimonio igualitario (2012-2013). Amado habla de un “plan frío y sistemático de lobby político y parlamentario” para conseguir que ciertos legisladores votaran. “Fue una batalla no exenta de espías ni de intrigas, sustentadas en la consecución de su objetivo a como diera lugar, con límites borrosos”. Según el libro, rastrillaron todo el parlamento palmo a palmo en un auténtico trabajo de inteligencia, explorando afinidades, amistades, contradicciones, lo que sirviera para conseguir el voto. Por ejemplo, se le encomendó a un par de chicos gay que debían sentarse en las barras y mirar fijo a un diputado con el que habían tenido una relación sentimental, y que no quería votarla. Era un “tapado”, pues tenía familia heterosexual e hijos. Días antes ya lo había visitado en su despacho otro activista, uno de su misma localidad —era un legislador del interior— recordándole la aventura sexual que habían tenido “allá en el pueblo”, y rogándole que votara la ley. Pero no fue el único caso, también aplicaron la táctica con un senador “muy conocido” por su condición de “tapado”.

No se dan nombres; o sea, son historias que no se pueden corroborar.

Testimonios

El libro tiene otros puntos de interés. Hay mucho humor en los relatos de las estrategias de los legisladores heterosexuales que no querían votar la ley por miedo a perder votantes, zafando con excusas inverosímiles (“perdí el teléfono” o “quedé encerrado en casa sin llave y sin poder salir”). También importan los testimonios de los “famosos” cuya condición gay es pública. Algunos son bastante previsibles, pues no logran descolgarse de sus personajes, y otros sorprenden, como es el caso de Patricia Wolf, que en medio de esta sobreexposición y reafirmación de lo gay señala respecto a su pareja, Agustina, que “yo me enamoré de una persona, no de una mujer; o sea, antes de pensar en ella como mujer, pienso en ella como persona”. El ser humano ante todo, y nunca desprovisto de su esencia, eso que nos hace a todos y a cada uno diferentes.
Otro tema importante es el de los cruces transversales a lo político partidario, es decir, que existieron resistencias y apoyos más allá de los colores políticos. El activista por la diversidad Fernando Frontán destaca en el libro a cinco legisladores que considera “claves” en este proceso de conquista de derechos:_Washington Abdala, Margarita Percovich, Daisy Tourné, Felipe Michelini y Beatriz Argimón. Es decir, de todos los colores.

También aborda la discriminación hacia adentro del colectivo, aunque deja gusto a poco. Si los gays poseen el lobby dominante, y les siguen en influencia las lesbianas, los trans son los grandes relegados por los propios gays, lo que se suma a la discriminación que ya sufren de toda la sociedad, reflejada en las enormes dificultades de inserción laboral —solo acceden a los peores trabajos— o sufriendo abusos de todo tipo. El escape, la liberación a este oprobio, muchas veces es la prostitución.

Amado es un político con muchos libros no políticos en su haber. El mejor es el que le dedicó a Óscar Magurno. El libro La máscara de la diversidad, a pesar de su didactismo y amenidad, deja dudas. Por ejemplo, por el predominio del tono políticamente correcto, que cansa; falta espíritu crítico ante tanto discurso militante, estructurado. A su vez, la ausencia de nombres en muchos casos aludidos debilita todo el relato, más allá de las razones —válidas— que el autor esgrime para no exponer al otro, revelando su esencia. Otra paradoja, y van. Quizá en diez, veinte años, se pueda escribir un libro más libre.

LA MÁSCARA DE LA DIVERSIDAD, de Fernando Amado. Sudamericana, 2019. Montevideo, 278 págs.

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