Teoría y política

El teórico comunista que odiaba al comunismo autoritario: una reedición de Antonio Gramsci

Un libro que ayuda a pensar la real influencia del pensamiento gramsciano en el proceso político uruguayo

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Antonio Gramsci

por Juan de Marsilio
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En Uruguay, para explicar el avance de la izquierda durante las últimas cuatro décadas, ha sonado el nombre de Antonio Gramsci (1891–1937), y en especial su concepto de hegemonía. La llegada a nuestras librerías de Pasado y presente, tomado de sus Cuadernos de la cárcel, permite pensar cuánto y cómo pudiera haber influido Gramsci en el proceso político uruguayo.

Nacido en Cerdeña, Antonio fue el cuarto de siete hermanos. Su padre era un funcionario de bajo rango que fue preso por delitos menores. La familia pasó miseria. A los tres años se lesionó la columna, lo que dificultó su crecimiento: no pasó el metro y medio (su autopsia reveló una tuberculosis osteoarticular). Sus notas en primaria fueron brillantes; secundaria, bachillerato y la Universidad los cursó con becas, privaciones y esfuerzo. Su carácter era una mezcla de curiosidad intelectual y voluntad férrea.

Gramsci nació en una época donde la unificación de Italia tenía ya dos décadas. Persistían, no obstante, las diferencias entre zonas más prósperas e industrializadas y otras pobres y atrasadas, como el sur de la península, Sicilia y Cerdeña. La lengua italiana competía contra los dialectos, y el analfabetismo rural era altísimo (la educación es tema importantísimo en los Cuadernos de la cárcel). La política era mezquina, con pocos estadistas de talla (a los que Gramsci reconoció, aunque no fuesen de izquierda). Entró al Partido Socialista Italiano poco antes de la I Guerra Mundial, escribió en distintos órganos partidarios —destaca L’Ordine Nuovo, que fundó en 1919— y siguiendo lo resuelto por la Segunda Internacional, se opuso a la guerra. El que la mayoría de los partidos socialistas europeos desacatara lo resuelto y el impacto de la Revolución Bolchevique lo llevaron a ser uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano. Creyó en la URSS, con razones extra para amarla, pues allí vivían su esposa, la violinista soviética Julia Schucht, y sus hijos, Delio y Giuliano. No obstante, en carta al Comité Central del Partido Comunista de la URSS, remitida a Palmiro Togliatti —futuro secretario general del PCI, de orientación estalinista— criticó, por inmoral y contrarrevolucionaria la persecución ideológica (la carta no fue entregada). Gramsci llegó a diputado y secretario general de su partido con el fascismo ya en el poder. Fue detenido el 8 de noviembre de 1926, pese a su inmunidad parlamentaria. La prisión destruyó su frágil salud, y murió en una clínica romana por una hemorragia cerebral el 27 de abril de 1937, tras escribir en la cárcel una obra fragmentaria y compleja, que propone una vía no autoritaria al socialismo.

Los cuadernos. Son treinta y tres libretas en las que Gramsci reflexiona sobre política, economía, filosofía, historia, arte, literatura y lingüística. Se leen mejor en antologías bien anotadas que en su edición íntegra y cronológica, pues muchos de estos apuntes son borradores sobre temas a estudiar en el futuro. En la fórmula “pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”, Gramsci tuvo alguna esperanza de dejar la cárcel, sin engañarse: “La prisión es una lima tan sutil que destruye completamente el pensamiento, o también hace como aquel maestro artesano, al que se le había consignado un lindo pedazo de madera de olivo estacionado para hacer una estatua de san Pedro, y corta aquí, corta allá, corrige, esboza, termina por obtener un mango de lezna”.

El concepto clave del pensamiento político gramsciano es el de hegemonía. Parte del teórico militar Carl von Clausewitz (1780–1831), que sostuvo que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Lenin dio vuelta la sentencia: “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Como buen marxista, Gramsci creía que hay clases sociales diferentes a las que sus intereses, muchas veces encontrados, ponen en conflicto. Su originalidad fue darse cuenta de que ese conflicto no surge de una guerra de movimientos, sino de una lenta guerra de posiciones, en la que tanto las clases dirigentes como las subalternas hacen pequeños avances y traban alianzas con otros sectores, tarea en la que vale más el consenso que la fuerza. A esto se refieren algunos actores políticos uruguayos al criticar la izquierdización del carnaval montevideano. Al hacer esta crítica, olvidan que toda corriente de opinión se va a expresar, de distintas formas, para tratar de convencer.

Luego está la cuestión de dirigir o dominar. Cuando una clase, representada, aunque no de modo mecánico, por un partido o conjunto de partidos, dirige más por consenso que por fuerza, su modo de regir la sociedad debe darle a las clases subordinadas algún tipo de beneficio o garantía de estabilidad. Cuando sólo le queda recurrir a la fuerza, ya no dirige y sólo domina. Gramsci odió la dominación: prueba de ello es que, además de oponerse al fascismo, rechazó el autoritarismo estalinista.

Historia. Para Gramsci el estudio de la historia tiene una importancia política fundamental. Pero sin mecanicismo. La historia debe estudiarse con apertura a la sorpresa, al detalle coyuntural que se escapa de lo ocurrido antes y a los desafíos prácticos que supone. Para él, al dirigente y estadista no le basta con ser un ideólogo: debe ser un competente técnico, planificador y administrador, para no arriesgarse al fracaso por impericia.

No se puede saber cómo hubiera gobernado Gramsci. Pero al leerlo impresionan su rigor, el análisis de las estadísticas, o su valoración del argumento ajeno cuando le parece correcto. Su interés por la educación popular está vinculado a prever las falacias en el discurso político, y el modo en que enredan al trabajador de ciudad, educado a medias, mientras que el buen sentido cotidiano del campesino menos culto les descubre la trampa.

Este libro tiene sólo dos malas decisiones, pero cruciales. La primera, dar íntegras dos secciones temáticas de los Cuadernos de la cárcel que hubieran ganado al presentarlas en antología. La segunda, las escasas notas, que obligan al lector a investigar las constantes alusiones a la historia y literatura italianas. No obstante, aunque difícil y de a ratos tediosa, la lectura de Pasado y presente es de provecho.

PASADO Y PRESENTE (Cuadernos de la cárcel), de Antonio Gramsci. Prefacio de José Luis Villacañas Berlanga. Gedisa, 2022. Barcelona, 282 págs. Trad. Manlio Macri.

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