por Luis Fernando Iglesias
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Los Olimareños ya traían una carrera consolidada con su estilo inconfundible, y el álbum Todos detrás de Momo fue una apuesta arriesgada por la temática y el formato. No fue el más famoso, ni el de mayor venta, y se fue transformando en un álbum de culto. Su valor se resume en una de las estrofas de “Retirada”, que cierra el disco: “suena antigua una música perfecta y en el cielo temblorosas lloran de amor las estrellas”.
Gustavo Espinosa, a su vez, es uno de los más relevantes escritores uruguayos. Comenzó a publicar a comienzo de los dos mil y entre sus obras destacadas se encuentran novelas como Carlota podrida (2009) y Las arañas de Marte (2011, con la que obtuvo el Premio Bartolomé Hidalgo), obras publicadas no solo en Uruguay sino fuera de fronteras.
Nacido en Treinta y Tres en el inicio de la década del sesenta, Espinosa es profesor de literatura, crítico cultural y músico. Se había comprometido con el director de la Colección Discos de Estuario, su amigo Gustavo Verdesio, a escribir un libro para la serie. Como es costumbre, el autor tiene la potestad de elegir el disco sobre el que va a escribir y la forma en que lo va a abordar. Parecía que alguien nacido en Treinta y Tres, cuya adolescencia se vio impactada por Los Olimareños, hijos pródigos del departamento, era la persona indicada para escribir sobre alguno de los trabajos del dúo folclórico. Sin embargo, luego de barajar posibilidades, Espinosa había optado por otro disco. Blusero empedernido, gran admirador del rock argentino y uruguayo de los setenta, su primera elección fue el álbum Días de Blues del grupo homónimo, de 1973, pero “apareció Fernando Peláez con su incontrastable erudición (...) como dijo el Flaco Barral sabe más que ellos sobre el disco (...) entonces de alguna manera decidí volver cansado a la casita de mis viejos con mucho gusto, y hacer un libro sobre un disco de Los Olimareños”.
La mujer confiesa. Optó por Todos detrás de Momo, álbum original de 1971 que en 2018 el sello Ayuí reeditó en CD. Es, también al decir del autor, un álbum desconcertante, provocador, vanguardista y el más audaz en su discografía. Una obra conceptual que toma como hilo conductor aquellos corsos del carnaval de Treinta y Tres, los que son utilizados como metáfora y vehículo por el maestro Rubén Lena para hablar de muchas cosas del país convulsionado de esos años. Un trabajo que no tuvo grandes éxitos entre sus canciones, en contraste con los ocho álbumes muy populares que el dúo ya había publicado. Acaso son discretas excepciones “La Yarará” y “Retirada” que posteriormente, con algunos cambios, volverían a grabar en México en el álbum Donde arde el fuego nuestro (1978), rebautizada como “Noche, noche”.
El origen de este trabajo fue una conferencia que Espinosa dio en 2009 sobre Rubén Lena. Al finalizar la misma tuvo una conversación con la esposa del creador. En un momento ella le confesó que para Lena Todos detrás de Momo era su trabajo más valioso. Al escritor le sorprendió que la mujer confesara que su marido nunca quedó conforme con la interpretación de esas canciones por parte de Los Olimareños. Pepe Guerra también le dijo a Espinosa que cuando Lena traía las letras que compondrían este trabajo, a veces no entendían de qué iban. Guerra pensó que como eran más jóvenes que el “Rubio”, como llamaba a Lena, no entendían algunas de las referencias en los textos. Para no quedar como ignorantes omitían preguntarle. Nadie sabe bien, por ejemplo, la razón del nombre de la canción “Boca de tormenta”, que habla en su texto de un jinete con todas las características del cantor criollo pero que cuando se termina el canto “se desarmará el caballo por ser de cartón pintau”. La música de dicho tema es de los puntos más altos del disco por sus cambios de ritmo, mientras la letra ridiculiza el exceso de “criollismo” de ese cantor. Aunque se siga con las dudas de la razón que llevó al autor para ponerle ese título. Tampoco hay certeza de quienes fueron los compositores de cada una de las músicas. Lena es el autor de las letras y eso es lo único que se sabe. Lo cierto es que las canciones —pocas superan los dos minutos—, relatan personajes de ese corso pobre del interior del país, con cabezudos precarios y grotescos, carrozas hechas con engrudo y cartón, junto a ese Rey “Momo cabezota de estopa” que enseguida se entiende que es una alegoría caricaturesca del presidente Jorge Pacheco Areco, al que se lo describe como un muñeco de gran estatura, torpe y algo tonto “mirando la ancha base de su reino vertiginoso”.
Mascaritas. Espinosa realiza un ensayo sobre las canciones, objetivos, personajes y circunstancias que rodearon la creación de esta obra disruptiva. Lo aborda desde sus conocimientos musicales y literarios, pero también apoyado en la memoria de su adolescencia cuando él mismo vivió esos desfiles de mascaritas, esos corsos donde se burlaban de personajes y circunstancias que se vivían tanto en Treinta y Tres como en el país. En un comienzo pensó en apoyarse en entrevistas a los protagonistas del álbum, aunque ha reconocido que ese tipo de trabajo no es en el que se siente más cómodo. La temprana manifestación de la enfermedad de Pepe Guerra hizo que tan solo mantuviera una charla con él. Tuvo alguna conversación con Braulio López, pero entendió que de seguir ese camino los recuerdos quedarían desequilibrados. Resolvió, entonces, hacer un libro más analítico, estudiado desde su calidad de profesor de literatura, músico y olimareño, apoyado en la memoria del impacto de ese disco y del lugar en el que creció. Cada capítulo está dedicado a una de las canciones, aparece su letra y luego el estudio de la misma, así como las características de la música.
Al momento de aparecer Todos detrás de Momo apenas existían un par de antecedentes de canciones que se inspiraron en ritmos murgueros: “A mi gente” de José Carbajal de su primer disco Canto popular (1969), y del propio Lena junto a Los Olimareños con “Al Paco Bilbao” que integró el exitoso Cielo del 69 (1970). El carnaval de aquellos años poco tiene que ver con el lujo y la organización que se despliega en el día de hoy. Era una fiesta popular, de pocos recursos económicos y los ritmos o letras no eran consideradas una expresión cultural a tener en cuenta. Contra todo pronóstico, dado que Los Olimareños era un dúo folclórico ya impuesto entre el público, Lena propone este trabajo donde Pepe Guerra y Braulio Castro serían acompañados por la batería de murga de Los Nuevos Saltinbanquis, desarrollando veintitrés temas para contar el pasaje de ese corso por las calles de Treinta y Tres.
El álbum comienza con un solo de batería que no llega a un minuto, para que luego aparezcan las guitarras de Los Olimareños y arranque “La Yarará”. La percusión acompañará al dúo por el resto del álbum, en ritmos de murga, pero también en algún candombe u otros estilos. Al final de cada una de las canciones se escucha la arenga “todos detrás de Momo” como una especie de estribillo o contraseña que recuerda que nos encontramos detrás de un desfile de carnaval. A la ya mencionada “Momo” le sigue la custodia de ese Rey por parte de los “Cabezudos”, donde se explica que “hay que tener la cabeza bien en alto y ver por el abdomen”. Los elementos para construir disfraces, como el de los cabezudos y los carros se especifican en algunas de las canciones. En “Carro” —un recitado de cuarenta y siete segundos— Braulio López cuenta que “Con agua y con harina y un poquito de blanco, un engañito monstruo se hizo para no creer (…) de hipopótamo tonto que mira las sonrisas, con los ojos a pila listos para no ver”. El detalle recuerda la modestia para engalanar ese desfile donde flamea la humildad. Un acertado complemento del libro, como es usual en la colección, son las fotografías en blanco y negro de viejos carnavales de Treinta y Tres. Tomadas por un histórico fotógrafo del lugar, esos archivos fotográficos fueron adquiridos por la intendencia de ese departamento y digitalizadas. Según ha dicho Espinosa son el “correlato realista, o neorrealista, de lo que en clave delirante (…) hace Rubén Lena en la lírica de este disco”.
Significados. El álbum surge en un momento especial de Uruguay, con la llamada canción testimonial o de protesta en auge en el Canto Popular. Pese a lo críptica que son varias de sus letras, esas que a veces los músicos no entendían, hay más de un ejemplo claro de denuncia. En “El campo grande”, con el acompañamiento de un lúgubre tambor, el dúo canta “El campo grande y solo, viene llorando, solo y difunto viene llorando (…) solo y desnudo viene llorando”, para finalizar con la arenga “es necesaria, es necesaria la reforma agraria”.
Los Olimareños nunca impostan su voz buscando imitar cantos murgueros. Siempre son el dúo ya famoso que impone su estilo más allá de los ritmos o de algún experimento. Hay una mezcla entre su forma de cantar y la música carnavalera, pero el álbum se ve enriquecido con ritmos tradicionales en los que incurría el dúo. Dentro del entorno de ese corso suenan chamarritas, milongas, vals y también algún candombe. Pero es el primer álbum, como trabajo global, que pone al mismo nivel el ritmo carnavalero, algo que después sería común en músicos como Jaime Roos o grupos como Rumbo.
Hay sorpresas como esa especie de Boogie-woogie tocado por Pepe Guerra en su guitarra mientras Braulio López canta, imitando el estilo del relator deportivo Carlos Solé, el tema “La Bocina”. En otros casos, como en “El Babieca”, Espinosa hizo una larga investigación acerca de a qué político de la época era representado por ese caballo perdido en la pista de un aeropuerto que dificultaba la operativa aérea. Pepe Guerra le comentó que él creía que era alguien disfrazado de equino en un corso. Finalmente, Espinosa se enteró que el motivo de la letra era mucho más simple y real. En los sesenta hubo un incidente en el Aeropuerto de Carrasco donde un caballo suelto impedía la salida y llegada de los vuelos. El hecho también podía significar una alegoría de esa imagen de modernidad y conexión con el mundo que buscaba nuestro país, frustrado por ese animal en la pista. Lena, para ampliar el ridículo, lo llamó Babieca, como el legendario caballo del Cid Campeador.
Lo que resalta en este volumen de la colección es la seriedad y la profundidad amena del estilo de Espinosa. Su investigación porfiada por buscar cada significado o razón de las letras es encomiable, y en el plano musical, donde reveló que tuvo el apoyo de Rubén Olivera, hay un estudio minucioso de cada tema. Sin ser, ni pretender serlo, un trabajo académico, el autor nunca se queda en la superficie. Baraja hipótesis, plantea respuestas, aporta interpretaciones varias y muestra razones para entender el valor de este disco que se constituye en un trabajo fundamental dentro de la obra de Rubén Lena y Los Olimareños.
TODOS DETRÁS DE MOMO/LOS OLIMAREÑOS, de Gustavo Espinosa. Estuario/Colección Discos, 2024. Montevideo, 284 págs.