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Colcha de retazos para un doble crimen

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Margaret Atwood

novela de margaret atwood

Perfil complejo de una presunta asesina, rescatado por la ficción de una grande de las letras canadienses.

La literatura canadiense de exportación viene signada desde hace años por dos escritoras notables, Alice Munro y Margaret Atwood. Ambas detallistas, con algo para contar, atractivas en sus respectivas escrituras y de la misma generación (Munro nace en 1931 y Atwood en 1939). La más prolífica es Atwood, que además de relatos —especialidad casi exclusiva de Munro— ha escrito novelas, ensayos, poesía, libros para niños, guiones televisivos, etc. La de más largo aliento, Atwood también. Buena prueba es Alias Grace, novela publicada en 1996, reeditada ahora en español al tiempo que Netflix produce una serie no tan cautivante como la novela. Texto de medio millar de páginas, Alias Grace narra con documentación histórica y con licencias varias el caso real de un doble asesinato cometido en Canadá en 1843. Lo que la justicia y la prensa de la época dijeron fue que la criada Grace Marks y el mozo de cuadra James McDermott mataron alevosamente a su empleador, Thomas Kinnear y al ama de llaves y amante de éste, Nancy Montgomery. El resultado del juicio fue la pena de muerte para ambos. McDermott fue ahorcado, pero a Grace, de dieciséis años, la pena se le conmutó por cadena perpetua. Casi treinta años después, en 1872, Marks fue liberada en atención a su buena conducta y a los esfuerzos de décadas de gente que creyó en su inocencia. A partir de ahí se le perdió la pista y no se volvió a saber de ella.

TRETAS DEL DÉBIL.

En la historia de la novelística sobre crímenes que efectivamente ocurrieron hay títulos célebres como A sangre fría de Truman Capote, La canción del verdugo de Norman Mailer, Felices como asesinos de Gordon Burn o El adversario de Emmanuel Carrère, en los que no queda duda razonable, con o sin atenuantes de índole social o psicológica, de la culpabilidad de los acusados. Alias Grace parte y retorna siempre a la premisa de la presunción, a esa zona difusa donde tanto se puede creer una cosa como la contraria. Uno de los puntos seductores de la novela es ese. La historia comienza con Grace Marks ya acostumbrada a la prisión —luego de haber pasado por manicomios—, haciendo trabajos de criada diurna en la casa del alcalde y recibiendo la visita de un joven doctor estadounidense, Simon Jordan, especialista en psicopatías, que la entrevista con la intención de descubrir la verdad logrando que ella la recuerde (pues pese a las confesiones de rigor siempre alegó amnesia) o que la confiese.

Mientras cuenta su historia —desde la llegada de Irlanda con sus padres y todas las vicisitudes, que no son pocas, de ese éxodo, hasta su devenir sirvienta en distintos hogares— Grace va cosiendo un quilt, especie de colcha o cubrecama que porta en su diseño toda una serie de simbologías. También es un quilt la figura de sí misma que su relato va armando con palabras, revelando a una criatura monstruosa, frankensteiniana: hábil Sherezade, víctima del patriarcado opresivo, resiliente Cenicienta, asesina impiadosa, espíritu simple provisto de sentido común, manipuladora voraz, etc. Y sobre todo, y es su arma mayor, Grace es una pensadora leal solo a sí misma, que ha aprendido cuándo hablar y cuándo callar, en qué momento mentir y en cuál no. Su reflexión sobre los quilts es una de las tantas en las que dice mucho más de lo que enuncia: “¿Por qué razón quieren las mujeres coser estas banderas y colocarlas encima de las camas? Porque hacen que la cama sea lo que más destaca en una habitación. Y después he pensado: es una advertencia. Porque a lo mejor usted cree que una cama es una cosa muy tranquila, señor, y puede que para usted signifique el descanso, la comodidad y el sueño reparador. Pero no para todo el mundo es así y en una cama pueden ocurrir muchas cosas peligrosas. Es el lugar donde nacemos y este es el primer peligro que afrontamos en la vida; es el lugar donde las mujeres dan a luz, a menudo por última vez. Y es el lugar donde se produce un acto entre los hombres y las mujeres que no le mencionaré, señor, aunque supongo que usted ya sabe a qué me refiero; algunos lo llaman ‘amor’ y otros ‘desesperación’ o simplemente lo ven como una humillación por la que tienen que pasar. Y, por último, las camas son el lugar donde dormimos y soñamos y a menudo morimos”.

RETRATO DE ÉPOCA.

Sin embargo, Alias Grace no es solo su protagonista, y ese es otro detalle que pesa a favor. Atwood despliega una detallada descripción del siglo XIX: la miseria moral y económica de parte de la población, el drama de los emigrantes, la fragilidad de la mujer bajo una moral puritana y doble, el poder de los centros de control (manicomios, cárceles, instituciones de salud). En contraposición a los personajes masculinos, bastante predecibles, Atwood refuerza la línea de mujeres con tres figuras arrolladoras, además de Grace: su amiga Mary Whitney, tan luminosa en su desgracia que caben dudas de su existencia; la involuntariamente desopilante madre de Jordan, dechado de castración disfrazado de amor; la ocasional amante de éste, una suerte de Bovary otoñal; y la infortunada Nancy Montgomery, víctima espejo de Grace.

Otro rasgo que llama la atención en la novela es la articulación entre su compleja estructura y la fluidez de su recorrido. El relato contiene narración en primera persona, en tercera, transcripción de confesiones judiciales y reportes de prensa de la época, baladas populares, poemas de Emily Dickinson, Emily Brontë, Alfred Tennyson, Christina Rossetti y otros autores, epístolas, etc. La imagen del quilt vuelve una y otra vez, y si no resulta pesada o reiterativa es por la calidad del bordado. Atwood consigue en este título elevar la condición folletinesca y melodramática de su material. Sortea con habilidad el mandato cantado de transferencia entre Grace y Jordan, impidiendo así que la novela se convierta en un drama amoroso entre rejas. Da con los tiempos justos, haciendo que cada flashback encaje con naturalidad a la vez que todo el tiempo un radar nos avisa que los recuerdos pueden ser apócrifos, las identidades falsas, las certezas mentiras.

El mundo de las sirvientas —que Atwood convirtió en distopía feminista en El cuento de la criada, de 1985— aquí está al servicio de una historia realista y con base histórica, pero que plantea lo mismo: la subordinación de unos seres a otros, el limitado horizonte de la pobreza, el poder de la manipulación emocional. Las criadas de Alias Grace se debaten entre sucumbir a los mandatos patriarcales o quemar las naves y apostarlo todo. En cualquier caso el costo es enorme, aunque Atwood se permita la licencia de darle un relativo happy end a lo que en la realidad fue misterio.

ALIAS GRACE, de Margaret Atwood. Ed. Salamandra, 2017. Tr. de María Antonia Menini Pagès. Barcelona, 525 págs.

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