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Bifo Berardi: hacia una utopía de la lentitud

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Franco Bifo Berardi

Pandemia y crisis del capitalismo

El filósofo italiano Franco "Bifo" Berardi nos recibió en Bolonia por su nuevo libro, Futurabilidad. Habla de los votantes de Trump, Putin, del feminismo radical, y lleva un diario de la pandemia.

"El capitalismo ha muerto, y nosotros vivimos dentro de su cadáver, buscando a tientas una salida de su putrefacción, en vano”, escribe el filósofo y activista Franco “Bifo” Berardi (Bolonia, 1949) en el capítulo 7 de Futurabilidad, su último ensayo editado y traducido al español por Hugo Salas para Caja Negra de Buenos Aires. Berardi fue un activo protagonista de la revuelta del 68 y hoy, fuera de ser uno de los pensadores más originales de Europa, se desempeña como profesor de historia social de los medios en la Academia de Brera, Milán. Futurabilidad es un panorama del presente, una radiografía de la concurrencia entre la hegemonía neoliberal, las nuevas formas de fascismo y los efectos de la cibernetización de la cultura en la sensibilidad y afectividad humanas. Seguir a Berardi en su pensamiento, por momentos expresado en una escritura tan compleja como inflamada, es internarse en una procesión laberíntica en la que la puesta al día de Marx se cruza con una crítica a la nostalgia reaccionaria de Heidegger; el pesimismo de Michel Houellebecq con la agenda social del Papa Francisco; la promesa rota de Obama con la bunkerización de la elite de Silicon Valley y el fin de la cultura de masas.

En ese recorrido, Berardi apunta conceptos con la potencia imaginativa de un narrador de ficción, un Marcuse reescrito por William Burroughs. Esgrime que su libro es “un mapa psicomántico de la futurabilidad social” y suma neologismos como “semiocapitalismo” (un conjunto de bienes y signos inmateriales), “necropitalismo” (el negocio de la muerte desde el México narco al islamismo radical y las matanzas espontáneas en Estados Unidos) o “tecnobarbarie”. Su imagen de la distopía actual es la de las primeras máquinas de videojuegos que aparecieron en la segunda mitad de los 70. “Hoy vivimos en un mundo que tiene el game over incrustado: la automatización gana por diseño”, escribe Berardi en la introducción de su ensayo. A partir de esa metáfora levantada de los bares de Nápoles donde Berardi se entretenía (y aterrorizaba) con el juego Last Safety for Alpha, establece un diagnóstico: “El presente se nos escapa, no lo podemos tocar ni saborear, porque los flujos de neuroestimulación nos empujan hacia delante, hacia un futuro que jamás llega (…). La catástrofe ética de nuestro tiempo se basa en la incapacidad de percibir al otro como una extensión sensible de nuestra propia sensibilidad”.

Pero en esta Futurabilidad Berardi encuentra un horizonte revolucionario en medio de una impotencia generalizada que, según su análisis, enterró la democracia en Grecia, su cuna. Así, de la fábrica al software, la categoría marxista de proletariado se convierte en su ensayo en una nueva: el cognitariado.

Mientras, escribe un diario de la pandemia. Ha tenido varias intervenciones públicas analizando la situación actual. Cree que el virus no es el causante de la catástrofe mundial, sino un catalizador. “Es un elemento de precipitación de otros procesos catastróficos que se estaban desarrollando, antes que nada el proceso de catástrofe ambiental” dijo hace poco en una conferencia para la UNTREF bonaerense. También cree que “la política está muerta, la política hoy es una política capaz de aceptar la disciplina de los científicos y los médicos, pero no es invención de una transformación posible. La política como capacidad de gobernar el conjunto social desde un punto de vista de la racionalidad progresiva me parece que no tiene mucha fuerza y credibilidad. La invención de una transformación posible depende, hoy y mañana, del imaginario social”.

Desde su escritorio en Bolonia, donde pasa la mayor parte del año, Bifo respondió vía email a las preguntas sobre el libro Futurabilidad, que fue escrito antes de la pandemia.

La impotencia masculina

—Usted califica nuestro tiempo como una Edad Media posmoderna. ¿Cuáles son los signos más verificables de esa medievalización en una ciudad cualquiera?
—Si he dicho eso se trata de una formulación superficial. La Edad Media europea se caracterizó por la lentitud de la comunicación, todo lo contrario de lo que pasa hoy, cuando la comunicación se intensifica y se acelera continuamente hasta al punto de la explosión del cerebro colectivo, y la densidad de los intercambios lleva a una complejidad ingobernable por el cerebro humano.
No, no, no, no estamos volviendo a la Edad Media, estamos saliendo de la esfera humanista moderna pero el Dios de la teocracia medieval es remplazado por el autómata cognitivo global.

—La marea feminista que se manifiesta en todo el mundo es una reacción al neofascismo que usted vincula con la decadencia de la potencia masculina. ¿Qué posibilidades hay de que eso incida en el futuro si mujeres que efectivamente tienen o tuvieron el poder como Merkel, Christine Lagarde o Theresa May no hicieron nada contra el orden neoliberal omnipresente que usted critica?
—El movimiento feminista contemporáneo tiene muchas almas diferentes y hasta divergentes. Pienso en la diferencia entre el paradigma legalitario del #metoo y en el paradigma social de #niunamenos. Pero yo no soy quién para expresarme sobre las dinámicas internas al movimiento feminista. Lo que me interesa no es la problemática de género, sino la potencia epistémica del feminismo como cuestionamiento del paradigma patriarcal que se manifiesta en la modernidad como capitalismo. El feminismo radical no pide la participación en el dominio patriarcal, ni en los gobiernos del capitalismo financiero. El feminismo radical cuestiona la impotencia de la política masculina. Las mujeres que participan en el gobierno del capitalismo financiero no significan una ampliación del poder femenino en la sociedad. Theresa May, Hillary Clinton o Cristina Fernández salen a la escena cuando la potencia política masculina empieza a declinar. La foto de Theresa May llorando después de su derrota en el parlamento británico simboliza esta función que la política ofrece a las mujeres en la época de la impotencia: poner su cara en el lugar del poder impotente frente al caos.

—En Futurabilidad lee a Michel Houellebecq como un mapa de la depresión contemporánea. ¿Qué relación se podría establecer entre esa literatura pesimista y la ilusión de mundo feliz que transmite una red social como Instagram?
—En los últimos treinta o cuarenta años la ideología publicitaria del neoliberalismo siempre se fundó sobre la idea de imaginario “felicista”: la felicidad como mercancía que se puede conseguir solo a través de la participación a la competición, a la guerra individual de todos contra todos.
La identificación de felicidad, consumo y excelencia individual en la competencia es un factor patológico colosal. La revista canadiense Adbusters, que nació en 1993 como una crítica de la publicidad, ha desarrollado una crítica de la psicopatología producida por el neoliberalismo.

Una utopía de la frugalidad

—Houellebecq es muy crítico de la generación del 68, de la que usted formó parte y reivindica. Usted señala que muchas de las conquistas de entonces fueron arrebatadas por el orden neoconservador y que eso convirtió a la utopía digital en esta distopía. ¿En que se equivocó la generación del 68?
—Los procesos históricos nunca son lineales, previsibles, coherentes. Muchas veces en el pasado lejano y cercano los movimientos subversivos han producido las condiciones epistémicas, conceptuales, culturales para el desarrollo de una nueva concatenación social. La lucha de los obreros industriales contra la explotación ha producido la urgencia capitalista de acelerar la productividad, de introducir automatismos, máquinas que provocan desempleo. Eso significa que la historia no tiene ninguna coherencia ideológica, ningún proyecto se devela a través del proceso histórico. La utopía libertaria de los años 60 se representa en los años 90 en el proyecto de la red global, pero esa utopía, en las condiciones de la economía capitalista, se ha convertido en la distopía hipercapitalista de las agencias digitales de construcción del autómata global cognitivo.

—En Futurabilidad plantea que la actual población senil encabece una revolución de las costumbres. ¿Por qué cree que ese rol no quedaría para los jóvenes como fue justamente en el 68?
—No digo eso: digo que la senectud (el devenir viejo) de la población blanca (y no solo blanca) causada por la baja de la natalidad y por la prolongación de la esperanza de vida promedio supone un problema enorme que tenemos que conceptualizar: el problema de la senilización de la espera de futuro, de la depresión producida por la impotencia sexual, psíquica y política. Tenemos que imaginar una utopía senil, una utopía de la lentitud, de la frugalidad. Tenemos que incluir la muerte, la extinción en la imaginación colectiva y política. Los jóvenes de hoy comparten con los viejos la falta de una imaginación de futuro. Entonces la vejez domina el campo de la cultura juvenil misma. Los jóvenes que votan Salvini o Trump lo hacen porque están desesperados, saben que no hay futuro para ellos, y experimentan un deseo de venganza.

—Los analistas de política caracterizan a Trump, Putin y otros como anti-sistema. ¿Qué significa eso cuando estos líderes llevan adelante políticas reaccionarias?
—Es una vieja ambigüedad de los reaccionarios: el sistema capitalista es muy malo, nosotros queremos volver a la defensa de la identidad, de las tradiciones, de la religión, de toda esta mierda. Pero ellos no son religiosos, no les importa nada de Dios ni de los valores tradicionales. El cinismo de los líderes etno-nacionalistas es total, pero no sirve denunciarlo, porque sus seguidores son tan cínicos como los líderes. Lo que deseaban los votantes de Trump era solo vengarse de la izquierda neoliberal que ha vendido la sociedad a los bancos, al sistema financiero. El odio a los traidores de la izquierda que se volvió neoliberal, el odio hacia Blair, Clinton, Hollande, Renzi que se manifiesta como deseo de venganza. Cínicamente, sin esperar mucho más que verlos llorar.

—¿Qué tipo de política de gobierno hubiera hecho posible que la evolución digital no terminase en esta “tecnobarbarie” que usted caracteriza? ¿Hubiera sido posible una cibernetización del mundo más virtuosa?
—No se trata de imaginar una política virtuosa, de definir un programa bueno para las máquinas. Se trata de desplazar el poder decisional sobre la programación desde las manos de la financia (que son manos invisibles, manos abstractas) a las manos concretas de los trabajadores de la innovación. Solo la autodeterminación de la mente global, es decir de cien millones de trabajadores cognitivos en el mundo, podrá producir un efecto de desmantelamiento y de reprogramación de la máquina global. Pero eso parece imposible hoy porque la precariedad, la depresión y el miedo impiden a los trabajadores cognitivos a autonomizarse, a crear formas de autoorganización de la inteligencia conectiva.

—Al final de Futurabilidad imagina un mundo donde las máquinas harán el trabajo y el salario será abolido. ¿No es ese el sueño de la elite neoliberal? ¿Cómo imagina que se reconvertiría la clase trabajadora en esa utopía?
—No, eso es el sueño de Karl Marx y de todos los que son obligados a trabajar ocho, nueve, diez horas cada día. Liberarse del trabajo es el sueño de quien vive en condiciones de trabajo explotado y asalariado. El rechazo al trabajo se manifestó en los años 60 y 70 cuando la vida social era rica e intensa, y sobre todo cuando la redistribución de la riqueza fue impuesta por la fuerza política de los trabajadores. Claro que los neoliberales hacen parte del proceso de reducción del tiempo de trabajo necesario. El capitalista desea incrementar la productividad, entonces intenta reducir el tiempo de trabajo necesario para producir cosas útiles. Pero la finalidad del capitalista no es el bien común, el gozo social, sino que es la ganancia. Entonces el capitalismo reduce el tiempo de trabajo necesario pero al mismo tiempo necesita someternos a un nuevo tiempo social. Es el conundrum básico del poscapitalismo del que habla Paul Mason.

—Al mismo tiempo señala la necesidad de volver al viejo sueño de igualdad, autonomía social y felicidad. ¿En qué momento de la historia se estuvo cerca de eso?
—Cuando los trabajadores y los intelectuales tenían el poder para imponer una redistribución de la riqueza social, como en los años 60 y 70 en Italia. La mayoría de la población estaba mucho más alegre que hoy, créame.

Diario de la pandemia

“La sociedad padece desde hace tiempo un estado de estrés intolerable: la enfermedad se manifiesta modestamente letal, pero es devastadora en el plano social y psíquico, como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario. Para las personas más jóvenes, el Covid-19 es solo una gripe fastidiosa. Lo que provoca pánico es que el virus escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina, el sistema inmunitario. Y lo ignoto de repente detiene la máquina. Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la economía, porque sustrae de ella los cuerpos”. (Franco “Bifo” Berardi en su diario de la pandemia)

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