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Milagro en nuestras manos

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Todos solemos tener una Navidad que recordamos especialmente. Ya sea porque sucedió en nuestra infancia o en una época de nuestras vidas que el transcurso del tiempo hizo que guardáramos entre los recuerdos más hermosos. También están aquellas Navidades tristes que -quizás- fueron las primeras en que seres muy queridos faltaron porque partieron de este mundo. Hubo que vivirlas con el corazón apretado.

Hoy que celebramos la Nochebuena y mañana una nueva Navidad, período que se extenderá hasta el 6 de enero, Día de Reyes, vale la pena pensar qué festejamos realmente. Para los cristianos es el nacimiento de Jesús, para todos (creyentes y no creyentes) es un tiempo de encuentros, reencuentros y de familia. También son días en los que el mundo entero habla de paz, de amor y de solidaridad. Aunque en Ucrania se siga matando gente y sufriendo las consecuencias de la invasión de Rusia. En Navidad se siguen suscitando estas terribles paradojas.

Lo cierto es que celebramos un nacimiento, la llegada de un niño que vino al mundo en Belén para cambiar la historia de la humanidad. Una nueva vida es siempre sinónimo de esperanza. La Navidad nos dice que un mundo mejor es posible. Y que en buena medida ello puede depender de cada uno de nosotros.

Muchas veces confundimos la esencia de estos días. Nos llenamos de objetos materiales y o sufrimos si no podemos comprar cosas para regalar o regalarnos. Solo alcanza con recordar que Jesús nació en un pesebre, que un buey y un burro le dieron calor y que María y José estuvieron allí para darle amor. Y que los pastores de la zona bajaron de las montañas a conocerlo. No es cuestión de emular la historia sino de recordarla y comprender la vigencia de su espíritu.

Por estos días, se habla también de los milagros de la Navidad. Escritores como Charles Dickens se han encargado de contarlos magistralmente. Sin ir tan lejos, creo que todos podemos hacer uno, o al menos intentarlo. El diccionario de la Real Academia en una de las definiciones que da sobre milagro dice: “Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”. No se trata de eso, algo así solo lo puede hacer Dios. Yo me inclino por otra de las definiciones de la RAE y que expresa: “hacer mucho más de lo que se puede hacer comúnmente con los medios disponibles”. Tal vez ese “mucho más” sea una visita a alguien que está solo o enfermo, una llamada telefónica, compartir con otro u otros lo que tengamos en la mesa. Cada uno sabrá cómo puede y quiere hacer su propio milagro. O quizás sea suficiente valorar y agradecer lo que se tiene y rezar una oración para que la paz y la esperanza también los alcance en esta Nochebuena a los que están enfermos y viven la guerra.

Debo confesar que esta Navidad para mí es muy especial. Mi regalo llegó adelantado, vino el jueves último sobre el mediodía. Se llama Inés, mi segunda nieta y junto con su hermana Guillermina, de dos años y medio, me han confirmado que esta será una Navidad memorable, de esas que quedan guardadas en la mente y en el corazón para siempre. Por eso, a todos los que leen esta columna cada sábado, les deseo una ¡Feliz Navidad!

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