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Las palabras y la acción

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Pasado mañana, 29 de enero, se cumplirán cuatro años de la partida de Antonio Mercader. Alumno de la escuela Brasil, abogado, profesor de periodismo, fue Ministro de Educación y Cultura, Embajador ante la OEA y, sobre todo, servidor público de sus convicciones republicanas y nacionalistas.

Las actitudes y costumbres de estos tiempos no alientan homenajes ni dejan lugar para las evocaciones. El actualismo es la contracara del relativismo. Brillantes ciudadanos se nos pierden en la fosa común del silenciamiento histórico. Del civismo, sus exigencias y sus virtudes ni se habla.

Y a pesar de eso, felizmente resurgen con vigor de hontanar. Sí: aun en tiempos mundiales de desorientación y horror, aun cuando parece que la lucha por sentimientos de bien común y de ideas humanistas sólo lleva a un callejón de sueños muertos, surgen nuevos hechos, nuevas luces y nuevas voces que rescatan y resucitan los mensajes y siembras de los hombres públicos que dejaron estela conceptual, porque supieron servir principios permanentes.

Precisamente eso es lo que ocurrió en la reunión de la Celac. En los apretados minutos de su intervención, el presidente Lacalle Pou defendió al Uruguay de antes y de todos. Impulsó una zona de libre comercio de México a Tierra del Fuego.

Condenó la asonada en Brasilia, pero exigió que no se tenga una visión hemipléjica y que también se condene a los regímenes hipócritas que firman declaraciones de los derechos que ellos mismos atropellan y conculcan, porque “todos sabemos” que “hay países que no respetan ni la democracia, ni los derechos humanos ni las instituciones”.

Reclamó que no se imprima ideologías a las instituciones y que no se las convierta en clubes de amigos ideológicos.

Y actualizando resonancias que nos vienen desde el fondo de nuestra historia, agregó algo muy importante: “Cuando Uruguay toma la decisión de integrarse, la toma como nación, como Estado, no la toma un partido político ni una ideología. En algún momento ninguno de nosotros va a estar acá y no sabemos quién nos va a suceder, ni sabemos cuál va a ser su ideología.” “Hoy me toca a mí estar acá. Dentro de dos años estará otro Presidente empujando…”

Henos aquí con un gobernante que proclama su conciencia de los límites del poder que le prestó la ciudadanía y que hace constar, ante todo el continente, que trabaja con apertura de espíritu, sin encorsetar lo que hayan de pensar quienes advengan después de él. No se proclama mesías y no pretende acorralar el porvenir. Para el Uruguay no es novedad. Para el panorama actual del continente es un timbre de honor que comparten muy pocos.

Y algo más. Pidió a sus colegas gobernantes: “Practiquemos con la acción lo que decimos en nuestros discursos, porque la esperanza se genera con la palabra puesta en práctica en la acción.”

Ese mensaje no es sólo para exportación. Merece oírse y cultivarse en casa. Todos los gobiernos nacionales han tropezado en la distancia que en el Uruguay ponemos entre la idea y la realización. Discutimos demás y con poca lógica. No cargamos las baterías de la voluntad. Seguimos viviendo más en potencial que en indicativo e imperativo presente.

Por eso, cuando en un foro internacional recogemos filamentos del viejo Uruguay que llevamos dentro, se nos ensancha el porvenir y se nos enciende el pasado de las fatigas editoriales de quienes, como nuestro adversario y amigo Mercader, defendieron principios cuya perennidad los hace vencer a la muerte.

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Leonardo Gumán

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