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La agenda tonta

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La teoría de la fijación de agenda (agenda setting ) fue formulada en 1972 por los académicos Donald Shaw y Maxwell McCombs, al analizar la influencia que ejercía en el público el destaque que daban los medios a determinados temas de la agenda pública.

Era la época de los mass media que influían poderosamente sobre las preocupaciones ciudadanas, un fenómeno que ya había sido notablemente retratado, tres décadas antes, por una de las películas más importantes de la historia del cine: “El ciudadano” de Orson Welles (1941).

El auge de las redes sociales sustituyó la verticalidad de la recepción de información -desde los detentadores del poder informativo hacia la masa- por una horizontalidad en la que todos los ciudadanos participan en igualdad de condiciones en un debate global.

Esto podría haber motivado que la fijación maliciosa de agenda se hubiera atenuado, pero la realidad ha indicado que pasó exactamente lo contrario. Las redes sociales, con sus caóticas interacciones, sus algoritmos, sus cámaras de eco y sus legiones de trolls y bots organizados para provocar tendencias artificiales, terminan influyendo directamente en los medios masivos, marcando ellas mismas la agenda setting de hoy.

Antes, un Charles Foster Kane decidía qué debía saber y qué debía ignorar el público, a qué contenidos dar relevancia y a cuáles minimizar.

Ahora ese trabajo lo hacen los frívolos trending topics de Twitter, mientras los Kane del presente los acatan rigurosamente, porque no tienen más remedio que hablar de lo que interesa a la gente para vender sus publicaciones, conseguir audiencia o ganar clics.

Si a alguien le cabía alguna duda sobre este asunto, la noticia sobre el título del exministro de Ambiente Adrián Peña termina de demostrarlo.

Fue una opereta que acaparó por unos cuantos días el interés de la opinión pública. Que tenía título, que no tenía, que un exfiscal lo andaba indagando, que la vara estaba alta o baja, que renunciaba, que bla bla bla.

La montaña parió otro ratón: Peña había logrado su título y todo había sido apenas una omisión administrativa de una universidad. No es la primera vez que el gobierno reacciona con exagerado nerviosismo al grito de la tribuna. Ese dicho de que “no solo hay que ser honesto sino parecerlo”, en estos tiempos parece sustituirse por “aunque seas honesto, tenés la obligación de parecerlo”.

Si así entiende el gobierno que es imprescindible funcionar, adelante. Lo que me preocupa es la hipersensibilidad de los medios de comunicación a la agenda que fijan las redes sociales. La objetividad informativa no debería consistir en recoger y amplificar acríticamente todo lo que interesa a la gente, sino seleccionar aquello que el comunicador social considera realmente relevante y descartar la hojarasca. O informar también sobre ella, pero ubicándola en sus justos términos.

Si hay gente que quiere amarillismo, seguro que encontrará medios amarillistas donde informarse. Nadie pide que diarios, radios e informativos de TV vuelvan a ser, como en el siglo pasado, difusores de cierta agenda y ocultadores de otra. Pero lo menos que se espera de ellos es que jerarquicen la información y no se cuelguen de cualquier liana, con el pretexto de una objetividad que no es más que impericia para separar la paja del trigo.

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Álvaro Ahunchain

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