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Dos uruguayas cuentan sus secretos para llegar bien a los 100 años

Rosemarie y Clara, dos mujeres de contextos muy distintos, pero con la misma visión sobre cómo mantener la salud.

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Señora en la playa
Señora mayor en la playa.
Foto: Freepik.

El autor suizo Joël Dicker escribió una vez: “La vida es una novela que ya sabemos cómo termina: al final el protagonista muere”. Sin embargo, envejecer no tiene por qué ser una experiencia negativa. Rosemarie Zech y Clara Margounato son dos mujeres de 100 años de edad que no solo gozan de un estado cognitivo saludable, sino que, además, aún viven una vida feliz. ¿Cuál es su secreto?

La enfermera Rosi.

Rosemarie vino desde Alemania a Uruguay en octubre de 1927, cuando tenía cuatro años de edad. La familia se asentó en un pueblo de la ciudad de Colonia, hoy en día la ciudad Colonia Suiza Nueva Helvecia.

Llevó una vida saludable, sin excesos. “De joven andaba en bicicleta y practicaba yoga una o dos veces por semana”, contó. En cuanto a la alimentación, incluía muchas frutas y verduras, y siempre comida casera: “Yo era la que cocinaba, y ahora, dentro de la poca visión que tengo, hay cosas que sigo haciendo, sobre todo repostería”.

Comenzó a estudiar enfermería en Montevideo, pero no pudo terminar la carrera porque la necesitaban en Nueva Helvecia de forma permanente: “Los médicos me pidieron que me quedara, sobre todo un matrimonio de médicos muy amigos que me dijo: ‘Te precisamos acá. Lo que necesites saber, lo aprenderás con nosotros’”. Les hizo caso, y no se arrepiente.

“Era otra época. No había internaciones en Nueva Helvecia y se atendía a domicilio”, relató. Su trabajo era demandante, pero lo cumplía con una sonrisa: “A veces ni las noches me dejaban tranquila. Cuando apareció la penicilina, que se daba cada tres horas, podía estar con dos, tres o cuatro pacientes y cuando terminaba la ronda tenía que empezarla de nuevo”.

En simultáneo, atendía a su familia. “Yo misma me pregunto cómo podía hacer todo, pero lo hice”, aseveró. Tenía 25 años cuando se casó y estuvo junto a su esposo durante casi 70 años, hasta su fallecimiento. “Si volviera a nacer quisiera tener otra vez un compañero como él, porque era una persona muy comprensiva”, aseguró. Y explicó: “No es fácil para un hombre cuando hay un almuerzo, una ida al cine, es Navidad o Año Nuevo, suena el teléfono y su esposa tiene que salir corriendo a Montevideo con un enfermo”.

Para Rosemarie, conocida como Rosi, su vida fue sencilla: “Llena de trabajo y recibiendo mucho amor de la familia, que es lo que ayuda a toda persona a trabajar con gusto”. Tuvo dos hijos, Eduardo y Annemarie, y es abuela de tres nietos.

Rosemarie Zech.jpg
Rosemarie Zech.
Foto: Eduardo Schöpf.

Hace poco, su hija tuvo Coronavirus. “Estábamos viviendo en la misma casa, pero mi hisopado dio negativo. Los demás embromaban con que las bacterias y los virus me tienen miedo”, dijo entre risas. Durante su vida asistió a pacientes con todo tipo de enfermedades: “Había histeria, tifoidea, tuberculosis, cantidad de pestes, pero siempre les hice frente mentalmente a todo lo que podía contagiarme”, sostuvo.

Al respecto, expresó: “La mente rige mucho. Si uno vive pensando en las enfermedades, termina por enfermarse”.

Trabajó como enfermera hasta los 71 años, cuando se jubiló. “Aquí estoy con 100 años, a pesar de todo. El trabajo lo hice con amor y me lo ha demostrado Nueva Helvecia”, señaló, refiriéndose a un reconocimiento que recibió este año en el marco del aniversario del Museo y Archivo Regional de la ciudad. También obtuvo el Premio S.A.T.O. (Servicio a través de la Ocupación) del Rotary Club Colonia Suiza, en mayo del año pasado.

“Tengo que agradecerle mucho a la vida, me ha enseñado tanto. He podido ayudar a personas a sobreponerse a muchos momentos duros”, subrayó con nostalgia. Y añadió: “Mis 100 años fueron maravillosos, llenos de agradecimiento. Como dicen, hay que sembrar para recoger, y vaya si recogí”.

Para Rosemarie, es una gran alegría haber llegado a esta edad, aunque físicamente tenga “algunas nanas”. Lo cierto es que hablar con Rosi es como hablar con cualquier persona sana en plena adultez. ¿Cuál es la clave? Con 100 años de experiencia, la enfermera aseguró: “Hay que ser tolerante en la vida y aceptar las situaciones no tan buenas que todos podemos tener”.

Así, lo que la ayudó a vivir tantos años en salud fue “la voluntad de siempre seguir adelante”. “Aquello que ya está, no vuelve, entonces hay que pensar en lo demás y en quienes me rodean”, finalizó.

Clarita y la ayuda social.

Clara nació en Turquía y llegó a Uruguay cuando tenía cinco años. Al principio, su alimentación estaba muy condicionada por su país de origen: eran usuales los platos con porotos y otros ingredientes “fuertes”, relató, “pero con el tiempo nos inclinamos más hacia la comida criolla”. Eso sí: siempre casero.

En cuanto a la actividad física, de niña hacía “gimnasia suave” y alguna vez intentó hacer deporte en patines, pero nunca fue algo central en su vida.

Conoció a su esposo cuando tenía 22 años. Se casaron y estuvieron juntos durante casi 50 años, hasta que él falleció. Tuvieron tres hijos: Raúl, Jorge (quien falleció con 54 años) y Hugo. Es abuela de seis nietos.

Se dedicó a ser ama de casa. Siempre cocinaba y planificaba todo al detalle: “El día que venía el pescador, había pescado, y el día de feria, había verduras. Se comían alimentos frescos”, contó. Por su parte, su hijo Hugo recordó: “Tomar refrescos era una cosa muy extraordinaria, solo en alguna reunión especial. Si no, se tomaba agua”.

Otro aspecto fundamental de su vida fue la ayuda social: “Estuve en un grupo de enfermeras voluntarias que se llamaba Damas Rosadas y trabajamos mucho en el Hospital de Clínicas”. A su vez, formó parte de la institución judía B’nai B’rith Uruguay y participó en el proyecto ‘La tiendita’, donde se vendía ropa usada en buen estado para recaudar dinero y apoyar acciones a beneficio.

Clara Margounato
Clara Margounato.
Foto: Hogar Israelita del Uruguay.

“He tenido una vida tranquila con mi familia, mis hijos, mis nietos”, sostuvo Clara, también llamada Clarita. Y sumó: “Cuando tenía 40 o 50 años y pensaba en los 100 años, parecía un disparate, pero aquí estoy”. Su hijo Hugo reconoció: “Mamá está bárbara. Sus análisis de sangre, a veces, son mejores que los míos”.

Entonces, ¿cuál es su receta para una longevidad saludable? Clarita no tiene dudas: “Lo más importante es ser tolerante. Si te dijeron algo que no te gustó, dejalo correr y tratá de olvidarlo”. Para Hugo, esa ha sido una de las mayores enseñanzas que transmitió su mamá: “Una de las cosas que más tratamos de incorporar es eso de la aceptación. Si podés cambiarlo, genial, pero sino, lo aceptás y seguís adelante”.

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