Redacción El País
Cada tanto, las redes sociales y los medios se llenan de“planes milagrosos” para bajar de peso en pocos días. Sin embargo, la dietista-nutricionista clínica Laura Pérez Naharro, autora de El método de los tres platos (RBA), sostiene que las dietas restrictivas “no solo no funcionan, sino que además deterioran la relación con la comida y con el propio cuerpo”.
Según la especialista, muchas personas —en especial mujeres— pasan años saltando de una dieta a otra: la del ananá, la de los batidos, o aquellas que aparentan ser personalizadas pero en realidad se reducen a un menú fijo de siete días. “Durante un tiempo pueden parecer efectivas, pero la realidad cotidiana siempre se impone: no siempre da el tiempo, las ganas ni el presupuesto para seguir al pie de la letra lo que indica el papel”, advierte.
El problema, explica, es que este tipo de planes suelen partir de la culpa o del castigo por tener algunos kilos de más, en lugar de buscar una mejora real en la salud integral.
El error de seguir modas sin sustento científico
Pérez Naharro también pone la lupa sobre las dietas que se vuelven populares por moda: keto, sin gluten o detox, entre otras. “Cambian las reglas de un día para el otro. Hoy las grasas son buenas, mañana no; el gluten es enemigo aunque no haya celiaquía. Todo eso genera confusión y una visión distorsionada de la alimentación”, explica.
Para la nutricionista, los llamados menús “cerrados” o las dietas “de papel” no son herramientas adecuadas para quienes buscan perder peso o mejorar su salud. “Podrán tener sentido en deportistas que preparan una competencia, pero no en la vida cotidiana de la mayoría de las personas”, subraya.
En ese sentido, plantea que el rol actual del profesional de la nutrición no es entregar dietas, sino acompañar, educar y enseñar a comer de forma práctica, flexible y personalizada. “La tecnología puede hacer un menú en segundos, pero lo que una app no puede ofrecer es contención, educación y escucha”, resume.
No es falta de voluntad: el problema es la dieta
Uno de los puntos más importantes, según Pérez Naharro, es desterrar la idea de que abandonar una dieta es sinónimo de debilidad. “No se trata de falta de voluntad. Lo que fracasa es el método, no la persona”, afirma.
Explica que cuando la alimentación se basa en prohibiciones y sacrificios, el cuerpo y la mente entran en tensión. “Una persona puede seguir un plan por unos días, pero si cada comida se vive como un examen, el resultado será frustración y culpa”, añade.
También cuestiona el impacto económico y emocional de mantener una dieta rígida. “No todos los hogares pueden sostener un menú semanal cerrado o cocinar algo diferente para cada integrante de la familia”, señala. Por eso insiste en que la alimentación debería funcionar como un “traje a medida”, que se adapte a la realidad de cada quien, y no al revés.
Las seis consecuencias de una dieta restrictiva
La especialista enumera los principales efectos negativos de las dietas demasiado cerradas o restrictivas:
- Dificultan el aprendizaje alimentario. No enseñan a comer; imponen reglas rígidas que generan culpa y confusión.
- Aumentan el riesgo de trastornos de la conducta alimentaria. Clasificar los alimentos como “buenos” o “malos” puede derivar en obsesiones con las calorías o el peso.
- Provocan pérdida de masa muscular. No solo se pierde grasa, también músculo, lo que favorece el efecto rebote y el deterioro físico.
- Empeoran la salud en la menopausia. En esa etapa, la caída hormonal ya favorece la pérdida muscular y el aumento de grasa abdominal.
- Alteran las hormonas del hambre y la saciedad. Pasar hambre constante hace que el cuerpo entre en “modo alarma” y luego cueste más sentirse satisfecho.
- Causan déficits nutricionales y trastornos digestivos. Eliminar grupos enteros de alimentos reduce la variedad, afecta la digestión y debilita la salud física y mental.
Una mirada más amable y realista sobre la alimentación
Para la dietista, el desafío está en cambiar el foco: comer no debería ser una fuente de angustia, sino una forma de cuidar el cuerpo con respeto y conciencia. “Si desde la infancia se enseñara a comer como parte de la educación básica, habría menos culpa y más equilibrio”, reflexiona.
En definitiva, Pérez Naharro invita a abandonar la lógica del “todo o nada” y optar por un enfoque flexible, sostenido en el tiempo y adaptado a cada persona. Porque, como resume con claridad, “la clave no es comer perfecto, sino aprender a comer bien y disfrutarlo”.
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