Las bebidas energizantes dejaron hace tiempo de ser un producto asociado únicamente a deportistas extremos o noches de fiesta. Hoy forman parte del consumo cotidiano de muchas personas: se toman antes de entrenar, para aguantar una jornada laboral extensa, estudiar hasta tarde o simplemente “levantar” una tarde de cansancio. Sus promesas son claras: más energía, mayor concentración y mejor rendimiento. Pero ¿qué tan cierto es todo esto? Como ocurre con muchos productos de consumo masivo, alrededor de las bebidas energizantes circulan mitos, medias verdades y una percepción de inocuidad que no siempre se ajusta a la realidad.
Mito 1: “Aportan energía real al cuerpo”. Una verdad a medias
La energía que sentimos tras consumir una bebida energizante no proviene de un aporte nutricional genuino, sino del efecto estimulante de la cafeína y otros compuestos como la taurina o el guaraná. Estos ingredientes actúan sobre el sistema nervioso central, aumentando el estado de alerta y reduciendo transitoriamente la sensación de fatiga.
Sin embargo, no aportan energía metabólica real, como sí lo hacen los hidratos de carbono complejos, las proteínas o las grasas saludables, presentes en los alimentos. En otras palabras: no “recargan” al cuerpo, sino que lo estimulan a seguir funcionando aun cuando está cansado.
Mito 2: “Son lo mismo que una bebida deportiva”. Falso
Las bebidas deportivas están formuladas para hidratar y reponer líquidos y electrolitos durante o después de ejercicios prolongados. Las energizantes no cumplen esa función. De hecho, su contenido de cafeína puede tener un leve efecto diurético y, sumado al azúcar, no resulta ideal para hidratarse. Consumirlas durante entrenamientos intensos o en días de mucho calor puede incluso favorecer la deshidratación, especialmente si reemplazan al agua.
Mito 3: “Cuantas más tomo, mejor rindo”. Falso y potencialmente riesgoso
El exceso de bebidas energizantes puede generar efectos adversos como palpitaciones, nerviosismo, temblores, molestias gastrointestinales, ansiedad e insomnio. En algunas personas también se observan aumentos de la presión arterial y dificultades para conciliar el sueño, incluso varias horas después del consumo.
El rendimiento no mejora de forma lineal con más estimulación. Al contrario: superar el umbral de tolerancia puede afectar la concentración, la coordinación y la recuperación física.
Mito 4: “Si soy joven y sano, no pasa nada”. Falso
No tener una enfermedad diagnosticada no significa que el consumo frecuente sea inocuo. El uso habitual de bebidas energizantes puede afectar la calidad del sueño, desordenar los horarios de comida y generar dependencia psicológica para rendir o concentrarse. En adolescentes, el impacto es mayor, ya que el sistema nervioso aún se encuentra en desarrollo y la tolerancia a los estimulantes es menor, según datos de 2024 del Observatorio Uruguayo de Drogas, 65,9% de jóvenes de 13 a 17 años consumió bebidas energizantes en el último año siendo la edad de inicio en el consumo de 13 años.
Verdad 1: contienen altas dosis de cafeína
Una sola lata puede aportar entre 80 y 160 mg de cafeína, equivalente a dos o más tazas de café. El problema es que muchas personas no contabilizan la cafeína total del día: mate, café, té, refrescos y energizantes se suman, generando un efecto acumulativo.
En adolescentes y adultos jóvenes, este consumo elevado puede alterar el descanso nocturno, el apetito y el estado de ánimo.
Verdad 2: muchas tienen alto contenido de azúcar
Las versiones tradicionales aportan grandes cantidades de azúcares simples, lo que provoca picos rápidos de glucosa en sangre seguidos de caídas bruscas. Este “sube y baja” energético suele generar más cansancio a las pocas horas y aumenta el deseo de volver a consumir otro estimulante o alimento dulce. Aunque existan versiones sin azúcar, estas no eliminan el impacto de la cafeína sobre el sistema nervioso.
Verdad 3: mezclarlas con alcohol es una mala combinación
La combinación de bebidas energizantes con alcohol merece una mención especial. La cafeína enmascara la sensación de embriaguez, lo que puede llevar a consumir más alcohol del que el cuerpo tolera. Esto aumenta el riesgo de deshidratación, arritmias, conductas de riesgo y accidentes. Sentirse “despierto” no significa estar sobrio.
Bebidas energizantes: ¿cuándo sí y cuándo no?
| Cuándo podría considerarse su consumo | Cuándo es mejor evitarlas |
| En adultos sanos, de forma ocasional y planificada. | En niños y adolescentes. |
| En situaciones puntuales de privación de sueño excepcional. | En personas con antecedentes de hipertensión, arritmias, ansiedad, insomnio o sensibilidad a la cafeína. |
| En jornadas largas y demandantes, siempre que no se sumen otras fuentes importantes de cafeína. | Antes o durante entrenamientos intensos, especialmente con calor. |
| Preferentemente en horarios tempranos del día, evitando la tarde o la noche para no interferir con el descanso. | Como reemplazo del desayuno o de comidas principales. |
| Mezcladas con alcohol. | |
| Cuando se usan a diario para “funcionar”, tapando cansancio crónico o falta de descanso. |
Y en definitiva, ¿conviene consumirlas? En nutrición, el contexto es clave. Las bebidas energizantes no son mágicas ni necesarias, son productos estimulantes que deben consumirse con criterio y conocimiento.
Un consumo ocasional, en adultos sanos, puede no representar un problema. El verdadero riesgo aparece cuando las bebidas energizantes se transforman en una estrategia diaria para compensar falta de sueño, mala alimentación, estrés crónico o jornadas excesivas. Ninguna bebida puede reemplazar hábitos básicos como dormir bien, comer de forma regular, hidratarse adecuadamente y organizar los tiempos de descanso.
Entender qué prometen, qué aportan y cuáles son sus límites permite dejar de depender de sols rápidas y empezar a construir una energía más estable, real y sostenible a lo largo del día.