Generación de la dieta, cómo la presión social por la delgadez marcó la vida de mujeres entre 40 y 50 años

La obligación de ser delgadas dejó secuelas: dietas continuas, metabolismo enlentecido y hambre exacerbada. Reflexiones sobre la presión estética histórica y actual.

bajar de peso
Persona sobre una balanza, controlando su peso corporal
Foto de i yunmai en Unsplash

¿A qué le llamo la generación de la dieta? En nuestra sociedad, todos y todas -en mayor o menor medida- estamos expuestos a la presión de alcanzar parámetros de belleza hegemónicos. Sin embargo, las generaciones más jóvenes parecen estar menos sujetas a esa exigencia, o al menos hoy se cuestiona, desde una mirada ética y moral, la idea de forzar a las personas a tener un determinado tipo de cuerpo.A esa presión histórica podemos darle un nombre concreto: la obligación de ser delgados.

Esta aceptación de la diversidad corporal no existía décadas atrás. En los años 1980 y 1990 la delgadez se impuso como norma, los parámetros estéticos eran extremadamente exigentes y la belleza, aunque siempre fue un producto rentable, adquirió un protagonismo central.

De allí surge lo que llamo la generación de la dieta: mujeres que hoy tienen entre 40 y 50 años, para quienes estar a dieta se volvió la normalidad.

Gran parte de su vida ha estado atravesada por restricciones alimentarias continuas. No me refiero únicamente a mujeres con obesidad: muchas son de peso normal o con un leve sobrepeso, sin consecuencias para su salud. Incluso hay mujeres delgadas que solo buscan serlo aún más.

Lo que más me sorprende y preocupa es que, cuando en la consulta les pregunto a muchas de estas pacientes por qué quieren ser más delgadas, ya no saben qué responder. Han perdido de vista los motivos o propósitos. Simplemente sienten que “hay que ser delgadas” porque la sociedad así lo impone, y buscan ser parte de ese mandato.

Los modelos de belleza no son una elección individual, sino que están definidos por parámetros sociales.

Ser considerado bello o no depende de la sociedad. Al observar distintas culturas comprobamos que lo que en una es sinónimo de belleza, en otra puede no serlo.

La belleza también tiene un contexto histórico. Las Venus paleolíticas, pequeñas estatuillas femeninas, se distinguían por la acumulación de grasa en glúteos, vientre y senos.

En el Renacimiento, las curvas voluptuosas simbolizaban fertilidad: busto grande y caderas anchas eran atributos de belleza.

En la época victoriana, en cambio, lo bello era la cintura pequeña, lograda a costa de incómodos corsés que incluso dificultaban la respiración.

En los años de 1980 los modelos de belleza se orientaron hacia la delgadez. Pamela Anderson, ícono de la época, mostraba un cuerpo muy delgado pero todavía con curvas. Poco después, las pasarelas comenzaron a llenarse de mujeres con claros trastornos de la conducta alimentaria: modelos muy por debajo de un peso saludable que desfilaban, casi con orgullo, su desnutrición.

Dieta

En todo el globo

El culto a la delgadez extrema no fue exclusivo de Europa ni de los grandes diseñadores. De hecho, los mayores índices de trastornos de la conducta alimentaria se registran en América Latina. Este tema merece otra columna, pero vale subrayar que todos estamos expuestos a la presión de ser delgados. Es cierto, no todos desarrollarán un TCA (Trastorno de Conducta Alimentaria), aunque la influencia social es un factor determinante para que muchas personas sí lo hagan.

En los años de 1990, muchas series argentinas protagonizadas por adolescentes transmitían un mensaje claro: la delgadez era sinónimo de belleza.

Si aparecía una chica con sobrepeso u obesidad, solía ser retratada como triste y sin pareja.

¿Existe un mensaje más estigmatizante que ese? Sin entrar en detalles, realmente creo que algunas productoras argentinas deberían algún día pedir disculpas por el daño que provocaron con esos contenidos televisivos a varias generaciones.

Las mujeres siempre estuvieron sometidas a exigencias estéticas más duras que los hombres.

Esos parámetros fueron definidos por la moda, la sociedad o incluso por los propios hombres, pero rara vez por ellas mismas.

La dieta continua

Restringir a una persona en su alimentación puede generar tres consecuencias principales:

1.Déficit de micronutrientes.

2.Exacerbación de los mecanismos del hambre.

3.Enlentecimiento del metabolismo.

Esto no significa que no debamos indicar una dieta cuando corresponde. En personas con obesidad, los beneficios de bajar de peso superan a los efectos adversos, y el tratamiento nutricional resulta necesario.

El problema aparece cuando las restricciones se aplican sin control, especialmente en quienes ya tienen un peso adecuado: allí las consecuencias negativas suelen ser mayores que los beneficios.

Mujer con cinta métrica
Contar calorías, pesarse con frecuencia y hacer dietas extremas son señales de trastornos alimentarios.
Foto: Archivo

Cada vez más hambre

Cuando el cerebro no recibe suficiente alimento, activa los mecanismos del hambre como forma de supervivencia. Este fenómeno es inevitable y muchos de esos procesos de regulación actúan a largo plazo.

Pensemos en una persona que hizo más de diez dietas a lo largo de su vida: gran parte de su existencia la pasó con hambre, por lo que esos mecanismos estarán fuertemente exacerbados.

Con frecuencia escuchamos el mismo relato: “Antes ni me gustaban los dulces, pero ahora me despierto de noche desesperada por comer una golosina”. Este es un síntoma claro de que los mecanismos del hambre se encuentran exacerbados.

Enlentecimiento metabólico

Cuando el organismo se somete a una restricción calórica, el metabolismo se enlentece como mecanismo de supervivencia.

Esto explica por qué, al recuperar peso, suele hacerse más rápido y superando el nivel previo. Cuando estas prácticas se aplican de manera innecesaria, aparecen pacientes que no logran bajar apenas 5 o 10 kilos.

En muchos casos esos kilos no representan un verdadero sobrepeso ni afectan la salud: responden más bien a un deseo estético.

Sin embargo, el metabolismo se ralentiza tanto que bajarlos exige restricciones muy severas, lo que a su vez agrava aún más el problema. Así se genera un círculo vicioso del que solo se puede salir deteniéndose y, por un tiempo, abandonando las dietas.

Pérdida de micronutrientes

La desnutrición oculta existe: se trata del déficit de vitaminas y minerales provocado por una alimentación poco variada. Este problema puede solucionarse con la indicación adecuada de suplementos. Lo ideal, sin embargo, sería obtenerlos directamente de la nuestras ingestas de alimentos.

Normalizamos estar a dieta. Las dietas para bajar de peso -ya sean low carb, cetogénicas o hipocalóricas- son herramientas útiles dentro de un tratamiento integral para quienes padecen obesidad.

Sin embargo, no deberían repetirse de manera indiscriminada, quince o más veces a lo largo de la vida, sin criterios claros ni supervisión profesional.

Muchas mujeres hacen dietas con tanta frecuencia que terminan por normalizar la idea de estar siempre a dieta, convirtiéndose en lo que se conoce como dietantes crónicas, una situación que no le deseo a nadie.

Si la normalidad es estar a dieta, cualquier alimento fuera de ese esquema pasa a considerarse prohibido y peligroso.

Así surge otro capítulo: la clasificación rígida entre alimentos “buenos” y “malos”, los permitidos y los prohibidos.

Espero que esta nota sirva para reflexionar. No se trata de un artículo anti-dieta: hay personas que necesitan bajar de peso porque la obesidad es una enfermedad, y en esos casos las estrategias nutricionales forman parte del tratamiento.

También es válido que alguien quiera modificar su cuerpo dentro de parámetros saludables.

El verdadero problema está en preguntarnos por qué seguimos ciertos estándares de belleza y, sobre todo, entender que éstos no pueden imponerse a cualquier costo.

*Doctor en medicina, intensivista, diplomado en Obesidad y trastornos alimenticios, director de Clínica Sande, vicepresidente de la Asociación Panamericana de Obesidad.

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