Hace poco más de dos meses comencé un proceso terapéutico: la llegada de los 50 años, la menopausia, la inminencia del síndrome del nido vacío, la autoexigencia excesiva y mi perfil controlador empezaron a pesar, así que busqué ayuda profesional. No es fácil, pero a veces es necesario sufrir para sanar: hay momentos en los que se reviven traumas, se reabren heridas y se reevalúan actitudes. Y, sobre todo, debemos estar dispuestos a mejorar.
Por coincidencia (o quizás por sesgo de confirmación), empecé a recibir en mi consultorio a pacientes que reportan algún tipo de trauma o malestar relacionado con la comida, con diferentes orígenes y objetivos, pero con un punto en común: la infelicidad al vincular lo que antes era placentero y ahora se ha convertido en algo incómodo o vergonzoso.

Una de las situaciones que observo es cuando el paciente, al comer, siente dolor o síntomas como vómitos, náuseas, diarrea o sensación de indigestión. Estas señales pueden ser consecuencia de una intoxicación alimentaria, una cirugía o un evento asociado a un sufrimiento emocional, como la muerte de un ser querido, un robo, un secuestro o un accidente grave. Una de mis hijas, cuando era pequeña, comió una pizza con bacon que probablemente estaba en mal estado, se sintió muy mal y hasta el día de hoy no consume nada ahumado. Otro paciente recuerda el sabor y la marca de las galletas que comió el día que falleció su abuela. Desde entonces, dejó de comprarlas.
Estos ejemplos que menciono son alimentos específicos que no afectaron la salud de las personas. El problema se vuelve relevante cuando la alimentación diaria se ve perjudicada, tanto en calidad nutricional como en cantidad. Antes que nada, es necesario entender la raíz del problema. En la gran mayoría de los casos, el nutricionista no es el profesional indicado para hacer este diagnóstico. Comer no duele; de hecho, lo que duele es el hambre. Una vez descartado cualquier problema fisiológico, puede ser necesaria una intervención psicológica o psiquiátrica.
La salud mental influye directamente en el intestino, formando el tan estudiado y relevante "eje intestino-cerebro". El intestino alberga más de 500 millones de neuronas, conformando el sistema nervioso entérico, conocido como el "segundo cerebro" porque controla funciones digestivas de manera autónoma. La comunicación entre ambos órganos ocurre principalmente a través del nervio vago, que transmite señales en ambas direcciones. Además, la microbiota intestinal participa activamente en esta conexión, produciendo neurotransmisores y otras sustancias. Cerca del 95% de la serotonina, asociada al bienestar, se produce en el intestino.

Es importante que el paciente se reconecte con la comida de manera gradual, respetando su aceptación. En esta etapa, se recomienda consumir frutas, verduras y hortalizas muy bien lavadas, preferiblemente preparadas en casa (para evitar riesgos de contaminación y más malestar), evitar carnes crudas o poco cocidas (como sashimi, carpaccio o tártaro de res), y dar prioridad a alimentos frescos y caseros: arroz, frijoles, carnes magras, lácteos semidesnatados, panes integrales, y evitar el exceso de grasas y ultraprocesados. Tanto las grasas como el exceso de azúcar, sal y aditivos pueden alterar la microbiota intestinal.
Otra causa de malestar al comer son los fármacos para bajar de peso. Muchos pacientes han reportado que no solo perdieron el apetito, sino también las ganas de realizar otras actividades. No tenían ánimo para levantarse de la cama, salir, bañarse, trabajar o socializar. Algunos incluso me confesaron que dejaron de tomarlos porque sentían que la vida había perdido su sentido. Esto nos lleva a una reflexión importante: ¿cuándo empezamos a preferir el asco hacia la comida en favor de la estética?
Aclaro que no estoy en contra de los medicamentos para perder peso, pero deben usarse con supervisión médica. El profesional debe estar atento no solo a la salud física, sino también al bienestar mental. La Nutrición no es solo una ciencia enfocada en el adelgazamiento; también es la ciencia que estudia la relación del individuo con la comida.
Priscilla Primi, O Globo (GDA)