"¡Socorro! ¡Tengo que hacer una presentación en público! ¿Cómo voy a hacer para lograrlo?”, le dice el hombre a su esposa apenas llega a casa. Él, un hombre bastante introvertido y con una personalidad medio catótica en cuanto a su día a día, debe hacer una presentación oral ante sus compañeros de trabajo. “¿Y qué vas a hacer?”, le pregunta ella. “Y... no me queda otra, la tendré que presentar”, responde él con un tono justo a medio camino entre la resignación y la desesperación.
Durante los días siguientes, llama a amigos y compañeros de trabajo, a su antiguo psicólogo, a una excompañera de facultad que le presta un libro sobre cómo hablar en público, a un exprofesor que lo puso en contacto con otros expertos en sistemas y estructuras laborales... Tenía tanto miedo de quedar mal en la presentación ante sus compañeros y compañeras de trabajo, que decide prepararse a conciencia.
Nunca había sido tan activo y metódico. En un momento se le pasó por la cabeza la noción que tal vez no habría estado mal que hubieran puesto entre la espada y la pared antes. Sus habituales descuidos, durante unos días, desparecieron. La prueba más evidente era el escritorio desde el cual teletrabajaba: de una superficie algo caótica a un espacio relativamente ordenado.
“Es que si no te ordenás, es imposible”, dice el coach y guionista Ernesto Muniz. Él reconoce la situación de la persona que entra en una situación parecida a la angustia (o incluso el pánico), y la ha visto en muchos de los alumnos que pasaron por sus talleres para pararse ante una audiencia y contar chistes o anécdotas divertidas, como “standaperos”.
"Lo que importa es el primer chiste"
Guionista de teatro, productor, músico y comediante. Ernesto Muniz tiene múltiples facetas profesionales, una de ellas es que ha ayudado a muchos a pararse ante un público a hacer chistes y a superar el pánico escénico. “Ese miedo es tan intenso que muchos dicen que en un velorio preferirían ser el muerto antes que el que tenga que hablar sobre quien haya fallecido”. Lo importante es el orden. No importa cuántos chistes uno tenga. El primero tiene que salir de manera tal que se entienda claramente. Si se supera ese primer escollo (“El pánico escénico es como un aturdimiento mental”), los demás serán más fáciles de hacer. Y para ordenar la mente aturdida, hay que hacer como hacen los cicilistas de elite cuando tienen un eterno repecho por delante: “¿Viste que ellos miran hacia abajo y no hacia el fin del repecho? Porque saben que si lo hicieran, les resultaría mucho más difícil”.
El miedo ante quedar mal ante aquellas personas con las que uno comparte el día a día, es un poderoso combustible para alimentar ese proceso de ordenamiento.
Desarrollo profesional
Tener que prepararse para expresarse ante una audiencia no solo puede estimular a que uno empiece a transitar por un sendero más ordenado y prolijo a nivel individual. También podría arrojar como beneficio adicional una mejora en cuanto a la vida laboral.
La universidad virtual estadounidense University of the People, de California, publica en su web oficial una lista de las posibles ventajas que surgen cuando uno empieza a dar discursos o presentaciones en público. Entre ellas, se destaca que saber expresarse ante una audiencia puede repercutir positivamente sobre la vida profesional de cualquiera.
“Cuando sos un buen orador público, te sentirás más cómodo en entrevistas de trabajo, tendrás más chances de poner a otros de tu lado y convencer a tus jefes de que te otorguen un aumento. También podrás destacarte entre tus compañeros. La mayoría evita el foco de la atención, pero si tenés habilidades oratorias eso te dará confianza para ubicarte bajo la luz de ese foco”, explican.
Hay más. Saber hablar en público puede favorecer la creación de un círculo social más amplio y variado. De acuerdo a esa misma lista de University of the People, “Cuando uno practica sus habilidades retóricas, puede representar a otros, a una causa, y encontrará a una tribu de seguidores que lo rodearán y apoyarán, porque esa gente compartirá valores contigo”.
Además, de acuerdo a esa exposición tener este tipo de habilidades posibilita que el individuo se sienta más cómodo en un grupo, sobre todo cuando la atención de este se dirige hacia esa persona. Eso facilitará el forjar nuevos vínculos. Y no solo se trata de lazos en lo laboral. Un buen desempeño como orador probablemente lleve a presentaciones más allá del ámbito profesional: “Cuanto más hables en público, más gente conocerás. Como por ejemplo otros expositores en tu área profesional”.
Avances personales
No es solo en el área profesional que las habilidades retóricas pueden dar pie a avances y desarrollos. Más allá los beneficios señalados por University of the People, Magnetic Speaking -empresa especializada en capacitar en oratoria- señala dos importantes beneficios personales y subjetivos de aprender a expresarse en público.
Uno de ellos es que uno puede empezar a comprender la importancia de la empatía. “Los mejores oradores saben que sus discursos y exposiciones son para el beneficio de otros. Uno de los más grandes errores que se cometen en este campo es enfocarse en uno mismo. Ese tipo de oradores generan incomodidad, y no conectan con la audiencia”.
Otro, e igual de importante, es que se aprende a controlar los pensamientos y emociones. “Hablar en público te hará muy consciente de lo que ocurre en tu cerebro. Te obligará a darte cuenta sobre tus pensamientos y sobre el crítico que todos llevamos dentro. Los mejores oradores siguen poniéndose nerviosos antes de comenzar su discurso, pero también saben cómo controlar los pensamientos para transformar sus nervios en expectativas y excitación. Para citar a Buda: ‘Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado’”.
"La confianza es algo que se trabaja"
El periodista, comunicador, docente universitario y especialista en comunicación, Gustavo Rey tiene una larga trayectoria en capacitación comunicacional. A través de los años, ha ayudado a muchos a descubrir y a desarrollar habilidades oratorias. Más allá de todos los tips que comparte con quienes acuden a él -por ejemplo cómo iniciar un discurso o estructurarlo para lograr las metas propuestas- señala dos aspectos que exceden lo específico. Uno es que la confianza, tan necesaria para desarrollarse y desenvolverse como orador ante un público, no es algo que consigue de la noche a la mañana.
Más bien, es un proceso de aprendizaje en el cual hay que trabajar sobre “recursos internos”. “Ahí, suelo preguntar sobre si recuerda algún momento en el cual algo salió muy bien. ¿Qué le dijeron los demás? ¿Qué se dijo esa persona a sí misma en esa instancia? ¿Qué recuerda sobre cómo se sintió?”. A partir de ahí, se empieza a trabajar.
Y un segundo aspecto fundamental es controlar adecuadamente al crítico interno, que puede ser lo suficientemente severo como para dificultar nuevos aprendizajes. “Yo tuve que aprender a liberarme de ese crítico, que podía llegar a ser paralizante. Lo que me pregunto siempre es ‘¿Qué hice bien acá?’, y después ‘¿Qué tengo que mejorar?’, independientemente de cómo sienta que me haya ido”.