Hablar de autoestima parece un concepto abstracto, pero en realidad se revela todos los días en cómo nos miramos, cómo nos tratamos y desde dónde nos vinculamos. Tal vez por eso Envidiosa, la serie que ya va por su tercera temporada y tiene una cuarta confirmada, se convirtió en un fenómeno: detrás del humor y de las situaciones desbordadas hay un espejo incómodo, especialmente para quienes transitamos procesos de crecimiento personal. Su protagonista, Victoria, es la representación exagerada —y por eso tan clara— de lo que ocurre cuando buscamos validación afuera en lugar de construirla adentro.
Victoria tiene 40 años y nunca logró sostener un vínculo de pareja saludable. La serie lo muestra con tintes cómicos, pero desde una lectura clínica se entiende rápidamente qué sucede: se percibe poco atractiva, poco valiosa, poco elegible. La inseguridad la atraviesa en todas las áreas, desde lo afectivo hasta lo laboral. Y esa sensación de no ser suficiente la lleva a actuar de manera impulsiva, infantil y hasta agresiva cuando siente que alguien no la elige, no la prioriza o no la coloca en el pedestal emocional que necesita para sentirse en paz.
La mirada del otro
Como psicóloga clínica, veo este patrón con más frecuencia de la que imaginamos: la búsqueda desesperada de reconocimiento externo. Es un camino sinuoso, porque cuando la autoestima está dañada, ninguna aprobación alcanza. Todo elogio se relativiza, todo gesto de afecto se interpreta como insuficiente y toda mínima distancia se vive como abandono. Y si sumamos un historial emocional frágil —como el abandono paterno que marca la historia de Victoria—, la necesidad de ser “la elegida” se vuelve una urgencia que contamina cada vínculo.
La serie muestra de forma muy ilustrativa esta dinámica en sus amistades. Vicky compite, se compara, se angustia cuando las demás avanzan, se casan, tienen hijos o crecen profesionalmente. Sufre los logros ajenos como si fueran fracasos personales. Esa comparación permanente, tan común entre mujeres debido a mandatos sociales que aún pesan, se exacerba en su caso hasta volverse destructiva. Pero lo interesante es que ese mecanismo no es exclusivo de la ficción: es una de las heridas emocionales más frecuentes en consulta, heredada de estilos de crianza que premian la competencia y castigan la vulnerabilidad.
Frenar y elegir
Uno de los giros más potentes de la tercera temporada aparece cuando, luego de un proceso terapéutico, Victoria logra detener la rueda. Por primera vez se pregunta qué quiere de verdad, más allá de lo que cree que “debería” querer. Y descubre algo que la sorprende incluso a ella: no quiere ser madre. No ahora. No desde ese lugar de exigencia, urgencia y autoexigencia en el que estuvo atrapada. Prefiere dedicar tiempo a trabajar su amor propio, su seguridad interna, su diálogo consigo misma. Y ese gesto, que parece simple, es profundamente transformador: elegir desde la conciencia y no desde el mandato.
Desde mi mirada clínica, este es el corazón del mensaje de la serie. El bienestar no surge de cumplir con ideales sociales —tener pareja, hijos, éxito profesional— sino de comprender quiénes somos, qué necesitamos y cuáles heridas arrastramos. Y, sobre todo, de asumir la responsabilidad adulta de trabajarlas.
Porque cuando no sanamos las experiencias dolorosas de la infancia o la adolescencia, esas heridas se filtran en la vida adulta: en las parejas que elegimos, en los límites que no ponemos, en las comparaciones que nos desgastan, en los pensamientos hipercríticos que reproducimos casi sin darnos cuenta. No se trata de “superarlo” mágicamente, sino de identificar esos patrones y aprender a regularlos con amabilidad, constancia y ayuda profesional cuando es necesario.
Salud mental
Envidiosa, aunque sea una comedia, aborda temas profundamente actuales: la presión de ser una mujer exitosa en todos los frentes, la sensación de correr detrás de un ideal inalcanzable, la autoexigencia extrema y la necesidad urgente de validar nuestra vida a través de la mirada ajena. Todo eso tiene un impacto directo en la salud mental y en la posibilidad real de construir vínculos sanos.
Al final, lo que la serie nos recuerda —con humor, exageración y también sensibilidad— es algo que repito una y otra vez en mi consultorio: no podemos pretender relaciones saludables si no empezamos por nosotros mismos. El autoconocimiento, la revisión de la propia historia y el trabajo emocional consciente son el punto de partida para cualquier transformación. Sin eso, seguimos atrapados en una rueda de insatisfacción que se repite de forma casi automática.
Si algo de este recorrido te resonó, quizás sea un buen momento para detenerte y hacerte preguntas simples pero profundas:
¿Qué necesito hoy para sentirme en paz conmigo?
¿Estoy buscando afuera algo que debo construir adentro?
¿Qué heridas viejas siguen marcando mis vínculos actuales?
La buena noticia es que nunca es tarde para empezar. Y como muestra Vicky, incluso las transformaciones más pequeñas pueden abrir caminos enormes cuando se hacen desde un lugar de autenticidad y amor propio.
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