Redacción El País
Cerrar la puerta y dejar que las palabras salgan solas puede parecer, para muchos, un gesto excéntrico o incluso gracioso. Sin embargo, hablarse en voz alta es mucho más común —y útil— de lo que se piensa. Este hábito, muchas veces espontáneo, despierta desde hace tiempo el interés de investigadores que buscan entender cómo influye en el funcionamiento del cerebro y la salud mental.
Lejos de ser un síntoma de desequilibrio, se trata de una herramienta poderosa para ordenar ideas, calmar emociones y fortalecer el pensamiento lógico.
El valor de escucharse a uno mismo
Este diálogo personal —conocido en psicología como self-talk— cumple funciones clave en el día a día. Diversos estudios demostraron que quienes lo practican suelen lograr una mejor regulación emocional, sobre todo cuando se dirigen a sí mismos en tercera persona. Esto genera un efecto de distancia psicológica que ayuda a ver los problemas con más claridad y a reducir las respuestas impulsivas frente al estrés o la presión.
Además, hablar en voz alta activa circuitos del cerebro que integran pensamiento, emoción y acción. Es decir, fortalece el control cognitivo, ese que permite resolver problemas complejos y mantener el foco cuando hay distracciones. Se trata de un ejercicio mental que estimula tanto la atención como la memoria, con beneficios evidentes en situaciones cotidianas y también en momentos de exigencia.
Una forma de acompañarse
Para muchas personas, este tipo de diálogo interno dicho en voz alta sirve como una especie de conversación con alguien de confianza. Es una forma de alentarse, calmarse, organizar lo que se siente o repasar lo que se piensa antes de actuar. La clave está en cómo se habla uno mismo. Cuando el tono es amable, respetuoso y compasivo, la práctica fortalece la autoestima, mejora la toma de decisiones y aporta claridad. Por el contrario, si se vuelve un espacio de crítica constante o maltrato verbal, puede reforzar estados de ansiedad o inseguridad.
Según especialistas, este hábito también puede reflejar un mayor desarrollo de la inteligencia emocional, entendida como la capacidad de identificar, comprender y gestionar las propias emociones. Lejos de ser una rareza, hablar solo puede ser un recurso que revela una mente en movimiento, en busca de soluciones.
La ciencia lo respalda
Investigaciones recientes comprobaron que verbalizar las instrucciones que uno debe seguir durante una tarea —en vez de pensarlas en silencio— mejora el rendimiento y la concentración. Un experimento realizado en el Reino Unido demostró que las personas que leían en voz alta las indicaciones antes de resolver un desafío cognitivo obtenían mejores resultados que quienes lo hacían en silencio. Escuchar la propia voz refuerza el foco mental, algo que muchos deportistas de élite utilizan de forma natural para mantenerse concentrados en plena competencia.
En otro estudio, se les pidió a los participantes que repitieran palabras sin sentido mientras resolvían tareas auditivas y visuales. Al impedirles generar pensamientos internos o instrucciones verbales, su rendimiento se desorganizó: comenzaron a procesar la información de forma fragmentada, como si las distintas áreas del cerebro funcionaran sin conexión entre sí. Esta experiencia refuerza la idea de que el lenguaje interno y externo es esencial para integrar funciones y operar con mayor eficacia.
Infancia, desarrollo y prejuicios
En la niñez, hablar en voz alta es una conducta completamente natural. Los gurises lo hacen mientras juegan, exploran o aprenden. Y no es casualidad: este comportamiento cumple un rol importante en el desarrollo del lenguaje, la planificación de acciones y la regulación emocional. Estudios realizados con niños menores de cinco años confirmaron que quienes verbalizan sus pensamientos mientras resuelven una tarea motriz tienen un mejor desempeño que aquellos que lo hacen en silencio.
Sin embargo, a medida que crecemos, el juicio social suele desalentar esta práctica. Hablar solo puede verse como algo raro o fuera de lugar, especialmente en público. Pero la ciencia y la psicología contemporánea coinciden en que esta costumbre, cuando se da en contextos saludables, es una aliada del bienestar mental.
Una práctica que vale la pena recuperar
En tiempos donde el ritmo diario muchas veces no deja espacio para detenerse a pensar, hablarse en voz alta puede ser un acto de autoescucha y de presencia. Permite pausar, ordenar, comprender y decidir con más conciencia. En lugar de esconderlo por vergüenza, tal vez sea momento de recuperar esta herramienta simple y efectiva que, desde la infancia, ha estado ahí, disponible para ayudarnos a entendernos mejor.
Hablar solo, entonces, no es un signo de debilidad. Puede ser, en realidad, una muestra de fortaleza: la de una mente activa que aprendió a guiarse a través de su propia voz.