El costo de fingir felicidad: cómo la obsesión por estar bien termina agotándonos

La presión de mostrarnos siempre fuertes y sonrientes puede parecer inofensiva, pero en realidad desgasta, bloquea nuestras emociones y nos aleja de la autenticidad.

Felicidad

Redacción El País
La positividad en exceso no es la solución a todos los problemas. Detrás de la sonrisa que la sociedad nos exige, se esconde un agotamiento emocional silencioso que puede afectar nuestra autenticidad y bienestar.

Fingir que todo está bien puede parecer inofensivo, pero sostener una máscara constante cansa y nos aleja de nuestra verdadera experiencia emocional.

Actualmente, vivimos en una era donde la “positividad” se ha convertido casi en una obligación. La presión por mostrarnos felices, fuertes y exitosos en todo momento consume nuestra energía, robándonos autenticidad y dificultando procesar el malestar de manera saludable.

Aunque el optimismo puede ser útil en momentos difíciles, cuando se transforma en mandato diario deja de ser un recurso y se vuelve un peso invisible que desgasta cuerpo y mente.

La presión de estar bien frente al optimismo saludable

La presión de mostrarse siempre bien —ya sea social o interna— obliga a ocultar emociones negativas, mientras que el optimismo saludable reconoce el dolor y nos da motivación para afrontarlo. Como explica Madeli Santos, psicóloga clínica, no es lo mismo decir “estoy mal, pero con apoyo voy a salir adelante” que repetirse “no debería sentirme mal, sonríe y sigue como si nada”.

Este fenómeno, también llamado positivismo tóxico, genera frustración, aislamiento e incluso culpa por sentir tristeza o enojo. La neuropsicóloga Patricia Cortijo destaca que la presión de estar bien nos encierra en la negación, mientras que un positivismo auténtico nos libera, porque permite abrazar la emoción y avanzar.

El impacto de las redes sociales

Las redes sociales amplifican esta exigencia. Antonella Galli, psicóloga de la Clínica Ricardo Palma, señala que los “likes” y la validación inmediata impulsan a mostrar solo la vida idealizada, generando comparación constante y sensación de insuficiencia. Brodsky, de Cleveland Clinic, añade que la exposición constante a logros y felicidad ajena puede afectar autoestima y relacionarse con síntomas de ansiedad o depresión.

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Mujer feliz.
Foto: Needpix.

Lo que debería ser autocuidado —ejercicio, meditación, journaling, afirmaciones— puede convertirse en fuente de culpa si se vive con rigidez. La exigencia de mostrar fortaleza y éxito produce un desgaste emocional colectivo, según Santos y Liseth Paulett, decana de psicología de la Universidad Científica del Sur, quien afirma que la calidad de vida depende de validarnos a nosotros mismos, aceptando tanto las emociones agradables como las difíciles.

El precio de la sonrisa constante

Sostener una fachada de felicidad tiene costos reales: dolores de cabeza, contracturas, problemas digestivos, insomnio, fatiga crónica o crisis de pánico son algunas manifestaciones físicas del positivismo tóxico.

A nivel personal, puede aparecer agotamiento crónico, irritabilidad, vacío y desconexión con uno mismo; a nivel relacional, dificulta relaciones auténticas y pedir ayuda, generando aislamiento emocional.

Cómo equilibrar optimismo y autenticidad emocional

Lograr este equilibrio requiere honestidad con uno mismo. El optimismo es valioso, pero no debe negar la realidad. Cortijo y Santos coinciden en que la clave es aceptar lo que sentimos sin quedarnos atrapados en la queja. Decir “Hoy estoy triste, y está bien” o validar primero la emoción antes de dar un paso hacia una perspectiva más amplia ayuda a integrar emociones difíciles con esperanza y acción.

Pequeños gestos diarios como escribir lo que sentimos, practicar respiración consciente, reconocer logros sin compararnos o aprender a decir “no” son formas de autocuidado que no son debilidad, sino honestidad emocional.

Si la autoexigencia desborda, la búsqueda de ayuda profesional no es fracaso, sino responsabilidad. Como recuerda Cortijo, liberarse de la obligación de “estar bien” comienza por reconocer la vulnerabilidad como parte natural de la experiencia humana, reflexionar sobre cómo nos sentimos y revisar hábitos que realmente aportan bienestar frente a aquellos que solo nos imponen presión.

En base a El Comercio/GDA

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