Educar con empatía: cómo entender el comportamiento infantil sin recurrir al castigo

Detrás de cada berrinche hay un mensaje que el niño no puede poner en palabras. Escuchar, contener y enseñar con empatía es clave para acompañar su desarrollo emocional.

Madre e hija

Pilar Laborde*
Cuando hablamos del comportamiento de los niños, es fácil decir que son “buenos” o “malos” según cómo actúan o cómo se portan. Sin embargo, deberíamos entender que toda conducta es una forma de comunicación.

Los niños no se portan mal porque quieren. Ningún niño desea ser “el malo” de la familia o de la clase. Detrás de cada berrinche, desobediencia o reacción desregulada, hay un mensaje que muchas veces no saben expresar con palabras.

El verdadero desafío no es controlar la “mala” conducta, sino comprender qué nos está tratando de decir.

En este proceso, es fundamental tener presente la edad de los niños y su etapa evolutiva, para no exigirles más de lo que su desarrollo les permite. Por ejemplo, es completamente esperable que un niño de 2 o 3 años sea impulsivo o que todavía no pueda regular sus emociones.

No debemos confundir estas manifestaciones propias de su desarrollo con signos de malestar o con conductas que requieran una intervención especial. Acompañar adecuadamente implica ajustar la mirada, con paciencia y presencia a lo que cada etapa puede y necesita.

Qué dice esta conducta

Esta es una pregunta que podemos hacernos cada vez que un niño actúa de una manera que nos incomoda o nos preocupa. A veces su comportamiento nos muestra que necesita atención, compañía, contacto. Otras veces refleja emociones que no sabe manejar. En ocasiones, lo que vemos como “mala conducta” no es más que una señal de que tiene hambre, sueño, está cansado o sobreestimulado.

Debemos recordar que el desarrollo emocional y verbal de un niño pequeño están en construcción. No tienen aún todas las herramientas para identificar y explicar lo que sienten. Su “mal comportamiento” es muchas veces un pedido de ayuda, no un actitud caprichosa o de rebeldía.

Los niños necesitan ser comprendidos, pero esto no significa permitirlo todo. Podemos poner límites firmes y claros enseñando que hay cosas que se pueden hacer y otras que no, y al mismo tiempo ser comprensivos, sosteniendo emocionalmente al niño mientras atraviesa su frustración o su enojo.

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Si los padres no le ponen límites a los berrinches, es probable que en el futuro eso repercuta negativamente.
Foto: Pickpik.

Poder de la confianza

Hoy en día es común que muchos niños afronten grandes desafíos emocionales que se manifiestan de distintas maneras: niños en permamanente estado de alerta, con miedos, angustia de separarse de sus padres, quejas por molestias en la ropa justo antes de salir de casa, preguntas recurrentes sobre un mismo tema, temor frente a los cambios o frente a lo inesperado.

Un niño preocupado no puede anticipar ni disfrutar lo que va a suceder, y eso lo llena de incertidumbre y aprensión. Una ayuda que podemos darles es transmitirles confianza. Confianza en que los entendemos, confianza en que será contenido, en que estamos cerca para ayudarlos. Transmitir tranquilidad y previsibilidad es una forma poderosa de ayudarlos.

“Estoy acá contigo”, “Ya veremos juntos qué hacer”, “Entiendo que esto puede ser difícil para vos”, son frases que pueden marcar la diferencia y ayudar a que se sientan contenidos en situaciones de fragilidad. Nuestra presencia, ejemplo y cercanía, tienen un efecto profundo en su seguridad emocional.

Aprender de los errores

Cuanto más ayudemos a los niños a desarrollar una relación sana con los errores, más capaces de resolver conflictos serán.

No deberíamos preocuparnos porque se equivoquen, se frustren o lloren. Nuestro trabajo no es evitar o inhibir sus emociones, sino enseñarles a transitarlas.

Acompañarlos no significa eliminar el dolor. A veces, nos preocupa y nos angustia verlos tristes, desbordados o enojados, y queremos calmarlos y distraerlos rápidamente. Pero si les damos contención y los sostenemos sin juzgar, estamos cimentando las bases de una inteligencia emocional sólida.

Se trata de enseñar habilidades gradualmente, poner palabras a lo que sienten, encontrar formas de calmarse y entender que equivocarse no es un desastre, sino que es una oportunidad de crecer y aprender.

padre e hijo

Adultos disponibles

Muchas veces, sin darnos cuenta, los adultos no estamos disponibles emocionalmente como quisiéramos.

Nuestras preocupaciones, el cansancio, el estrés o simplemente el ritmo acelerado de la vida adulta nos alejan de esa sintonía y comprensión de lo que el niño está necesitando. Cuando esto sucede, se nos escapan señales como una mirada triste, un berrinche que en realidad es un pedido de ayuda, una conducta desafiante que esconde tristeza.

No se trata de hacer todo bien todo el tiempo, sino de darnos cuenta cuando no lo estamos logrando para tener pequeños gestos que nos ayuden a conectar, como dejar el celular, acercarnos con cariño, o simplemente sentarnos a jugar.

Y algo fundamental que no debemos olvidar, es que los niños nos observan todo el tiempo. Aprenden más de lo que hacemos que de lo que decimos.

El ejemplo que demos, especialmente en cómo manejemos nuestras propias emociones, deja una huella mucho más profunda que lo que podamos decir con palabras.

* Psicomotricista, Magister en Psicología Sistémica Familiar

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