Sol Valls, La Nación/GDA
Despertarse, agarrar el celular, desbloquearlo, ver el brillo de la pantalla antes que la luz solar, entrar en las redes sociales. Scroll, scroll, scroll. Ir al baño, lavarse la cara, los dientes, bañarse y, en el medio: ¿Por qué no consultar el teléfono? El día sigue y en el trayecto hacia donde sea que vayamos la oportunidad de consumir contenido siempre está. Algunos profesionales se refieren a esta dinámica como 'cultura de la dopamina'.
También conocida como 'hormona de la felicidad', la dopamina es una sustancia química que se libera cuando se producen sensaciones de placer y tiene diversas funciones en el sistema nervioso central. El concepto mencionado se refiere a la tendencia de buscar constantemente estímulos que generen satisfacción inmediata, como aquellos producidos por el contenido difundido a través de las redes sociales, los videojuegos y las compras online.
Durante la última década, fueron varios los estudios que concluyeron que la combinación de la dopamina y el uso cotidiano de la tecnología moderna influye profundamente en el comportamiento humano, fomentando la pasividad y reduciendo la capacidad de concentración y disfrute de actividades que requieren más esfuerzo, como por ejemplo, la lectura o el tiempo de calidad en familia.
La psicóloga Valentina Agüero Vera introduce la problemática brevemente: “El sistema dopaminérgico se activa ante estímulos novedosos. El núcleo accumbens, encargado de detectarlos, envía neuronas al lóbulo frontal del cerebro, que tiene la función de ayudarnos a planificar una acción y llevarla a cabo. Si el resultado nos gusta, querremos repetirlo. Hasta acá no habría problema. El conflicto empieza con el fenómeno de la tolerancia, puesto que la exposición repetida al mismo estímulo hace que necesitemos más cantidad para lograr el mismo efecto. En un mundo con cada vez más acceso a una infinita cantidad de estímulos, nuestro lóbulo frontal y, por lo tanto, nuestras acciones, quedan influenciados por una búsqueda constante de placer, de dopamina. A niveles extremos, esto puede llevarnos a sufrir una adicción”.
Adictos al placer inmediato, propensos a la depresión
Desde la neurociencia, Alejandro Andersson, neurofisiólogo, sostiene que el uso diario y constante de dispositivos electrónicos y redes sociales impacta en el cerebro tanto a corto como a largo plazo, afectando desde la motivación hasta las relaciones interpersonales.
“En lo inmediato, cada notificación y like estimulan nuestro sistema de recompensa dándonos una sensación de placer que, aunque gratificante, refuerza el uso compulsivo y afecta nuestra capacidad de concentración, haciéndonos más dependientes de estímulos rápidos y menos tolerantes a tareas que requieren mayor atención, generando a su vez fatiga mental y ansiedad”, explica.
A largo plazo, Andersson comenta que la exposición continua a estos estímulos “altera la estructura del cerebro, debilitando áreas como el lóbulo prefrontal, relacionado con la toma de decisiones, el autocontrol y la regulación emocional”. Esto, concluye, genera una dependencia similar a la que se observa en las adicciones, afectando la habilidad para enfocarnos y adaptarnos; haciéndonos más vulnerables y, por ende, más propensos a sufrir depresión.
De hecho, el profesional observa un aumento significativo en los niveles de ansiedad y depresión en la población, así como de los trastornos de la imagen corporal –dismorfia, anorexia, bulimia y vigorexia–, especialmente entre adolescentes y adultos jóvenes.
“La exposición a imágenes idealizadas, a modelos y estándares de belleza inalcanzables y, en definitiva, a la ‘vida perfecta’, contribuyen a una insatisfacción constante con la propia realidad”.
El neurocientífico trae a colación algunas condiciones cuya génesis está en la cultura de la dopamina y el uso diario de dispositivos electrónicos. Entre ellas, destaca:
- Nomofobia. El término deriva del inglés no-mobile-phone phobia y se refiere al miedo irracional a estar sin acceso al teléfono o desconectado del mundo digital. Genera ansiedad, irritabilidad y afecta la calidad de vida en general.
- Síndrome FOMO (fear of missing out, en inglés). Se refiere al miedo persistente a perderse experiencias, eventos o información que otros están disfrutando. Es una forma de ansiedad social exacerbada por el uso de redes sociales, donde las personas ven constantemente las actividades de otros y sienten que su vida es menos interesante o gratificante en comparación.
- TDAH digital (trastorno por déficit de atención e hiperactividad digital). Es un término no clínico que describe cómo el uso intensivo de dispositivos digitales y la exposición constante a estímulos de corta duración afectan negativamente la capacidad de concentración, atención y autocontrol y fomentan la impulsividad y búsqueda de gratificación inmediata.
Poca tolerancia a la frustración, más aislamiento
En el ámbito del psicoanálisis, el fenómeno también está siendo estudiado. “Las redes sociales están diseñadas para producir fugas de dopamina. Por eso son tan entretenidas. Al ser cada vez más realistas y facilitar el acercamiento inmediato, disminuyen el esfuerzo físico y cognitivo que normalmente necesitaríamos para realizar actividades como la redacción de textos o la interacción personal”, pondera Sol Beretta, psicóloga especializada en niños y adolescentes.
Esto, amplía, tiene múltiples consecuencias en la psiquis; entre ellas la intolerancia a la frustración y el aislamiento. “La sociedad de la inmediatez en la que estamos inmersos nos lleva a querer obtener logros inmediatos. La contracara es que, cuando no lo conseguimos, desaparece la motivación”.
Coincide con ella Giselle Grossi, psicóloga especializada en adultos jóvenes, que comenta que esta “expectativa de gratificación inmediata” tiene repercusiones especialmente preocupantes a la hora de vincularnos con otros. “Estamos viviendo un momento en el que sostener vínculos interpersonales resulta sumamente complicado. Tengo pacientes de todas las edades quejándose de la dificultad para relacionarse”.
Grossi ejemplifica que, en el campo de las relaciones amorosas, las aplicaciones de citas online elevaron las pretensiones a niveles utópicos. “Pretendemos que el tipo de gratificación que nos dan las redes sociales se refleje en una cita; que un desconocido nos de felicidad fácil. Lo cual, por supuesto, no sucede. Entonces abandonamos ese intento de relacionamiento o nos abandonan por el mismo motivo. Nos engañamos asumiendo que vincularnos con personas debería ser tan fácil como mirar reels. Las relaciones personales poseen una dinámica tan compleja y constructiva a largo plazo que buscar gratificación instantánea en ellas es básicamente una utopía”.
Detrás de esta utopía están las sensaciones de soledad y aislamiento. “Cuando se acaba la batería del celular sentimos que nos desconectamos de la realidad, cosa que demuestra la incapacidad de encontrar placer en otros aspectos que no sean un consumo rápido o un entretenimiento instantáneo”, manifiesta Beretta.
“Paradójicamente, la hiperconexión digital y las interacciones virtuales generan un mayor sentimiento de aislamiento social y soledad, porque limitan la formación de relaciones profundas y satisfactorias”, agrega Andersson.
Planificación: una tarea que se volvió obsoleta
Otra de las secuelas que plantea la cultura de la dopamina es que el acto de planificar a largo plazo dejó de ser una vía natural para convertirse en una misión casi imposible que garantiza más contras que pros.
“La gratificación instantánea propone una idea de ilusión, de felicidad rápida, frente a la cual la propuesta de organizar a largo plazo se vuelve obsoleta, sobre todo en generaciones que no tuvieron la experiencia de vivir de otra manera”, argumenta Grossi.
“El placer inmediato produce una gratificación instantánea y momentánea, puesto que desaparece rápidamente y lleva a la búsqueda constante de estímulos que vuelvan a conseguirla. La satisfacción a largo plazo, en cambio, es menos intensa en el corto plazo, pero más estable”, reflexiona Beretta. “Esta última requiere un esfuerzo sostenido en el tiempo y la puesta en práctica de la paciencia, el autocontrol, la tolerancia a la frustración y la seguridad en uno mismo; valores que suelen ser pasados por alto frente a la opción de la promesa de la felicidad ya y sin condiciones”.
Grossi agrega que, además de menospreciar la planificación como canal, la adicción a la dopamina opera en detrimento de la búsqueda del sentido, siendo este “todo lo contrario a la inmediatez”. “Perseguir solo lo que se siente bien en el momento puede llevar a una vida superficial centrada en el placer, dejando poco espacio para el propósito y los logros significativos”, contempla la psicoanalista.
Consecuencias del uso constante de dispositivos electrónicos
Tanto a nivel fisiológico como cognitivo y emocional, el uso constante de dispositivos electrónicos tiene repercusiones en los usuarios. Entre estas, los especialistas consultados destacan los siguientes:
- Reducción de la capacidad de atención: dificulta enfocarse en metas a largo plazo o invertir en actividades significativas que no ofrezcan satisfacción inmediata.
- Desregulación emocional: una dependencia excesiva de los golpes rápidos de dopamina puede llevar al agotamiento emocional y a la insatisfacción constante ya que el sistema de recompensa del cerebro se vuelve menos sensible.
- Trastornos del sueño: la exposición a las pantallas antes de dormir, sumada a la estimulación de las redes sociales, afecta la producción de melatonina, aumentando casos de insomnio y otros trastornos.
- Problemas posturales: las largas horas frente a dispositivos electrónicos aumentan los problemas posturales, el dolor de cuello y espalda y el síndrome del túnel carpiano.
- Adicción al consumo: la exposición continua a contenido relacionado con la adquisición de productos y servicios, potenciado por las estrategias de marketing digital, disparó los casos de compras compulsivas online.
- Pérdida de sentido: perseguir solo lo que se siente bien en el momento presente puede derivar en una vida superficial centrada en el placer inmediato, con poco espacio para las conexiones profundas, los logros significativos y, en definitiva, el propósito.
La alternativa del slow living
En contraste con la cultura de la dopamina, algunos profesionales como Israa Nasir, psicóloga especializada en el bienestar emocional, proponen el movimiento “slow living” (vivir lento, en español), para lograr un enfoque más consciente con la vida.
“Al alejarnos de la sensación de urgencia impulsada por la dopamina, nos permitimos vivir de una manera más auténtica y con intención. El slow living habla de enfocarnos en actividades significativas y priorizar la calidad sobre la cantidad; crear espacios para la reflexión, conexiones profundas y acciones que estén en sintonía con nuestros valores, promoviendo un mayor sentido de satisfacción real y bienestar”, comparte en su libro Productividad tóxica: recuperá tu tiempo y energía emocional en un mundo que siempre exige más.
En definitiva, tanto desde la neurociencia como desde el psicoanálisis existe un consenso: aquellos que puedan desarrollar habilidades para contraponerse a la necesidad de gratificación inmediata serán personas más realizadas y, en muchos sentidos, exitosas.