Cuando la mente avisa del peligro: morderse las uñas, procrastinar y otras formas de autosabotaje

Morderse las uñas, procrastinar o exigirse en exceso no siempre es debilidad: son respuestas del cerebro ante la amenaza y el estrés. Conductas de autosabotaje que tienen raíces biológicas y evolutivas ligadas a la supervivencia.

Morderse las uñas a veces puede ser un trastorno

The Conversation*
Las neuronas del cerebro pueden hacer creer cosas que no existen, se anticipan a nuestras decisiones, se activan frente a estímulos visuales e interaccionan entre sí para guardar la información que conforma nuestra memoria.

Así lo describen varios libros del neurobiólogo y divulgador Rodrigo Quian Quiroga.

Esta capacidad del sistema nervioso central para procesar la información que recibimos hace que podamos adelantarnos a las consecuencias de lo que ocurre alrededor y tomar decisiones al respecto. Es una capacidad humana y esencial para nuestra supervivencia.

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Foto: Freepik.

El autosabotaje.

Cuando estamos nerviosos puede que nos sorprendamos mordiéndonos las uñas, retorciendo nuestros dedos o dándonos pequeños golpes con una lapicera. Incluso cuando tenemos que afrontar un trabajo complejo puede que nos dé por ir aplazándolo casi hasta que no hay tiempo material para hacerlo.

Estos comportamientos tienen su origen en el instinto de supervivencia. Eso es lo que propone el psicólogo clínico Charlie Heriot-Maitland. En su libro Controlled Explosions in Mental Health (“Explosiones controladas en la salud mental”), explora cómo el cerebro utiliza pequeños daños como dosis protectora para prevenir daños mayores.

Control de daños.

La procrastinación se podría ver como una defensa frente al fracaso o el rechazo y la depresión consecuente. Por el contrario, el perfeccionismo utiliza mecanismos diferentes: requiere de hiperconcentración y atención. Así, intentamos aseguramos de no cometer errores y evitar el fracaso, exponiéndonos al riesgo del estrés y de agotamiento.

Todas estas actitudes responden a que nuestro cerebro demanda un mundo predecible, controlable, para asegurar la supervivencia. Y no afronta bien las situaciones poco controladas.

Mecanismo de defensa.

El gran genetista Theodosius Dobzhansky acuñó la famosa frase “nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”. Hace referencia a que la teoría de la evolución es fundamental para comprender todos los aspectos de la biología, incluyendo también las funciones neuronales.

Somos organismos diurnos con muy pocas armas corporales. Podríamos decir que nuestra mayor arma frente a los depredadores es nuestra inteligencia y capacidad para analizar el peligro, adelantarnos a él, afrontarlo o evitarlo. No es de extrañar que el cerebro haya evolucionado para detectar el peligro en todas partes. Es cuestión de supervivencia, incluso en situaciones carentes de peligro real. Neurotransmisores como la noradrenalina, la dopamina o el glutamato estimulan los sentidos y la actividad neuronal para responder a la amenaza y asegurar la supervivencia.

El mayor problema de comportamientos de autosabotaje es que, a menudo, se convierten en profecías autocumplidas. Nuestra percepción exagerada de lo buenos que somos en algo pueden llevar a “dormirnos en los laureles” y llegar a un rendimiento inferior al que obtendríamos de haber prestado atención. En el polo opuesto, nuestro miedo a fallar puede hacer que no aceptemos retos o que evitemos situaciones que podríamos haber enfrentado sin problemas.

El daño autoinfringido.

Un capítulo aparte de este tema lo podemos reservar al daño autoinfligido en los adolescentes, una situación más común de lo que se suele apreciar. Entran en este tipo de daño los cortes y otras formas de autolesión en lo que se conoce como autolesiones no suicidas, o NSSI (de nonsuicidal self injury). Este tipo de comportamiento se produce generalmente en situaciones de estrés por estados afectivos negativos, ansiedad o depresión.

Adolescente.
Adolescente.
Foto: Canva.

Podemos considerar a este tipo de comportamiento como un mecanismo defensivo del cerebro que asume un daño menor antes de afrontar una situación dolorosa que supone un daño mucho mayor. Entre estas situaciones más dolorosas estarían el abuso sexual, la depresión o la ansiedad, el bullying, el trauma, el abuso de sustancias, el divorcio de los padres y la ausencia de amigos, entre otras. Así, los opioides endógenos, como las beta-endorfinas liberadas por los pequeños daños autoinfringidos, reducirían los síntomas de depresión y ansiedad.

El caso del TEA.

Caso aparte podemos encontrar en los niños con TEA. El autismo es considerado un factor de riesgo para el desarrollo de conductas autolesivas que incluyen golpes en la cabeza, autocortes, automordeduras, autoarañazos o tirones de cabello entre otras.

Al igual que en los adolescentes, la autolesión en algunas personas con TEA cumple la función de calmar la ansiedad, responder a un colapso sensorial o afrontar situaciones que no acaban de entender y que les provocan estrés o ansiedad. Es decir, hablamos de un mecanismo biológico de estimulación para evitar situaciones más agresivas.

Heriot-Maitland plantea terapias psicológicas conducentes a reducir la necesidad de autoinfligirse daño y, a la vez, afrontar la realidad con menos angustia y estrés. Conociendo la naturaleza del problema se puede abordar su tratamiento. Aunque en este caso, el problema radica profundamente en nuestra evolución y la necesidad de supervivencia.

*Guillermo López Lluch

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