Redacción El País
El rechazo al envejecimiento se ha vuelto cada vez más frecuente. Según los especialistas, las mujeres suelen intentar frenar los signos del tiempo con tratamientos estéticos, mientras que los hombres lo hacen a través del ejercicio físico o cambios de estilo de vida.
Para el psiquiatra español Javier García Campayo, catedrático de la Universidad de Zaragoza y especialista del Hospital Miguel Servet, la clave para atravesar estas etapas está en aceptar el envejecimiento y las transformaciones que conlleva.
En su libro Adiós al sufrimiento inútil (HarperCollins Ibérica), el experto sostiene que las llamadas “crisis por edades” son un fenómeno moderno, favorecido por la mayor esperanza de vida, la presión social por mantenerse joven y el ritmo acelerado de la vida actual.
Los 40: la frustración de lo que no fue
García Campayo considera que la crisis de los 40 es la más habitual y también la más intensa. A esa edad, muchas personas se enfrentan al hecho de que ciertos proyectos ya no se cumplirán: desde formar una familia hasta alcanzar metas laborales o personales.
“Es el momento en que uno toma conciencia de que algunas cosas ya no serán posibles”, explica el psiquiatra. Esa sensación de pérdida suele generar impulsos de cambio: nuevas parejas, entrenamientos intensos o decisiones drásticas que buscan recuperar la juventud o el entusiasmo.
En esta etapa se entrelazan dos emociones potentes: la frustración por las expectativas no cumplidas y la negación del paso del tiempo. La persona se ve obligada a reconocer que la juventud quedó atrás, aunque no siempre logra hacerlo sin resistencia.
Los 50: logros materiales, vacío emocional
En la década siguiente, la crisis toma otra forma. A los 50, quienes ya alcanzaron estabilidad familiar o profesional pueden comenzar a sentir una insatisfacción profunda. “Hay quienes tienen todo lo que alguna vez soñaron, pero sienten que algo les falta”, señala García Campayo.
Este malestar suele marcar un punto de inflexión: es la edad en que muchos comienzan a buscar un sentido más allá del éxito material. Se vuelcan a actividades solidarias, fundaciones o causas que les permitan dejar una huella.
Sin embargo, no todo es introspección: también es un momento de vulnerabilidad laboral. En varios entornos, las personas mayores de 50 años son reemplazadas por empleados más jóvenes, lo que puede generar inseguridad económica y emocional, afectando incluso la vida familiar.
Los 60: legado, espiritualidad y aceptación
En torno a los 60 años, la crisis suele estar atravesada por la reflexión sobre el legado personal y el sentido de la vida. Es una etapa en la que la conciencia de la finitud se vuelve más clara. “A partir de la jubilación, la mente ya no puede evitar pensar en la muerte”, señala el psiquiatra, quien alude a la conocida “teoría del manejo del terror”, según la cual gran parte de la vida se dedica a no pensar en ese final inevitable.
En este momento, algunas personas buscan negarlo a través de nuevas aficiones o aventuras, mientras otras se acercan a la espiritualidad. García Campayo también menciona la “sexalescencia”, una suerte de crisis que aparece en los 60, cuando se intenta mantener la vitalidad y el deseo de la juventud. Este impulso, dice, puede aportar energía y sentido, aunque también refleja la dificultad para aceptar los cambios naturales del cuerpo y la edad.
La madurez y la serenidad que llegan después
Lejos de ser una condena, la madurez puede traer una felicidad más estable. García Campayo subraya que, con los años, las personas suelen descubrir que la felicidad no depende del éxito ni de lo externo, sino de la calma interior y la aceptación.
Las crisis vitales, en definitiva, surgen de la conciencia de que la vida es finita. Asumir esa realidad no debería ser motivo de angustia, sino una oportunidad para vivir con mayor autenticidad. “Aceptar la impermanencia es comprender que nada permanece igual, y que ahí también reside la belleza de existir”, concluye el psiquiatra.
En base a El Tiempo/GDA
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