¿Y si fuera posible reprogramar nuestra mente y optimizar el cuerpo como si se tratara de una computadora? Aunque suene a ciencia ficción, el concepto de “hackear” nuestra biología es cada vez más real.
Melina Vicario, especialista en neurociencia y programación neurolingüística, y referente del biohacking en redes sociales, sostiene que no solo es posible, sino que ya se está aplicando en personas con fobias, ansiedad y otros trastornos para mejorar su bienestar mental y emocional.
Según su definición, el biohacking es el uso de ciencia, tecnología y el movimiento del Yo cuantificado (Quantified Self) para optimizar nuestra biología de manera rápida y medible, respetando la bioindividualidad de cada persona. Parte de la premisa de que “lo que no se puede medir, no se puede hackear”, por lo que los biohackers recurren a apps y dispositivos para registrar la mayor cantidad de variables posibles.
Uno de los impulsores de este enfoque es Dave Asprey, tecnólogo y empresario que antes de los 30 ya era millonario. Después de atravesar un período de agotamiento, inflamación y bajo rendimiento mental, decidió embarcarse en un proceso de mejora radical. Viajó, estudió y fundó su empresa Bulletproof, desde donde lanzó productos como el Bulletproof Coffee, una bebida que promete estimular la mente.
Aunque el biohacking no es en sí una ciencia, se basa en principios científicos. La idea es simple: si se puede hackear un sistema, también se puede hacer con nuestro cuerpo y mente. Para eso existen múltiples técnicas, desde las más sofisticadas hasta las más accesibles.
De Shenzhen a Stanford: el camino de una biohacker argentina
Melina Vicario estudió PNL en Estados Unidos con Richard Bandler, creador del enfoque. También se formó en Neurociencia en la Universidad de Stanford, y es una de las pocas especialistas en biohacking en Argentina. “Partimos de la base de que si cambia lo que pienso, cambia lo que siento y lo que puedo hacer”, explica. Y aclara: “Yo separo el biohacking, que es la optimización de la biología, de la optimización de la mentalidad, aunque esta forma parte de la corriente general”.
Lo que empezó como una experiencia laboral en Shenzhen (el Silicon Valley de China), donde se desempeñó como capacitadora intercultural, terminó derivando en una transformación personal.
Tras una crisis familiar y emocional, volvió a Argentina en búsqueda de soluciones. Probó de todo: terapia tradicional, técnicas alternativas… hasta que llegó a un profesional que trabajaba con PNL, hipnosis e ingeniería del diseño humano. Al ver resultados concretos en poco tiempo, decidió formarse ella misma.
“Quiero ser muy clara. Lo que ofrezco es un abordaje más. Si a alguien le funciona el enfoque tradicional, genial. Pero para quienes no están encontrando respuestas, esta es otra opción”, explica. “Nacemos con esta máquina superpoderosa que es el cerebro y nadie nos enseña a usarla: cómo pensar, cómo quitar un pensamiento negativo, cómo instalar uno positivo”.
Bienvenidos al mundo del biohacking
Luego de cursar el programa de neurociencia en Stanford, Vicario atravesó una nueva crisis, esta vez relacionada con lo académico. Sentía que había un gran abismo entre teoría y práctica. Allí conoció a una comunidad de biohackers con quienes compartía una visión distinta: “Nunca hice tantas sesiones de pasillo de PNL como en Stanford. Me encontraba gente llorando y les aplicaba algunas de las técnicas. Me sorprendió el nivel de malestar y depresión que había”.
Además de trabajar con CEOs y personas de alto rendimiento, notó que muchas de ellas compartían un rasgo común: todas usaban algún tipo de biohack para sentirse mejor.
“Durante mi estadía en Stanford conocí a la tribu del biohacking, una comunidad internacional de personas positivas que buscan resultados prácticos y comparten descubrimientos científicos fuera del mainstream”.
El atractivo del biohacking es su posibilidad de autogestión. No hace falta ser millonario ni un monje tibetano. Existen herramientas simples, como el entrenamiento de la variabilidad cardíaca (VC), que puede hacerse con un dispositivo que se conecta al celular y cuesta unos 200 dólares. Este mide la coherencia entre respiración y ritmo cardíaco. “Una persona saludable tiene una VC coordinada y sinusoidal. Si estás estresado, mal dormido o comés mal, la VC baja”, explica.
También existen lentes que filtran la luz azul, suplementos naturales para potenciar el foco mental, apps que miden sueño, nutrición o sedentarismo. En otros países, hay centros donde se aplican técnicas como neurofeedback, cámaras de crioterapia o sueros intravenosos de nutrientes, como se ve en series como Billions.
Biohacks gratuitos y pagos
Entre los recursos accesibles que recomienda Vicario están:
- Pantallas: mirar la luz natural del amanecer antes de encender dispositivos. Mejor sin vidrios ni ropa que cubra la piel.
- Naturaleza: pisar pasto, tierra o arena al menos dos horas por semana.
- Sueño: dormir en oscuridad total; tapar luces artificiales con cinta negra o stickers rojos.
- Crioterapia facial: sumergir el rostro en agua con hielo o darse una ducha fría.
- Ondas electromagnéticas: apagar el WiFi o poner modo avión durante la noche.
- Respiración nasal: incluso colocar una cinta microporosa en la boca para dormir.
Y entre los hacks pagos, además del entrenamiento de VC, Vicario menciona:
- Suplementos como QUALIA Neutropic (entre 200 y 300 USD), o versiones caseras con yema de huevo de pastura, café de origen y grasas buenas como palta o aceite de coco.
- Lentes especiales para bloquear luz artificial.
- Smart rings y relojes que miden sueño o variabilidad cardíaca.
La gran diferencia con otras técnicas, como la meditación, es que acá se puede ver en tiempo real qué pasa en la cabeza. “Es un enfoque práctico y urbano. Si vivís en la naturaleza sin distracciones, podés meditar. Pero en la ciudad, esto ayuda muchísimo”, concluye la profesional.
Laura Marajofsky/La Nación GDA