El aroma a café se siente desde antes de entrar. La música suena de fondo, al ritmo de la paz que del lugar, con sus manteles, cuadros, mesas y colores. En la pequeña cafetería Las Cabras, que está en la calle Carlos Quijano, casi llegando a Soriano (Montevideo), el ambiente es más que amigable e invita a conversar. Del otro lado del mostrador, preparan el caféy nace la charla. Pero las mañanas del hombre que prepara esa delicia no siempre fueron tan tranquilas.
Gustavo Riveiro (58) es médico forense. Su historia con las ambulancias, las emergencias, las heridas y la muerte, comenzó cuando era joven. A los 21 años empezó a trabajar como enfermero en Centros de Tratamiento Intensivo (CTI) y desde entonces no salió de ese mundo: se recibió de doctor, se especializó en Medicina Intensiva, hizo un posgrado en Medicina Legal. Durante años combinó las guardias nocturnas en ambulancias con idas a Lavalleja, donde oficiaba como médico forense.
La vocación siempre estuvo presente, aun cuando estaba “detonado”, como él mismo dice. A pesar de las largas noches de estrés, de las sirenas que no paraban de aturdir, de correr para un lado o para el otro para salvar una vida, él y sus colegas seguían.
Pero el cuerpo y la mente pasan factura y Gustavo recuerda el día exacto: en la mañana del 13 de abril de 2021, uno de los peores momentos de la pandemia para el personal de la salud, terminó su turno en la ambulancia y fue directo a la policlínica de Salud Mental. “No daba más. Tenía ansiedad, angustia, síntomas que venía acumulando hacía tiempo. La pandemia fue el tiro de gracia”, recordó.
En el diagnóstico rondaron varias palabras, tales como: burnout o “síndrome del trabajador quemado” (que hace referencia a la cronificación del estrés laboral); ansiedad y estrés postraumático.
Por años se fueron acumulando situaciones y Gustavo lo reconoce: “Parece como si hubiera hecho todo lo posible a lo largo de mi vida laboral para que me pasara esto. Yo pensaba llegar a los 60 años y jubilarme, pero no llegué”.
Tanto los casos graves o de urgencia que atendía y su labor como forense le afectaban de una forma u otra: “Al trabajo como forense te acostumbrás, pero en algún momento te pasa factura. Para nosotros es rutina, pero no es tan normal estar frente a un cadáver, abrirlo, tener que sacarle partes y ponerlas en frascos”, señaló.
Al principio le dieron licencia médica. Comenzó terapia, probaron con algún que otro medicamento, mejoró.
“En un momento pensé en reintegrarme pero al hacerlo volvían los síntomas. Me despertaba de golpe, tenía pesadillas relacionadas a la emergencia, escuchaba voces que gritaban ´clave 1´que son las situaciones más graves, y me di cuenta de que no podía volver”, dijo.
El sueño de la cafetería comenzó a tomar forma.
Desde aquel abril, Gustavo no volvió a trabajar como médico. Comenzó a hacer cosas que antes no hacía, como vía de escape: estudió idiomas, comenzó a dibujar (algunas de sus obras decoran las paredes de su cafetería), y entre otras cosas se formó como barista. Se metío en el mundo del café y eso le abrió puertas. Alentado por uno de sus hijos, que trabaja gastronomía, comenzó a pensar en poner un negocio y el sueño de la cafetería comenzó a tomar forma.
En Las Cabras trabajan con café Amor Perfecto y tienen opciones para desayuno, almuerzo y merienda. Si bien hay baristas que lo acompañan, todos los días va al café: “Es una experiencia diferente, el trato con la gente es otra cosa. La relación médico-paciente es muy particular, de seriedad, con personas generalmente preocupadas. Acá conozco mucha gente que viene y se queda charlando. Es otro mundo, a veces me parece que son otros seres humanos”, dijo.
El médico contó que la terapia y todos los cambios que tuvo desde que dejó su profesión y abrió su negocio lo siguen sorprendiendo: “También modifiqué muchas cosas de mi forma de ser. Era bastante aislado, solitario, y eso cambió, hoy me pongo a hablar con la gente”.