Redacción El País
Por más que la esperanza de vida haya aumentado en gran parte del mundo, eso no necesariamente se traduce en una vida de mejor calidad. En particular, los avances en neurociencia y cronobiología han permitido comprender mejor el papel del sueño y, sobre todo, los riesgos que conlleva su alteración.
Los seres humanos estamos guiados por ritmos biológicos que se repiten en ciclos regulares, como el ritmo circadiano, que marca los períodos de vigilia y de sueño. Este sistema, sincronizado por la luz natural, la oscuridad y la hormona melatonina, regula las funciones de todas las células del cuerpo.
Sin embargo, según el doctor Jesús Costa, director de Medicina Biologica Vitalista, el estilo de vida actual nos ha llevado a desincronizarnos de nuestra biología. La constante exposición a la luz artificial y las pantallas, junto con la reducción de horas de oscuridad, interfiere en el funcionamiento del reloj biológico. Esto ha disparado los trastornos del sueño, especialmente el insomnio crónico.
Dormir no siempre significa descansar
Ante la dificultad para conciliar el sueño, muchas personas recurren a fármacos que inducen el descanso. Pero, advierte el especialista, aunque ayudan a dormir, no mejoran la calidad del sueño. Es decir, no permiten alcanzar las fases más reparadoras del descanso, en particular el sueño lento.
Y es precisamente durante esta etapa cuando ocurren los procesos más importantes para la salud: se eliminan toxinas cerebrales, se fortalecen las defensas inmunológicas y se liberan citoquinas antiinflamatorias. La falta de sueño profundo, en cambio, se asocia con un mayor riesgo de enfermedades metabólicas, neurodegenerativas, autoinmunes y oncológicas.
Cada vez dormimos menos y peor
Los cambios en los hábitos del último siglo han transformado nuestra manera de dormir. Según Costa, hace unas décadas una persona promedio pasaba 20 años de su vida en sueño lento y seis en sueño REM. Hoy, ese tiempo se ha reducido: apenas 15 años en sueño lento y la vigilia ocupa cinco años más que antes.
Esta disminución del sueño profundo tiene consecuencias directas: más somnolencia diurna, menor atención, peor memoria y un mayor deterioro del sistema inmunitario. Pese al panorama preocupante, Costa subraya que la solución está en los hábitos. Recomienda las siguientes medidas:
- Mantener horarios regulares para dormir y levantarse.
- Evitar la exposición nocturna a pantallas y luces artificiales.
- Aprovechar la luz natural durante el día.
- Hacer ejercicio físico por la mañana.
- Cenar al menos tres horas antes de acostarse.
- Limitar el consumo de café, té, tabaco y alcohol.
Dormir bien no es un lujo ni una pérdida de tiempo: es una inversión directa en salud y longevidad. Porque, aunque los fármacos puedan ayudarnos a cerrar los ojos, solo los buenos hábitos permiten descansar de verdad.
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