Oasis en el oeste

El barrio Los Cilindros, detrás del Cerro y cerca de Pajas Blancas, es hogar de unas 200 personas que viven en una suerte de comunidad, con ideales condiciones de seguridad y una privilegiada vista al mar.

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Leticia Costa Delgado

A los vecinos de Los Cilindros les cuesta recordar la última vez que los robaron. Creen que fue por julio, una vez que llegaron personas de "otro lado" y robaron varias casas. Si no, no pasa. En cuanto alguien ve "algo raro" avisa y, si es necesario, llama a la seccional. Pero allí no se oyen alarmas ni sirenas. Tampoco se ven rejas ni guardias de seguridad. Solo se escuchan el viento entre los árboles y alguna radio de alguien acampando. A 20 minutos del centro de Montevideo, hay quienes lo llaman "el paraíso del oeste".

Los Cilindros se conserva como una suerte de meca de la seguridad, ubicado entre Pajas Blancas y Santa Catalina, protagonistas de los partes policiales. Los niños van a la escuela en bicicleta y las encuentran a la salida aunque no les pongan candado.

Algunos vecinos contaron a Qué Pasa que antes de llegar al barrio residían en zonas cercanas y estaban cansados de que les robaran. Después de perder todo más de una vez, decidieron trasladarse. Desde que están allí no les han robado "ni un alfiler".

SILENCIO Y CALMA. Germán tiene un reparto de productos lácteos. Todas las mañanas, antes de salir, se sienta en el frente de la casa y toma unos mates escuchando el ruido del mar, al fresco del sereno. Después sí, sube al camión y sale, hasta la tardecita, cuando regresa a Los Cilindros. "Esto te da energía para volver a salir al otro día", afirma, y dice que de noche el entorno tiene otro ingrediente más porque el perfume de su jazmín "impregna el aire".

Allí se conocen todos. Todos. En realidad no es difícil porque no son más de 30 las familias que viven en el barrio. Otras 20 llegan los fines de semana o en los meses de verano. "Es un balneario de clase obrera", explica Gustavo Gómez, director nacional de Telecomunicaciones y vecino del barrio desde hace ocho años. Radicado en La Teja, Gómez salió a recorrer la zona en busca de un lugar tranquilo para instalarse con su familia y "entrando en un camino y otro" llegó a Los Cilindros.

Está ubicado al final de Camino Tomkinson. Después de pasar el pueblo Monte Rosa, como indican los lugareños a quien no conoce la zona, hay que llegar "hasta donde está la canchita de fútbol y la parroquia". Allí se dobla a la derecha y se toma Pedro García, calle de balastro y entrada principal del barrio. Detrás de montes y viñedos aparecen las primeras casas, hoy rodeadas de monte seco y ramas chamuscadas, rastros del incendio que sufrió la zona a comienzos de diciembre.

A medida que se avanza se siente el olor a sal. La playita en forma de bahía es el centro del barrio y la atracción de los visitantes. Gómez cuenta orgulloso que en verano el sol se oculta en el medio del mar, algo que no pasa en otras zonas de la costa montevideana. "Acá los chiquilines se pueden bañar sin problema porque el agua es llanita y no hay casi olas", asegura con los pies en la arena.

Quien no se zambulle por miedo a las piedras, prueba suerte con una caña de pescar. Así lo hacen Ángel y su familia desde hace siete años. Vecinos de Santa Catalina, llegaron por recomendación de unos amigos y desde entonces van todos los 31 para recibir el año sobre la costa. "Lo más lindo es la tranquilidad", comenta Ángel sentado bajo un toldo de lona.

Hacia el extremo de la playa, conocido como "Punta pedregal", se improvisa el camping. Carpas azules, verdes y amarillas, chicas, grandes y medianas se acomodan entre los árboles para disfrutar el verano lejos del ruido. Beatriz llegó de Cerro Oeste con sus hijos, su cuñada y hasta el cardenal. Con los días se sumaron más amigos y hoy son cuatro las familias que acampan juntas. "Antes íbamos para Punta Yeguas, pero acá es más lindo", dicen.

Crecimiento lento. El barrio debe su nombre a dos grandes cilindros que había en época de antaño para el suministro de agua. Hoy el agua potable es uno de los debes de la zona. Si bien cuentan con luz, teléfono y todas las señales de televisión o radio, las familias deben abastecerse de un camión cisterna que OSE ubicó junto a la playa. Además, allí no ha llegado el saneamiento.

Algo que sí se logró fue la regularización de los terrenos. Antiguamente propiedad de UTE, los lotes fueron donados a los propietarios y hoy están prontos para quedar a nombre de ellos. "Estamos ahí, estamos ahí…", dice Mary emocionada. Tesorera de la Comisión de Vecinos, Mary cobra una cuota de 50 pesos por mes a cada familia. "Con eso se cubren los gastos de la contribución inmobiliaria, el mantenimiento de la playa y el de la placita. Se le paga a un muchacho para que corte el pasto y reponga alguna lámpara si se quema", cuenta en detalle antes de excusarse porque tiene "todo oscurito por el calor".

En los últimos años el barrio se ha ido poblando. Vecinos de zonas alejadas llegan buscando calidad de vida para ellos y sus familias. Entre las casas más antiguas se ven construcciones a medio hacer o bolsas de portland esperando en la vereda. A los mayores les da desconfianza pero los jóvenes no lo ven con malos ojos.

VIDA ENTRE CASA. Otra de las particularidades del barrio es que todos se conocen por seudónimos: "el Flaco de la leña", "el Colorado", "el Gordo Raúl".

El más veterano es Petronco. Dueño de la casa más arreglada del barrio, Petronco llegó de Polonia, no recuerda hace cuántos años. Con paso cansado y mirada un tanto perdida se acerca a la puerta a recibir a todo el que se acerca. "A nosotros nos encanta recibir gente", asegura, y lamenta que no está "la patrona" porque ella "está mejor de la cabeza para conversar". Según Petronco, el barrio está "más movido que antes", pero igual es "lindo".

El movimiento, dicen los vecinos, se da los fines de semana. Los sábados y los domingos el parador (él único parador) saca mesas, pone cumbias y vende cervezas y torta fritas. Entonces la playa se llena de autos, motos y camionetas. Algunos vecinos, como Germán y Mary, aprovechan la oportunidad para alejarse y pasear por otro lado.

Entre semana la vida es "de entre casa". Comida casera, y alguna preparación cocida en horno de barro o a la parrilla, con leña que se recoge en la zona. Delivery hay, pero viene de Pajas Blancas y puede demorar hasta una hora y media. "Es el hijo del dueño. Agarra una motito y sale", cuenta Gómez entre risas. Pero ni a él ni a su familia le parece que sea un servicio "muy necesario".

Para orgullo y tranquilidad de los privilegiados lugareños, el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de la Intendencia de Montevideo reconoce Los Cilindros como zona protegida. Esto implica que no se instalen fábricas y que la división de los terrenos sea de más de tres hectáreas. Así, se evita la construcción de grandes edificios y el barrio se conserva entre chacras, viñedos, mar y monte. El no tener una calle que una la costa con las otras playas de la zona también lo mantiene alejado y, según los vecinos, preservado.

Algunos datos

El primero de mayo de 2010 Los Cilindros cumplió 40 años. Se estima que su superficie supera las cuatro hectáreas y su población no alcanza los 200 habitantes. Antiguamente propiedad de UTE, los terrenos se encuentran en proceso de regularización.

Compras y traslados

Empleados públicos, jubilados, comerciantes o cuentapropistas, la mayoría de los habitantes tiene un vehículo en que trasladarse. De todas formas, la Comisión de Vecinos gestionó el ingreso de la línea de ómnibus L19 que une al barrio con la terminal de Paso de la Arena. Con cinco frecuencias por día, los servicios se diagramaron según los tiempos laborales y los horarios de entrada y salida de los centros de estudio. El último ómnibus pasa a las 20.30. La línea local E15 también pasa por allí. Por otra parte, a la hora de hacer las compras, la mayoría hace su surtido cuando viene de paso para el barrio o cuando sale para el centro. A unos 10 kilómetros hay un autoservice donde se pueden hacer compras al por mayor y ya abastecerse para toda la semana o el mes. El parador también vende productos de almacén pero "solo lo básico".

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