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Mucho "Omm" y espiritualismo

| El yoga ya es una disciplina con seguidores consecuentes que hacen de ella un modo de vida, y que demuestra que esta práctica no es únicamente para elegidos.

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EL UNIVERSAL | ISABEL DELGADO

Quien haya hecho yoga sabe que la primera clase suele ser difícil de olvidar, sobre todo para quien no ha hecho nunca práctica física.

Las posturas que realiza el profesor (asanas) parecen, al principio, acrobacias imposibles de ejecutar. Muchos creen que una clase de yoga consiste solamente en ejercicios de relajación y cuando se encuentran con aquello, desisten. Termina la clase y quizá hay una sensación de incomodidad, el cuerpo no está acostumbrado a esos movimientos.

Sin embargo, algo se despertó dentro del practicante. Una voluntad inexplicable que lo hace volver una y otra vez para descubrir, en cada encuentro, que su cuerpo es un poco más flexible, más fuerte y más estable que antes. Lo que hace el profesor no son acrobacias, sino posturas posibles que desencadenan una sensación de bienestar. El yoga dejó de ser un pasatiempo del alumno para convertirse en una forma de vida.

NECESIDAD. Si alguien puede narrar lo que se siente en un primer día de yoga es Xothitl Correa, una joven de 25 años de edad, con título de entrenador físico. Por motivos de salud estuvo un año de reposo y sin entrenar. Había subido 18 kilos y decidió iniciarse en el yoga porque era lo único que podía hacer. Creyó que con sus conocimientos estaba lista para una clase avanzada: "Mi primera clase fue horrorosa. Me metí porque pensé que si era atleta yo podía, y resulta que sudé mucho, me temblaba hasta la lengua. Poco a poco me di cuenta de que no era sólo físico, sino también espiritual. Fui dos veces al día durante seis meses y bajé 18 kilos".

Su profesora, Adriana Monroy, vio su dedicación y le pidió ser su sustituta en una clase de yoga. La experiencia fue tan gratificante que Correa se certificó como instructora de Yoga Plus (disciplina que incorpora pelotas terapéuticas) y ejerce su profesión de entrenador físico en un centro de rehabilitación, e incorpora técnicas de respiración de yoga para tratar a sus pacientes.

Mayela Pachano tampoco tenía muy claro a qué iba cuando hizo su primera clase de yoga en 2002, pero también fue consecuente: "Creía que era una clase de relajación, estaba super perdida, estaba muy rígida, las posturas me salían forzadas. Pero cuando terminé salí tranquila, me había despejado de todas las cosas que tenía en la cabeza. Enseguida me enganché, me sentí tan reconfortada que tenía que seguirlo". Siguió a su profesor hasta un nuevo centro de yoga, y tres años después le sugirieron que se certificara como instructora. En ambos casos, la evolución de principiantes a instructoras demuestra que el yoga no es una actividad para elegidos. Eso sí, requiere constancia y gran dosis de disciplina.

Ommm. Si bien el yoga aún no es una práctica masiva, sí ha incidido en quienes buscan una alternativa para salir del sedentarismo, un entrenamiento complementario a su práctica deportiva o simplemente explorar un método que promete una conexión con la espiritualidad. Ante expectativas tan variopintas cabe preguntarse qué es lo que tiene el yoga que hace que muchos se queden "enganchados". Adriana Monroy, directora de Yoga Center, lo explica: "Cuando entras a una clase de yoga recibes un estado de paz que genera la necesidad de recurrir a la clase. Nos da mucho bienestar, comenzamos a ver nuestro cuerpo más definido, más alineado. Eso ya te da una actitud positiva". Ana María Palacios, fundadora de Soham Yoga, cree que los beneficios físicos que ofrece esta disciplina aunados a una conexión espiritual favorecen la permanencia del alumno: "En casos de dolencia de columna, cuello o problemas de presión, los médicos mandan a sus pacientes. Hay un aumento acelerado de enfermedades de todo tipo y el yoga y la meditación son alivios accesibles. Hay una conexión con la espiritualidad, y de ahí el amor que despiertan las sesiones de yoga".

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