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La estimulación al mango

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Ni kilo, ni mega, ni giga. Ya ni siquiera el prefijo "tera" -que equivale a 10 multiplicado por sí mismo 12 veces- es suficiente. Ahora se habla de "zettabytes" (10 elevado a la 21) para contabilizar la cantidad de información que el mundo procesa anualmente. Y que cada persona solita genera, recibe, transforma, maneja. Aunque no entienda ni le interesen las matemáticas, sépase parte. Las cifras bajadas a la cotidianidad no son otra cosa que perfiles en redes sociales, noticias en páginas web, chistes en Twitter, mensajes en el celular. Imágenes, palabras, videos; información y más información. Instantánea, en tiempo real, sobre todos los temas imaginables, en cantidades ingentes. Demasiada información para que una persona pueda procesarla de manera inocua.

Eso concluyen algunos estudios que hablan de lo negativo de tanto bombardeo de datos. Estrés, ansiedad informativa, confusión, superficialidad y falta de atención son los ítems en la lista fatalista sobre el exceso de tecnología. En España la han llamado "infoxicación", según consigna una nota de El País de Madrid.

¿Y por casa cómo andamos? El psicólogo especializado en nuevas tecnologías Roberto Balaguer explica que si bien todavía no sucede al nivel de países del primer mundo, el fenómeno de la sobreabundancia de información -y sobre todo sus consecuencias- están asomando aquí también. "Uno ve signos de que esto empieza a generalizarse. Todavía hay un segmento de la población que al no estar conectado asiduamente a Internet no llega a sentir toda esa `intoxicación`. Pero avanza, se empieza a notar en la gente".

Y que nadie se sienta por fuera, ya que el efecto no actúa únicamente sobre quienes se someten a la conexión. "Hay dos categorías. Una nos abarca a todos y es la permanente estimulación de los sentidos a través de la tele, la radio, Internet: hay una cultura de sobreabundancia de información, eso es general y nos toca a todos. Después está más acentuado cuando uno tiene mayor conectividad. En ese caso, esto se vuelve exponencial".

Algunas culturas son íconos de la hiperconectividad. Para los japoneses, por ejemplo, dice Balaguer, el celular está impregnado de un gran simbolismo. "Son modos de estar en el just in time information, `información en tiempo real`, desde el resultado de un partido hasta la Bolsa de Valores, lo que twitteó un político o lo que está pasando en cualquier evento. Ellos son la punta de lanza de este fenómeno. Dicen algo así como `estar sin el ketai (celular) es como manejarse ciegamente`. Lo ves con los smartphones, los Blackberry: la gente en una reunión está más tiempo mirando la pantalla del teléfono que conversando con quienes están ahí", ilustra el experto.

¿De qué depende quedar o no `atrapado` en las nuevas tecnologías? Si alguien tiene dificultades para salirse de ese tipo de vínculo "adictivo" es más vulnerable. Luego están quienes pueden delimitar mejor los tiempos de conexión y desconexión. Pero todos estamos en riesgo potencial. "Al estar cada vez más imbricadas una y otra cosa es muy difícil, porque no es solamente trabajo. Se mezcla con ocio, comunicación, relaciones sociales. Cuando te llega un sms, no sabes si es de tu madre, tu trabajo, tu marido o tu hijo, y al ser así no es tan fácil poner un corte. Puedes decidir no ponerte frente a la PC, pero si tienes el dispositivo ahí y te llega un sms o un mail, no es tan sencillo. Ahí hay una interfase que depende de las características del usuario, eso es claro, pero el sistema de por sí hace que uno esté más proclive a quedar enganchado".

adultos & jóvenes. Si bien no existen estudios específicos al respecto, aclara Balaguer, él considera que las consecuencias de esta sobreestimulación difieren mucho entre adolescentes y adultos. Para los primeros, "esta es `la` cultura, no hay otra", sentencia. "Está bueno precisar eso. Es como el que nació con la televisión: para él no es tecnología, es parte normal de su cultura. Para los adolescentes, la forma de estar en el mundo es esta: en conexión permanente".

Por eso, en ellos se notan menos síntomas de fatiga y estrés debido a la saturación de datos. "Lo veo más en adultos, a raíz de que quizás -es una hipótesis, lo digo en base a mi experiencia de trabajo- el adulto ha estado en dos situaciones diferentes; su cableado fue en otro momento. Y ahora siente necesidad de aggiornarse para estar en sintonía con lo que está pasando, pero a la vez sus circuitos le dicen otra cosa. Por eso, si bien hay límites que son para todos, me parece que el problema es más de quienes tuvimos que amoldarnos".

En esta nueva matriz, los jóvenes han desarrollado otros mecanismos defensivos, dice el psicólogo: la apatía, cierta prescindencia de los datos y el ser más refractarios. "Les rebotan más las cosas, se ocupan cuando las precisan. Los adultos tenemos más necesidad de absorberlo e internalizarlo, por un tema formativo".

¿Cómo pararse frente a esto? Balaguer no duda: instaurar momentos de desconexión, para adultos pero también para jóvenes. "Si no, tienes adolescentes que sin estimulación permanente no saben qué hacer y eso es una pérdida en cuanto al desarrollo de personalidad. Quienes ya lo tuvimos necesitamos revivirlo. Y ellos, que no lo han tenido, necesitan que se les imprima para que vean lo que es el silencio, la reflexión, la monotarea, la concentración", indica. Y otra recomendación: tomar siestas. De 20 o 30 minutos, para que el cerebro se "desinflame" de información.

Instaurar momentos de desconexión, tanto en jóvenes como adultos, recomiendan.

Hoy, milenios de datos se generan en dos días

Se calcula que en todo el período que abarca desde el nacimiento de la escritura hasta el año 2003, se crearon cinco exabytes (billones de megabytes) de información. Esa misma cantidad de datos se genera actualmente cada dos días, según un artículo publicado en El País de Madrid.

Aquí, el psicólogo especializado en tecnologías Roberto Balaguer agrega otro dato ilustrativo: actualmente, hasta el momento que cumple diez años, un niño ha recibido el mismo volumen de información que obtenía un campesino del siglo XIX a lo largo de toda su vida.

"Las cifras son tan grandes que ni siquiera nos dicen nada", sentencia el experto uruguayo.

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