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Una inteligencia superior

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Hugo Burel

OSCAR WILDE vivió cuarenta y seis años y es considerado uno de los escritores más ingeniosos y populares de su tiempo. Nació en Dublín en 1854 y murió en París en 1900. Como autor fue mordaz, cínico, incisivo y elegante. Cultivó la novela, la poesía, el relato breve y el ensayo, y en todos esos géneros dejó obra perdurable. También produjo una prolífica obra periodística. Es fama que Henry James le envidiaba el éxito que él no lograba con sus piezas de dramaturgia.

Si hoy vamos a Google y escribimos "Oscar", la primera referencia que aparece es "Oscar Wilde". La página acusa más de veinte millones de entradas con ese nombre. Eso podría dar la idea de la vigencia del autor de El retrato de Dorian Gray, posiblemente su obra más famosa. En 1895 su larga carrera de éxitos se vio interrumpida cuando fue acusado en los tribunales de Londres de "indecencia grave" por mantener relaciones sexuales con Lord Alfred Douglas, hijo del marqués de Queensberry. Por ello fue condenado a dos años de trabajos forzados en la prisión de Reading. Al salir, arruinado espiritual y económicamente, se estableció en Francia, pero su figura ya se había eclipsado. Todavía estaba casado con Constance Lloyd, con la cual había tenido dos hijos, Cyril y Vyvian, pero ya estaban separados y con el apellido cambiado para protegerse del escándalo.

Unos cinco años antes de la condena, en pleno dominio de su talento y en el pináculo de su fama, Wilde publica la primera parte de su ensayo El crítico como artista, que subtitula "Con algunas observaciones sobre la importancia de no hacer nada". Enseguida aparecerá la segunda: "Con algunas observaciones sobre la importancia de discutirlo todo". Bajo la forma de diálogos entre dos personajes, Gilbert y Ernest, Wilde desarrolla en ellos todo su ingenio epigramático, su prosa refinada y snob y el estilete de su implacable mirada sobre el arte, los artistas y la sociedad inglesa de su época. Con un lenguaje desenfadado propone que la labor del crítico es más meritoria que la del artista y de paso escandaliza al lector pacato con su talante provocador y declaraciones que todavía hoy son un dechado de inventiva y actualidad, como por ejemplo la que señala que la diferencia entre periodismo y literatura radica en que "el periodismo es ilegible y la literatura no se lee".

Afirma que el público inglés "se siente mucho más a gusto cuando le habla un mediocre" y que "cualquiera puede escribir una novela en tres volúmenes. Solo necesita una ignorancia absoluta de lo que son la vida y la literatura."

Alguien que una vez en un trámite de aduana dijo "no tengo nada que declarar sino mi genio" se regodea en estos ensayos no solo con su vis filosa y crítica sino con su inteligencia y sensibilidad para encarar el hecho artístico y sus protagonistas. En tal sentido, los dos pequeños tomos que componen esta obra son un adecuado pretexto para internarse en las gozosas reflexiones de una inteligencia superior. La presentación de la edición de Rey Lear es tan refinada como su contenido.

LA IMPORTANCIA DE NO HACER NADA; LA IMPORTANCIA DE DISCUTIRLO TODO, de Oscar Wilde. Traducción de Lorenzo F. Díaz. Rey Lear, 2010. (2 tomos de 80 págs.). Distribuye Laregold/Libros de la Arena.

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