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Kennedy: los vecinos incómodos de Punta del Este

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Foto: Fernando Ponzetto
Recorrida por el asentamiento Kennedy, ubicado al lado del club de golf de Punta del Este, departamento de Maldonado, ND 20170215, foto Fernando Ponzetto - Archivo El Pais
Fernando Ponzetto/Archivo El Pais

El barrio Kennedy es un escenario emblema del choque social en Punta del Este. Fundado hace 56 años, nunca dejó de crecer. La Intendencia quiere realojar a las 600 familias que lo habitan para recuperar las tierras de su dominio, ubicadas en una zona de gran potencial turístico.

Teresa sueña con una vida nueva que entra en una fotocopia en blanco y negro, tamaño A4, sin una sola arruga. La pegó en una cartelera negra, al lado de las hojas que anuncian las fechas y horarios en que las asistentes sociales visitarán el Kennedy, un poblado de Punta del Este que para algunos es un barrio y para otros un asentamiento. Es la presidenta de la comisión barrial y cruza los dedos para que Enrique Antía cumpla la promesa de realojarlos antes de terminar su período, dentro de tres años.

La fotocopia es un croquis rústico de cómo será el terreno, con cinco canchas de fútbol, una escuela de tiempo completo, un jardín de infantes (CAIF), un centro comunal, policlínica, predios de hasta 250 metros cuadrados para cada familia, saneamiento, calles pavimentadas y alumbradas. Va a construir su casa junto a una cuadrilla especializada y la irá pagando de a poco, hasta que su nombre esté escrito en el título de propiedad. "Un sueño", dice resoplando, cansada por la enumeración. El Kennedy será mudado cerca del parque Jagüel, a un solo kilómetro de distancia de donde fue fundado el 15 de agosto de 1961, una fecha que cada entrevistado repite y recuerda como el nacimiento de un ser querido. ¿Pero cuántos asentamientos celebran su aniversario?

Un caso atípico.

Fue bautizado como Pueblo Obrero Presidente Kennedy frente a la mirada de figuras religiosas y políticas de la época. Durante los primeros años, la intendencia adjudicaba los terrenos a quien quisiera instalarse. El nombre se eligió en honor a la ayuda que dio el gobierno de Estados Unidos en el marco de la Alianza para el Progreso. El mismo invierno en que Ernesto "Che" Guevara visitó Punta del Este para participar del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, los "gringos" trajeron regalos para 30 familias de obreros: una sierra circular para cortar madera, cables para hacer instalaciones eléctricas y una bomba para generar agua potable. "De eso ya no queda nada", asegura Alejandro Lussich, director de Vivienda de la Intendencia de Maldonado, y agrega que hay que tener cuidado con la leyenda urbana: "Todavía hay vecinos que me dicen que no los puedo sacar de ahí porque Kennedy les regaló las tierras, pero las tierras siempre fueron de dominio municipal".

Aún sobreviven algunos de esos pobladores llegados 60 años atrás para construir la cancha de golf del exclusivo Cantegril Country Club. Y están sus hijos. Y sus nietos. Y sus bisnietos. Unas 2.500 personas: las 600 familias que la Intendencia se propone realojar con urgencia. ¿O podrían ser más? Algunos dicen que el barrio es como un alien porque se reproduce solo. Los que llegan y se van vienen de otros departamentos (sobre todo Artigas, Rivera, Rocha, Lavalleja, Treinta y Tres) en busca de trabajo y changas. Otros eran pobladores de asentamientos vecinos que, en casos como el de La Pastora, fueron reubicados por el municipio.

Donde antes estaba La Pastora ahora está el Conrad. La pregunta que se hacen los vecinos que no se quieren ir, es quién va a instalarse en la tierra donde ellos construyeron su casa y tuvieron a sus hijos una vez que los muden. Es que buena parte del Kennedy luce como un asentamiento, pero tiene una historia y un paisaje que lo asemeja a un barrio.

Lo que más avergüenza a Teresa es el agua, esa que empezó como un obsequio y ahora está en las calles de pedregullo, sucia, salida de los baños, que salpica cuando pasa un auto o una camioneta o una moto, el agua que la hace concluir "que por eso no se parece a un barrio de verdad". El Kennedy no tiene saneamiento, pero hay un almacén, una capilla, un centro cultural, una biblioteca pública, un bar, una carnicería, la peluquería, una bicicletería y una herrería artesanal. Aunque está prohibido —por su mudanza inminente— hay un par de casas a la venta; por una de ellas piden entre 6.000 y 7.000 dólares.

El 23 de diciembre, como un regalo de Navidad, Antía y Lussich visitaron el barrio. El centro comunal se repletó. Según calcularon, el 97% de los vecinos está de acuerdo con el realojo. La mayoría piensa como Teresa: "Yo quiero progresar y acá no voy a hacerlo nunca porque jamás me van a dar los servicios que ahora nos ofrecen. Llevo 23 años viviendo en una casa sobre un terreno que no es mío, del que en cualquier momento me pueden sacar".

El resto que se opone, armó una comisión paralela y contrató a un abogado para reclamar derechos posesorios sobre las tierras que ocupan desde hace más de 30 años.

"Es el tiempo que indica la ley para ser dueño de un terreno que no era tuyo", sostiene Nery Moreno, la principal voz de este grupo de 20 familias. En 2008 presentó un escrito en el juzgado para lograr la salida del dominio municipal, pero quedó en la nada. Advierte: "El interés acá no es darnos una mejor calidad de vida, la cuestión es el valor de la tierra, porque esto vale más de 100 dólares el metro cuadrado y lo único que yo tengo es el derecho que me gané sobre esta tierra. Si me mudo pierdo todo".

Nery Moreno dice que el Kennedy "no puede considerarse como terrenos fraccionados porque están ocupados en mayor área". Cree que si todos se quedaran juntos y unidos podrían negociar mejor con la Intendencia.

Según informó la Cámara Inmobiliaria de Maldonado, estas tierras tendrían un valor de entre 30 y 40 dólares el metro, y no de 100 como él dice. Pero, de todas formas, la extensión es de 65 hectáreas. Además, opina que la presencia del asentamiento devalúa en un 40% el precio de los chalets que conviven en la vereda de enfrente. Lussich lo admite: "Es una zona de evidente desarrollo turístico. Tiene un valor muy importante que creemos estará relacionado al éxito que pueda tener el Centro de Convenciones inaugurado muy cerca de ahí. El precio se va a saber porque se va a rematar de forma transparente". Dice también que el dinero que se consiga se volverá a invertir en vivienda, el principal dolor de cabeza de la comuna junto a la creciente inseguridad: el infierno que amenaza al paraíso turístico.

Foto: Fernando Ponzetto
Foto: Fernando Ponzetto

Buenos vecinos.

La del Kennedy es una historia llena de quiebres. Según rememoran los vecinos más viejos, al barrio lo han querido realojar desde los años 70. Todos los gobiernos (de los tres partidos) reubicaron familias. Durante la gestión de Óscar de los Santos unas 180 fueron reubicadas. Pero siempre apareció alguien para ocupar la casa vacía, y así la cifra de pobladores no hizo más que crecer. La diferencia ahora es que esta no es una mudanza voluntaria sino obligatoria. Entre las razones que cita Lussich para la tajante decisión hay dos que hacen ruido entre los habitantes: que el barrio está en un mal estado insostenible y que "durante décadas no se logró ninguna forma de integración de esos vecinos con el resto de la zona".

En la primera casa que da inicio al barrio, en la esquina de San Pablo e Isabel de Castilla, bien enfrente al lujoso Cantegril Country Club, vive Damián González Bertolino, uno de los escritores más elogiados, conocidos y publicados de su generación. Algunos de sus cuentos hablan de su infancia en el Kennedy, en esa casa que levantó su abuelo, que durante décadas fue un bar en el que brindaban los ricos y los pobres que compraban en el mismo almacén, jugando con su hermana entre los montes agrestes que no le importaban a nadie, cuidando autos en el club de golf, trabajando como caddie, recogiendo pelotas que iba a juntar al monte junto a otros niños para después vendérselas a los golfistas, yendo a "la escuelita de golf" que había armado del club con palos también regalados, almorzando con familias ricas, recibiendo ropa y literatura de todo tipo de esos vecinos con los que convivió durante toda la vida.

La buena convivencia de dos clases sociales extremas fue notoria entre los años 80 y 90. Incluso inspiró un documental llamado Caddies, que echó luz sobre la situación de decenas de hombres adolescentes y adultos del Kennedy (y de todo Maldonado) que sumaban décadas de trabajo informal en el club. Desde hace algunos años la empresa enfrenta un importante juicio por esta desprolijidad y prescindió de su servicio: los cambió por los carritos eléctricos.

Aún hoy este escritor sale a comer con los golfistas adinerados y socios que quedan de esa época. El vínculo sigue siendo bueno. Pero dice que algo se rompió: "Era un cruce amable, sin problemas, había trabajo para todos, pero ahora eso no existe. Percibo la desconfianza de un lado y del otro". Y lo del cambio de nombre de barrio a asentamiento no ayuda.

"Cambiar el nombre es cambiar la esencia del lugar y cómo lo vemos. Creo que forma parte de una estrategia que se acompasa con el olvido en el que ha caído el barrio por parte de las administraciones de los tres partidos que nunca se preocuparon realmente por regularizarlo. Acá hay familias que viven cómodas y otras que están entre el barro, entre aguas servidas, ¿por qué no les pavimentan las calles? ¿Por qué no les ponen un cordón para caminar?".

Lussich dice que la culpa la tuvo el gobierno de 10 años del Frente Amplio. Los miembros de la administración anterior no quisieron hacer declaraciones o no atendieron el teléfono. A veces, a la política no le gusta mirar para atrás.

González Bertolino opina que el realojo va a pasar con una aplanadora por arriba de una forma de vivir. "Cuando vos sentís que tenés tus raíces tu mirada del mundo depende del sitio en el que vivís. Es muy difícil imaginarte por fuera de eso. Lo que yo pregunto es por qué no están considerado el factor humano en todo esto, la importancia que tiene amar un lugar, y por qué no lo mejoran en vez de sacarnos. Que te digan que te van a sacar porque hay una conveniencia político-económica privada que está por encima de tu arraigo y del bienestar público es difícil de aceptar".

La del Kennedy también es una historia de rumores. Un medio local dijo que estaba previsto poner una clínica VIP en la zona, pero Lussich lo desmiente: "Aún no hay ningún interesado", asegura. También se acusó a la Intendencia de que en busca de hacer un buen negocio inmobiliario perdería un juicio millonario, porque las tierras donde Teresa tendría su casa nueva ya tienen dueño. La comuna amenazó con expropiar 40 hectáreas de privados, una decisión que supuestamente iba a provocar una demanda de 100 millones de dólares, pero que terminó resolviéndose con el pago en efectivo de US$ 1 millón y otros US$ 6 millones en canje de tierras.

Por último, se habló de comerciantes espantados con la idea de tener a los antiguos habitantes de un cantegril frente a sus inversiones turísticas, pero, según confirmó el abogado Mauricio Fioroni, se trabajó durante un año junto a la Intendencia para negociar garantías. Finalmente convencieron a los desconfiados de que una convivencia armónica sería posible.

Mientras tanto, los protagonistas de esta historia se dividen entre los que cuentan los días para empezar una vida que solo imaginaron en sueños y los que duermen mal, pensando que tal vez este ultimátum sea en serio, y el barrio en el que crecieron será desmontado, arrasando 60 años de historias, anécdotas, escondites infantiles y amistades, sin más aniversario que festejar, empezando de cero, con esa sensación amarga que dejan los cambios que no se quieren.

Un nombre que cambió de golpe y sin aviso.

El barrio Kennedy comenzó a ser llamado asentamiento de un momento a otro. Sus vecinos sienten que es un barrio como cualquiera, en parte por causa de los 56 años que cumplirá el 15 de agosto, un aniversario que se celebra siempre.

Son 600 las familias que viven en 65 hectáreas. Algunas calles son linderas al lujoso Club Cantegril y otras están enfrentadas a chalets y alguna que otra mansión. Es común ver turistas caminando por esa zona, aunque se dice que la inseguridad creció demasiado. El paisaje no es uniforme: hay manzanas más humildes y otras prolijas, con casas recién pintadas y jardines con reja. Además hay varios comercios, como carnicería y peluquería, que no son suelen verse en los asentamientos típicos.

Devolverle al a barrio con libros, arte, cine y música.

Lijando la pintura de la fachada, Damián González Bertolino descubrió que el bar de su abuelo se llamaba "Los amigos". En el lugar en el que antes los vecinos compartían copas, ahora funciona un centro cultural y una biblioteca que armó el escritor hace dos años. Primero sacó la mesa de la cocina hasta la vereda y la llenó de libros que prestaba gratis. Al principio los vecinos miraban desconfiados. Ahora la situación es otra: tiene 1.500 títulos y unos 60 usuarios fieles. Calcula que hasta el momento prestó unos 800 títulos, promediando dos o tres cada día. Otros cuatro vecinos atienden la biblioteca con él. Además, recurrió a sus contactos para organizar todo tipo de eventos culturales. Por ejemplo, se realizan proyecciones de cine por la noche, talleres de artes plásticas para niños, ciclos de lecturas y conciertos musicales. Mientras ocurre esta charla, casi ininterrumpidamente algún vecino pasa por la casa del escritor y lo saluda, "es que espacios como este hacen que la gente del barrio esté menos aislada y nos enriquece".

Caddies demandan al Cantegril Country Club.

Damián Corvalán fue caddie durante 21 años. En el medio de esa experiencia se recibió de abogado. Empezó en el Cantegril Country Club siendo menor, con 14 años. Algunos de sus compañeros tenían hasta seis décadas de antigüedad laboral pero nunca habían sido ingresados al BPS ni tuvieron asistencia médica ni ningún beneficio.

En el 2006 Corvalán armó un sindicato junto a otros 149 caddies, entre los cuales había varios que vivían en el Kennedy, un barrio vecino del club. Para sus pobladores trabajar en esas canchas era la salida laboral más común. A comienzos del año 2000, un poco antes de que se sindicalizaran, el club llegó a contratar 250 caddies: los golfistas no daban tregua al deporte.

Por ese entonces los empleados solo discutían acerca de aumentos de la tarifa; no se pensaba en reclamos. Según cuenta el abogado, el interés surgió cuando los más veteranos comenzaron a enfermarse o se querían jubilar y no tenían aportes realizados. Fue entonces que 64 caddies se juntaron para iniciar un juicio. De eso ya pasaron 8 años, algunos informes de prensa y un documental (Caddies) que se exhibió en televisoras públicas de América Latina.

El club les hizo una oferta económica que solo aceptaron 11 de los demandantes. A pesar de la medida legal Corvalán siguió trabajando allí, "por supuesto en negro".

La respuesta de la empresa fue dejar entrar a los caddies pero no avisarles de las salidas: "compraron carritos eléctricos más baratos y les decían a los golfistas que no había caddies disponibles". Mientras, tanto, ellos esperaban de brazos cruzados en una casilla ubicada a una cuadra de la cancha. Un día Corvalán dejó de ir. "Otros como yo empezamos un segundo juicio por despido indirecto", cuenta. Ahora es cuestión de esperar. "El juicio tiene un gran volumen por la cantidad de años reclamados, va a llevar su tiempo", dice.

DISTINTAS MIRADAS SOBRE EL REALOJO.

"La gran mayoría está a favor".

El director de Vivienda Alejandro Lussich dice que el objetivo del realojo no es recaudar sino mejorar la vida de los vecinos. El dinero del remate será reinvertido en viviendas para disminuir el número de asentamientos.

"Es un lugar de gran vitalidad".

Damián González Bertolino dice que le gusta el barrio y no se imagina fuera de él. Cree que la convivencia entre vecinos de orígenes tan dispares generó una identidad particular que el barrio va a perder con el realojo.

"Acá van a venir magnates".

Jonás nació en el Kennedy y no se quiere ir. Dice que en la tierra en la que creció van a poner negocios para gente rica. Siente que los quieren acorralar en un predio con una sola vía de entrada y vigilancia policial.

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Foto: Fernando Ponzetto

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