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Darle pelea a la dislexia con mejores armas

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Lo más usual es que la dislexia sea diagnosticada alrededor de los ocho años. Foto: Archivo El País

CAMBIO DE PARADIGMA

En marzo Secundaria resolvió abandonar la idea de “tolerancia” con los disléxicos y, en cambio, introdujo la “adecuación curricular”. En consecuencia, más de 11.000 alumnos recibieron consignas adaptadas. En tanto, una red de empresarios de ANII premió a una editorial dedicada a niños con dislexia.

Cuando a Nicolás le entregaron la consigna del escrito se puso a llorar de los nervios de solo pensar que tendría que leer seis páginas. Su dislexia no se lo permitiría, pensó. Irónicamente, la razón por la que el escrito era tan largo era que su profesor, con la mejor intención de adaptar y facilitar la prueba para su estudiante disléxico, había impreso las letras el triple de grande. Tuvo las buenas intenciones, pero no la orientación para aplicarlas adecuadamente.

Grafema-fonema, grafema-fonema. El cerebro trabaja para decodificar cada símbolo y transformarlo en sonido y así darle sentido. Sin embargo, cuando uno lee en su idioma palabras conocidas, lo que hace es recordar las palabras que ya conoce, no leer cada letra. Cuando uno se enfrenta a una palabra por primera vez, a otro idioma, o a un sinsentido como "jalaubruainsixon", ahí sí: se debe ir letra por letra, si se quiere descifrar, por lo que la lectura es mucho más lenta. Eso les sucede a los disléxicos todo el tiempo, con todas las palabras. ¿Las consecuencias? No solo errores ortográficos o confundir la b con la d. Toda la concentración se va en la decodificación, dejando muy poca para la comprensión de lo que se está leyendo.

Los disléxicos tienen un problema doble: su condición, y el hecho de que no todo el mundo cree que su dificultad es real y no solo "pereza", o un nombre para el mal rendimiento académico. La psicopedagoga Gabriela Garibaldi, a cargo del Dispositivo Integral del Estudiante (DIE), un órgano de Secundaria, dice que ellos trabajan mucho con los docentes para desarraigar ese prejuicio y cree que van en vías de erradicarlo. Una docente que prefirió no ser nombrada explicó, por otra parte, que ellos como profesores son incapaces de diagnosticar el trastorno y que es "muy difícil distinguirlo de los baches que vienen de otros años o de la falta de esfuerzo". Especialmente, agrega, cuando dedican tiempo a prepararles una consigna especial y se encuentran con que "igual no estudian nada". La coordinadora de la carrera Psicopedagogía en la Universidad Católica (UCU), Martina Silva, enfatiza que "ya está ampliamente comprobado que la dislexia existe", y que afecta del 5 al 10% de la población.

Diagnosticado y tratado o no, la dislexia es un trastorno crónico: no se cura nunca.

Otra lectura.

A los ocho años, el hijo de la psicopedagoga Mercedes Lafourcade se frustraba y angustiaba porque no podía seguir ciertas dinámicas de su clase. Entonces lo animó a escribirle una carta a su maestra: "Me gustaría que la letra fuera libre, así podría escribir más rápido, y que la letra fuera más grande para leerla mejor. Me gustaría que me leyeras cuentos porque a mí me cansa leer".

Él fue quien inspiró a Lafourcade a investigar y ahondar más en los trastornos de aprendizaje. El 20 de octubre de este año, recibió el premio de Emprendedores en la Mira, distinción de una red que impulsa la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). Le otorgaron US$ 5.000 para desarrollar el proyecto "Editorial Basilisa". La idea, explica la psicopedagoga, es producir libros que no solo tengan la letra más grande y tipografía distinta, sino también una sintaxis y palabras elegidas para facilitarles la lectura a los niños que sufren de dislexia.

"A los niños disléxicos les encantan las historias fantásticas, sin embargo no pueden acceder a ellas en forma autónoma, teniendo que depender de que un adulto les lea un cuento. Esto hace que paulatinamente pierdan el interés por la lectura", explica. "Ellos tienen una edad lectora por debajo de su edad cronológica y esto hace que los libros que podrían leer con fluidez tengan historias que no corresponden con los intereses de su edad real. Una de las principales características de los cuentos es que tienen en cuenta esta diferencia", señala.

No es la primera vez que la ANII apuesta a soluciones para esta problemática. El año pasado le otorgó financiamiento a un proyecto llamado "Pipiña", de la psicopedagoga y maestra Herminia Estefanell. Pipiña es una marca de juegos que combina un tablero con fichas y naipes con una aplicación móvil y realidad aumentada. Todo diseñado para ayudar a niños con dislexia.

Según Silva, de la UCU, aunque hay factores de riesgo que se pueden identificar desde educación inicial, el diagnóstico de la dislexia suele ser alrededor de segundo de escuela, cuando el niño se enfrenta "oficialmente a la instrucción del lenguaje escrito". Es importante que desde que se detecta el niño se trate con un especialista para aprender mecanismos de compensación de su trastorno. Sin embargo, advierte Silva, no es un remedio que dure para siempre. "Hay padres que piensan que porque el chico tuvo una reeducación en la escuela ya está, y hay que ir generando estrategias para cada etapa", sostuvo. No es lo mismo compensar una dislexia en sexto de escuela que en tercero de liceo o en la facultad.

Adecuar y no "tolerar".

A partir de este año se abandonó el ya empolvado concepto de la "tolerancia y exoneración" para los alumnos con dificultades de aprendizaje para dar paso al nuevo sistema: la adecuación curricular. Esto quiere decir que el profesor debe dejar de "tolerar" más errores o problemas en los alumnos tocados por la varita del psicopedagogo y, en cambio, presentarles consignas de pruebas y hasta formas de enseñar adaptadas a sus capacidades.

El decreto, aprobado en marzo de este año, se encontró con resistencia de instituciones y docentes, cuenta Garibaldi del DIE. La crítica es la falta de preparación: se les indica el qué pero no el cómo. "Los lineamientos que nos llegan son demasiado vagos", dice una docente. Para remediarlo, Secundaria presentó una guía con recursos y técnicas sobre la adecuación el 27 de noviembre.

Según un relevo de Secundaria, este año se hicieron 11.230 adecuaciones curriculares a estudiantes que lo requerían, pero Garibaldi considera que "la cifra seguramente sea mucho más alta", ya que hay muchas formas de ayudar que el docente no necesariamente conceptualiza como "adecuación", por lo que no aparece en el relevo.

Para Silva, el cambio de paradigma es muy positivo pero hace falta una inversión en formación y recursos humanos para implementarla. "Está todo librado al sentido común del docente", opina. "Se aprueba el decreto pero la dinámica de los liceos no cambia, el espacio de coordinación que se necesitaría para profesores y técnicos existe pero es demasiado reducido", remarcó. Para ella, que también trabaja en el liceo del Seminario, algunos lineamientos deberían venir pautados formalmente desde Secundaria, como intenta hacer la guía, además de prever un tiempo para crear estas estrategias.

Cuenta la mitología griega que Procusto, un cruel posadero, invitaba a sus huéspedes a dormir en una cama de hierro y, una vez que se dormían, los amordazaba a las cuatro esquinas de la cama. A quienes la cama les quedaba chica, les cercenaba los miembros o hasta la cabeza para hacerlos entrar. A quienes la cama les quedaba grande, los martillaba y estiraba hasta hacerlos que encajaran con el tamaño del lecho. Con esta sangrienta historia, Celsa Puente, la coordinadora de Secundaria, se refirió en la presentación de la Guía de Adecuaciones Curriculares a cómo se viene educando sin contemplar la diversidad y las fragilidades de cada estudiante: todos tienen que pasar por un mismo molde aunque haya que cortarlos o martillarlos. Con las adecuaciones, espera remediarlo.

Aunque menos conocida, la discalculia también existe.

La psicopedagogía sabe que, además de la dislexia (más conocida, diagnosticada y tratada), existe la discalculia, a veces llamada "la dislexia de los números" o "dificultad de aprendizaje de las matemáticas".

La discalculia es la dificultad cognitiva específica para las matemáticas y sus conceptos. La psicopedagoga y directora del Departamento Integral del Estudiante (DIE) de Secundaria, Gabriela Garibaldi, anunció en el lanzamiento de la Guía de Adecuaciones Curriculares que la nueva línea de investigación que incorporó el departamento este año son las dificultades en matemática. La discalculia no es algo nuevo, señaló la coordinadora de Psicopedagogía de la Universidad Católica Martina Silva, pero "parece haber menos interés en el Río de la Plata en estudiar la discalculia que la dislexia". Dijo que si bien "no todos los que son malos en matemáticas tienen discalculia", este trastorno sí tiene una prevalencia similar a la dislexia (entre el 5% y 10% de la población). La discalculia es más difícil de diagnosticar después de cierta edad, cuando el estudiante ya generó mecanismos propios para sobrellevarla, explica Silva. La escasez de instrumentos de evaluación es el motivo por el que hay un diagnóstico mucho menor a la dislexia. Los discalcúlicos confunden los signos como el de más y el de menos.

Soy disléxico y trabajo de leer y escribir

Cómo sortear las barreras

No hay cura para la dislexia, pero tampoco es un obstáculo infranqueable. De hecho, hay quienes a pesar de su dislexia y persistentes errores de ortografía o dificultades, se desempeñan sin inconvenientes en trabajos donde leer y escribir son los elementos principales. Pablo Oyhenart cuenta que toda la vida supo que era disléxico, iba a la psicopedagoga, y en el liceo le iba bastante bien, pero le costaba mucho aprender inglés. Hoy trabaja escribiendo humor y hace stand up. Hace poco se fue a Estados Unidos a actuar gracias a que pudo aprender inglés "mirando películas y escuchando música", en vez de hacerlo con clases tradicionales. Además tiene pensado publicar un libro en marzo del año que viene. "La suerte que tengo es que el autocorrector de Word me permite entregar cosas como si no fuera disléxico", ironiza.

Emilia Almeida tiene que ir a una página web que le lee en voz alta los textos que produce para darse cuenta si la puntuación de lo que escribe tiene sentido. La primera vez que se dio cuenta de que "algo" le pasaba fue en primero de escuela. "Nos mandaron de deberes aprendernos los días de la semana, por lo que mi mamá me hizo unas tarjetitas para que los memorizara. Me puse a llorar porque no podía entender lo que decían los cartelitos", recuerda. Según la psicopedagoga Martina Silva, "el momento más difícil para un disléxico es cuando no sabe qué tiene" o "cuando no entiende qué es lo que le está pasando". A pesar de su dificultad y de brillar en otras áreas, Emilia eligió seguir la carrera de Comunicación y hoy está trabajando en el gabinete de comunicación de una oficina de Presidencia, leyendo y escribiendo todo el día, todos los días.

Pablo Fernández terminaba los escritos del liceo media hora antes para tener tiempo de revisar las faltas. "Ponía las mismas palabras escritas diferente cada vez, así tenía 50% de chance de embocarle", relata. ¿El motivo? No le diagnosticaron dislexia hasta quinto de liceo, por lo que no tenían tolerancia con él. Tenía pánico de que lo hicieran pasar al pizarrón, escribir una palabra con una falta y que todos se rieran de él.

Fernández sigue confundiendo algunas letras y preguntando a sus compañeros de trabajo cómo se escriben las palabras cuando tiene dudas. Ya no le importa ni le avergüenza: su dislexia no le impide ser periodista en el diario El País.

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