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Para qué sirven los politólogos

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Se han transformado en referencias de veladas electorales. Comentan en medios de comunicación tácticas y estrategias electorales y políticas, y dan sus puntos de vista desde un lugar que pretende ser científico y neutro. Pero sacando este protagonismo mediático, ¿para qué sirven los politólogos?

Hoy en día hay unos 300 licenciados en Ciencia Política. Unos 50 se recibieron en la maestría y otros cinco en el doctorado de esa materia dictado por la Universidad de la República. En el Instituto de Ciencia Política (ICP) hay unos 60. Hay también una Asociación Uruguaya de Ciencia Política (Aucip), con unos 350 miembros, que edita una revista cuya calidad está muy lejos de acceder a los círculos internacionales más prestigiosos.

Es que, de forma general y como bien señala un artículo sobre esta temática publicado este año en la revista de ciencia política de Chile, los politólogos compatriotas son leídos sobre todo aquí, y no tanto en la región ni en el resto del mundo.

La productividad del ICP aparece en el lugar 19 entre 21 centros de ese tipo en toda Latinoamérica. Solo hay dos peores en toda la región.

Este es el verdadero panorama de esta profesión. Más de la mitad de los politólogos que se dedican a su tarea tienen como perfil profesional la academia, y sin embargo, no logran trascender fronteras. No son referencia para nadie, siquiera en Sudamérica. Es más: los politólogos uruguayos que sí tienen influencia producen en Santiago de Chile, Toronto o Londres. No trabajan en el ICP.

Empero, con la llegada del Frente Amplio al poder, algo menos de 40 del total de nuestros politólogos lograron entrar al Estado en ministerios, intendencias, OPP o Presidencia, entre otras dependencias. Entre los que trabajan en la Universidad pública y los que lo hacen al servicio del Gobierno, un tercio del total depende así de una función pública. Y les va muy bien económicamente, ya que por lo general integran las franjas de quintiles más altos de ingresos: un grado 5 full time, por ejemplo, gana más de 4.000 dólares por mes.

Tenemos entonces que la mayoría de quienes se recibieron de politólogos y que se dedican a esa tarea es gente muy bien paga. Casi todos los que son conocidos por la opinión pública son rentados por el Estado, ya sea por trabajar en la Universidad pública o ya sea por tener contratos en gobiernos de izquierda. Su influencia académica internacional es casi nula, pero su peso mediático aquí es importante.

Lo interesante del caso es que cuando opinan, todos estos politólogos pretenden ser objetivos, amparándose en el carácter científico de su conocimiento. Sin embargo, su vinculación con la izquierda es notoria: están los casos de Gerardo Caetano o Constanza Moreira, ambos exdirectores del ICP, que incluso fueron candidateados para presidir al Frente Amplio. En otros ejemplos, opinan atacando al candidato opositor al Frente Amplio: Daniel Chasquetti, en la recta final de la campaña presidencial de 2014, comparó el discurso de Lacalle Pou con los libros de Paulo Coelho.

En el mundo pro-izquierdista en el que ellos se mueven nada de esto importa mucho. La ciencia política sirve allí para legitimarse e integrar el gobierno de izquierda, o para generar discurso pro-gubernamental que justifique buenos salarios universitarios. Así, ninguno de estos mediáticos politólogos, ni por cierto ninguna institución que los nuclea, dijo absolutamente nada sobre la violación a la Constitución del presidente Mujica, cuando reconoció impúdicamente que había participado de la campaña electoral en 2014 en favor de Vázquez. Ninguno dice nada ahora tampoco, ni personal ni institucionalmente, con relación a la situación de dictadura que sufre el pueblo de Venezuela, con el ataque directo a Leopoldo López que sí fue denunciado por organizaciones internacionales como Amnesty o Human Rights Watch.

Para nuestros politólogos más conocidos, urgidos por los apremios cotidianos de sus rutinas de funcionarios, el mundo es su pequeño escritorio. Y donde cuadre, no faltará alguno que además defienda desde la ortodoxia izquierdista propia de comité de base, una politología pro-autoritaria. ¿O acaso Constanza Moreira, por ejemplo, no es chavista? ¿O acaso Chasquetti, Daniel Buquet y Adolfo Garcé no fueron simpatizantes del Partido Comunista?

Estos son nuestros politólogos y para todas estas cosas sirven. Téngalo presente cuando sepa de algunos de sus pretendidos análisis científicos que describen la vida política del país con pose de imparcial.

Editorial

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