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"La última primavera", novela filosófica con ribetes de policial

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"Ningún narrador puede escribir sino de si mismo", sostiene el novelista.

Jaime Monestier acaba de lanzar al mercado por Rebeca Linke Editoras una nueva novela, La última primavera, que si bien tiene por subtítulo Apuntes para una novela policial, él prefiere inscribirla en un género que se podría llamar novela filosófica.

"Hay muertos, policías, intriga, pero no existe un desenlace: están presentes todos los elementos de la novela policial, pero falta algo que es ocupado por otra cosa que no es policial y que induce hacia otra zona, hacia otro tema. Hay un capítulo en el que alguien juega con esa contradicción. Confieso que me divertí mucho con esa idea. Y no digo más", contó el autor a El País a la hora de empezar a hablar del argumento.

Escribano de profesión, como novelista Monestier se hizo conocer con Ángeles apasionados, que editada por Cal y Canto en 1996 sorprendió gratamente por la enjundia de su trama y sus personajes. Luego siguió otra novela (Amor y anarquía, en 2000), y después de una larga ausencia en el género, ahora regresó en un registro diferente.

"Las tres novelas —Ángeles apasionados, Amor y anarquía y ésta— son diferentes. La primera tiene mucho de autobiográfica, si no en el argumento propiamente dicho, sí en la copiosa descripción de ambientes, caracteres humanos, sucesos, accidentes e incidentes. Hay un retorno de alguno de ellos a esta novela. Por supuesto que en Ángeles... el parentesco oculto de dos personajes es ficcional. Confieso que fue una novela que me lastimó mucho. Amor y anarquía refiere sucesos imaginarios en tiempos de la dictadura, aunque calco de hechos reales. El personaje central se parece en mucho a un anarquista que fue por años mi cliente en la escribanía", explica el autor.

Aunque sobre lo autobiográfico en la escritura ficcional, agrega: "Ningún narrador puede escribir sino de sí mismo y sobre sí mismo, aunque lo haga en tercera persona y por más ajeno que le sea el tema, aun en la ciencia ficción. Él y su peripecia está en cada idea, diría que en cada palabra. Proust es prueba irrefutable y más que visible. La ciencia ficción hace posible lo imposible, pero para hacer lo imposible hay que partir inevitablemente de lo posible, de lo conocido. Tanto las figuras como las contrafiguras tienen que partir de un modelo conocido, vivido o no, quizás leído u oído: todo pasa por nuestro conocimiento".

Y más en general, sobre su prosa, considera: "Aspiro a que no se note que estoy ahí. El autor debe desaparecer, ocultarse, y eso requiere —en mí— un trabajo de orfebre, aunque el propósito no sea deliberado. No se termina nunca de corregir: una oración es demasiado larga, un adjetivo tiene demasiado peso, un párrafo debe ser dividido en dos para aliviar la atención del lector. Pero estos porqué son intuitivos, no se razonan. Escribo para mí y para lo que a mí me gusta o me molesta. La motricidad de la escritura nace de un estado de atención permanente, un estado de vigilia. A veces un personaje utiliza un término que no corresponde a su personalidad; y hay que estar atento, porque cada personaje tiene su cultura, su educación, su voz, su lenguaje".

Consultado sobre la relación entre lo notarial y lo novelístico, sintetiza: "No hay nada más parecido a un confesionario que una escribanía; al menos antes era así. Ahora es más que nada una oficina en la que lo jurídico y lo económico predominan sobre la problemática personal y todo se solventa por vía informática. Ejercí la profesión 31 años y atendí por 20 años dos oficinas, una en Montevideo y otra en Los Cerrillos. Puedo decir que en esos 31 años, si saco cuentas, tuve trato con más de 50 mil personas. Fue una prolongación de la Universidad, en la que aprendí, sin darme cuenta, la materia básica para el escritor, la más importante: la condición humana en todos sus matices y en la interacción social. Eso me dio —creo— una cuantiosa riqueza, mucho más importante que el dinero."

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"Ningún narrador puede escribir sino de si mismo", sostiene el novelista.

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