Publicidad

Mesa sectorial de la moñita (fresca)

Compartir esta noticia

ISAAC ALFIE

La semana pasada importantes autoridades de gobierno se mostraron muy contentas con determinados "acuerdos" de precios. Exultantes de optimismo, luego de reunirse con empresarios del sector arrocero y acordar el precio de una variedad de baja calidad al tiempo de constituir la "mesa sectorial del arroz", encararon el mismo camino con los aceiteros acordando en un solo acto el mantenimiento por dos meses del precio de "determinado" aceite de soja y la instalación de la "mesa sectorial del aceite". A continuación se dijo, "se trabaja en un acuerdo similar con alguna variedad de pasta fresca", en concreto las moñitas. Falta algún tipo de queso para que podamos comer pasta o arroz con aceite y queso; una sugerencia es que éste sea, al menos, semiduro.

La forma de resolver la creación de comisiones, plenas de voluntarismo, sin saber muy bien para qué, más allá de la urgencia del momento, me recuerda los actos donde el Teniente General Hugo Chávez, presidente de Venezuela, en las cumbres presidenciales y luego de hablar largo tiempo sin hilo conductor, seguramente pensando que entre tanta cháchara se le había ocurrido algo bueno, proponía un nuevo órgano regional con nombre grandilocuente y casi nadie se animaba a decirle no. Tengo experiencia personal al respecto. Por tanto, si bien me resulta casi increíble el mecanismo, no me sorprende. Más increíbles aún me resultan las declaraciones de nuestros gobernantes, propias de tiempos obsoletos. "Son instrumentos idóneos", "inteligentes", "las mesas llegaron para quedarse", fueron algunos de los calificativos oficiales.

A lo anterior se sumó el PIT-CNT, proponiendo la trazabilidad de cualquier tipo de alimento cosa que, como se sabe es fácil y barata de hacer, pero ya no con objetivos sanitarios, sino de seguimiento del precio desde el origen a la mesa. Es decir, hay que analizar la tasa de ganancia de cada etapa, -la bruta por cierto, ya que con los costos por ahora no nos metemos- como si la competencia no existiera ni hiciera su trabajo. Para eso ofreció a sus militantes, seguro que especialistas en el tema, cual brigadas "para gubernamentales" para hacer el control. Ante ello, las autoridades respondieron desde la OPP que el MEF colaboraría con un 0800 para recibir las denuncias y actuar. Sería algo así como "llame al 0800 - moñita". Disculpe el lector que parece en broma, pero el problema es que es en serio.

Seguramente, los actores piensan que recién ganamos el campeonato mundial en Maracaná cuando cosas como estas se hacían y parecían correctas y al poco tiempo se fracasaba y se sabía que no funcionaban, pero se desconocía cuál era el remedio correcto. Tanto la acción en concreto como la propuesta son la misma cosa, el lenguaje seguramente es distinto, ya que se utiliza alguna palabreja moderna.

El tiempo que se dilapida me parece absurdo, mucho más cuando quienes lo pierden tienen la envergadura institucional que poseen en función de los cargos que ocupan.

A esta altura, a buena parte de las autoridades le estamos abonando el sueldo para ver cómo "hacen que trabajan" mostrando movimiento y comisiones, pero en realidad nos toman el pelo. Más allá del autobombo de inteligencia, creatividad y otros adjetivos laudatorios auto adjudicados, muy propio de los partidos de izquierda a lo largo y ancho del mundo, lo que está sucediendo es una muestra de impericia poca veces vista en autoridades de Uruguay. De todas maneras, recordemos a los funcionarios que han permanecido al margen de todo, y veremos a los realmente inteligentes, o al menos con un sentido de la realidad muy bien desarrollado.

¿CUÁL ACEITE? Permítame el lector desconfiar de todo este tipo de acuerdos recordando una máxima de Adam Smith (La Riqueza de las Naciones), "no es de la benevolencia del carnicero ni la del panadero que debemos esperar que los precios bajen y existan productos de mejor calidad, sino exclusivamente de su afán de lucro".

A esta altura del conocimiento científico sobre la economía y luego de haber probado todo tipo de políticas y medidas, cualquier persona medianamente informada sabe que si un precio se fija administrativamente por debajo del precio de equilibrio de mercado -y esto incluye el mercado relevante, que en los bienes de marras es el mundial- o se le permite subir o habrá escasez. Pese a que se diga otra cosa, cuando se sientan alrededor de una mesa prominentes figuras del gobierno, no precisan decir nada para que la contraparte sepa qué puede pasar si no hay "acuerdo".

Puede llegar a ocurrir que durante algún tiempo corto exista un período de ajuste, los mercados reales no son como los financieros que ajustan en el tiempo que lleva apretar una tecla del computador, pero los incentivos que indican los precios son tan grandes que suelen no durar mucho. De todas maneras, hasta el momento, invariablemente todo ha sido para la tribuna; poco y nada ha afectado el mercado real y la pérdida de tiempo se vuelve más inaceptable. Entonces, "compromisos" como los anunciados, a efectos que no generen escasez ni mercados paralelos sólo son factibles y se cumplirán si se puede realizar un ajuste por la calidad, es decir se "crea" otro producto que se comercializa a determinado precio. Existen ejemplos muy cercanos que lo prueban, el famoso asado para el cual se votó hasta una ley para exonerarlo de impuestos, debía tener trece costillas y no recuerdo cuantas otras especificidades, o un chorizo de la misma calaña. El asado era hueso, grasa y a quien encontraba la carne le daban un premio similar a la lotería. Si mal no recuerdo en un informativo central hicieron la prueba de comprar un kilo, quitarle la grasa y el hueso, llegando a que de carne no llegaba a 350 gramos, terminando siendo más caro que un kilo de pulpa.

Las cosas son claras, existen sobrados ejemplos a lo largo de la historia -los tenemos muy actuales- donde se termina vendiendo un producto que no tiene salida, a un precio superior al de mercado que, además, tienen propaganda gratis, o mejor dicho paga con los impuestos de todos los ciudadanos.

Sucede que se diferencia mejor la mercadería, los sectores aprovechan que no deben invertir en diferenciar productos y terminan comportándose como monopolistas discriminadores casi perfectos de precios; la mercadería de peor calidad desplaza a la mejor y el consumidor termina pagándola más cara. La gente más humilde termina pagando por algo que no es y consumiendo un bien de lamentable calidad. Así funcionaron y terminaron todos los controles de precios, con productos tarifados muy malos y los buenos comercializándose a mayor precio que los de mercado libre. Lo mismo pasa ahora. El arroz del acuerdo ya se ve en las góndolas y el lector lo puede juzgar por sí mismo, el aceite ya veremos pero, como se sabe, el mismo puede venir de primera, segunda e incluso tercera prensada. Este último podríamos caricaturizarlo como "jugo" en lugar de aceite.

Si observamos los productos donde se logran "acuerdos", resulta que en todos los casos la variabilidad de la calidad puede ser grande y por ende se puede diferenciar muy bien el producto. No pasa con un bien relativamente homogéneo. A nadie se le ocurrió pensar ¿por qué será?

La inflación no es la enfermedad de la soja, esa se llama roya, ni del aceite, o el arroz, es algo que sufre el dinero y lo deprecia. Si el gobierno ha equivocado los caminos para su combate es otro cantar. Hoy la inflación subyacente minorista del último año móvil supera el 10% anual (33,6% en dólares) y la mayorista, medida exclusivamente por la de productos manufacturados sin petróleo ni combustibles, sobrepasa el 14% (38,2% en dólares). Cualquiera de los guarismos descritos supera largamente a los mundiales; de hecho la suba de precios en los alimentos en Estados Unidos apenas si sobrepasa el 6% en el último año cerrado a abril pasado. Algo interno muy poderoso está pasando y las autoridades no lo comprenden o se hacen las distraídas porque tienen problemas políticos internos para resolverlo. Mientras tanto, la teoría de la exculpación sigue funcionando y, si la culpa puede ser atribuida de manera tan imprecisa como que "viene de afuera", mejor.

No parece sensato que principales autoridades de gobierno pierdan su tiempo en acciones sin sentido real en lugar de dedicarlo a gobernar e impulsar transformaciones. El tiempo es uno solo y si se pierde no hay forma de recuperarlo. Los ciudadanos no pagamos impuestos para eso, sino para otra cosa.

A esta altura de los acontecimientos pienso que la improvisación de buena parte del gobierno está tocando los dinteles celestiales. El problema es que si se abren las puertas y se traspasa el umbral seguramente descubramos que entramos al infierno y no al paraíso.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad