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Un Amorim descuidado

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EL AFFAIRE (más que nada editorial) García Lorca-Amorim-Roncagliolo derivó finalmente en algo previsible: la edición de algunos textos del salteño en tierras españolas, a cargo de la misma editorial que lanzó recientemente El amante uruguayo, del último de los mencionados.

SIEMPRE DE PASO.

La carreta, cuya primera edición corresponde a 1932 (no a 1929, como se dice en la modesta reseña biográfica sobre el autor), es considerada una de las dos novelas más importantes de Enrique Amorim (Salto, 1900-1960). Se trata de un texto muy desparejo en su factura, con algunos puntos altos y a la vez con muchísimos yerros, ninguno de ellos menor.

La anécdota podría reducirse al paso de una carreta de "quitanderas" (prostitutas de la zona rural) que, cual circo de esperpentos, anda y desanda los caminos de hace un siglo. La acción transcurre durante los años de las últimas patriadas blancas, a las que se alude mediante el planteamiento de conflictos laterales a los que tienen los personajes. El lugar es el norte del país, una suerte de páramo desolado apenas habitado por seres embrutecidos, pintados desde la perspectiva del realismo literario. En un ambiente de frontera, agobiadas por la necesidad y la baja consideración que de ellas tiene el resto del mundo, estas mujeres son como niñas perdidas en busca de un sueño a priori inalcanzable. La maquinaria de una sociedad brutal las elige como chivos expiatorios de la soledad en la que hace vivir a sus hombres.

A pesar de lo anterior, La carreta es una novela que pierde peso cuando se vuelve consciente de sus aspiraciones de denuncia social grandilocuente. Por el contrario, gana al menos en verosimilitud cuando su narrador se ocupa de los personajes y los sigue hasta su interior profundo, hasta sus sueños inmediatamente anteriores al instante de su muerte (como en el caso de Chiquito) o sus miedos previos a la pérdida de la virginidad (como en el caso de Florita). El fuerte de Amorim no es el tono épico y altisonante sino más bien el íntimo y subjetivo, con el que dota de cualidades humanas a algunas de sus criaturas, para después ocuparse de sus historias personales y ofrecerle al lector fragmentos ciertamente logrados.

Otro punto a destacar son los frecuentes hallazgos estéticos del autor a la hora de proponer imágenes novedosas relacionadas con el ambiente natural: el campo, gracias a tal pericia, se vuelve personaje. Y poco más. El grueso de la novela naufraga en los mares de una prosa despareja y algo anquilosada, a la que el paso del tiempo no trata bien.

La edición presume de un prólogo de Mario Benedetti -muy acorde a las apetencias del posible comprador español- que en sí no es más que un breve y sucinto comentario. El diseño de tapa es hermoso y cuidado, pero esto no salva al conjunto de un penoso defecto: pululan las erratas, los errores gramaticales, los errores ortográficos y los descuidos de tipeo. Resulta notoria la ausencia de un trabajo serio de edición, lo que viene a convertir a este libro en una muy modesta puerta de entrada a la obra del escritor salteño, amigo de García Lorca y Borges y conocido de Horacio Quiroga.

LA VUELTA DE AGUILAR.

De un perfil netamente psicológico, El paisano Aguilar explora con impronta naturalista el impacto de las condiciones del ambiente en la vida de un hombre joven dueño de una estancia de frontera. Amorim se vale en este caso de una historia simple, algunos de cuyos rasgos tal vez conozca de primera mano. Después de la muerte de sus padres, Francisco Aguilar regresa al lugar donde pasó su niñez y su adolescencia: la estancia El Palenque. Lo esperan allí las mismas acechanzas del pasado, las mismas preguntas, los mismos misterios (mientras tanto, al lector lo esperan los mismos defectos de edición que en La carreta).

La cuestión dominante se centra en la relación de Aguilar con su padre, una figura ominosa, oscura, que obliga a sus hijos a vivir fuera de la casa, apartados de todos los privilegios esperables en los vástagos de un patrón.

Amorim demuestra en esta novela una interesante capacidad para delinear personajes secundarios que ofician como antagonistas de Aguilar. El esquema es sencillo y efectivo: los hombres son lo que dicen y lo que hacen. En un contexto donde la acción física marca la posición frente a los demás, casi siempre lo segundo prima sobre lo primero.

El paisano Aguilar, sin que pueda decirse que se trata de una obra maestra, aparece perlada de escenas memorables. Una de ellas es la cabalgata interminable hacia el rancho, en la que Aguilar es acompañado por el estanciero vecino, Cayetano Trinidad, después de una borrachera nocturna. El disparatado duelo de cordialidad en el que se embarcan (los dos personajes insisten varias veces en acompañar al otro hasta la entrada de su estancia, y lo hacen, obcecados, yendo y viniendo por el camino de tropa) recuerda por su comicidad y por su tono al cuento "¡Qué lástima!" de Francisco Espínola. Sin embargo, en el mismo punto en el que Espínola logra conmover con la fuerza del gesto noble de sus paisanos, Amorim entrampa a los suyos en un atolladero de odio y envidia crecientes.

Otra escena destacable es la que describe cómo uno de los toros que van en una tropa hacia la estancia de Aguilar es montado sucesivamente por varios de sus compañeros. El animal marcha cabizbajo, impregnado del olor al semen dejado en sus ancas por los que lo han montado, lo que se convierte en un llamado irresistible a los que todavía no lo han hecho. La referencia a la homosexualidad y al estado de miserabilidad en el que en aquellos tiempos se sumían los homosexuales del campo (metaforizados en el toro salvajemente montado por los demás machos), marca una clara continuidad conceptual con el trágico episodio del "marica" Correntino relatado en el capítulo IX de La carreta.

MIRADA SOBRE LA DESGRACIA.

Los personajes femeninos de estas dos novelas son tratados con comprensiva piedad. Tanto las quitanderas de La carreta como las prostitutas de la "Pensión" en El paisano Aguilar, se ofrecen al lector como seres sufrientes, desgraciadas hijas de un pasado negro que en todo momento amenaza con volver con su cargamento de miseria, hambre, violencia, asco y humillación.

Para los personajes masculinos no se reserva tal suerte. Aguilar es un hombre dolorido cuya mirada sobre el mundo se desparrama y es absorbida por el espacio disolvente del campo. La construcción psicológica del personaje deja abiertas muchísimas interrogantes que al lector pueden parecerle, engañosamente, escamoteos de información. Sin embargo, Amorim logra buenos segmentos narrativos cuando no lo dice todo. Cuando sí lo hace, como en la mayor parte de La carreta, el resultado son interminables parrafadas informativas por las que circula y se disuelve la mirada del lector.

LA CARRETA, de Enrique Amorim. Alcalá Grupo Editorial y Distribuidor de Libros, 2012. Alcalá, 155 págs.

EL PAISANO AGUILAR, de Enrique Amorim. Alcalá Grupo Editorial y Distribuidor de Libros. Alcalá, 235 págs. Distribuye Océano.

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