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Los desposeídos de Transilvania

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Patricio Pron

CUANDO EL secretario de la Academia sueca anunció hacia las doce del mediodía del ocho de octubre pasado que la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2009 era la alemana Herta Müller, muy pocos lectores fuera del mundo estrictamente germanoparlante supieron quién era la escritora a la que, a partir de ese momento, iban a tener que mirar con el mismo respeto con el que se mira a Thomas Mann, T. S. Eliot, William Faulkner, Samuel Beckett, Elias Canetti, Octavio Paz, Günter Grass, Gabriel García Márquez y otros Nobel. Es probable incluso que la propia Herta Müller se haya sentido sorprendida por la concesión de un premio para el que los candidatos que más sonaban este año eran los estadounidenses Thomas Pynchon, Joyce Carol Oates y Philip Roth, el israelí Amos Oz y el albanés Ismail Kadaré. Sin embargo, no hay nada más demorado que esta distinción, que no sólo premia a una autora de claro compromiso político y obra lírica e intensa sino que viene también a concluir, al menos de forma provisoria, una historia que ha comenzado hace casi novecientos años y con la que aún se asusta a los niños.

DESAPARECIDOS en LOS CÁRPATOS. De acuerdo a esa historia, las autoridades de la ciudad de Hameln (Hamelín), en la región alemana de Baja Sajonia, contrataron en cierta ocasión a un flautista cuya interpretación tenía la capacidad de seducir irremediablemente a quien la escuchara. De ese modo, el flautista condujo a todas las ratas de la ciudad a la orilla del río Weser, en el que se ahogaron, para beneplácito de sus empleadores. Sin embargo, cuando estos se negaron a pagarle por sus servicios, el flautista decidió vengarse embrujando a los niños de la ciudad: una noche, cientos de ellos abandonaron sus hogares para seguir al flautista bajo tierra y no volver jamás a ver a sus padres ni a su desagradecida patria.

La historia del flautista de Hamelín, inmortalizada entre otros por Johann Wolfgang von Goethe, los hermanos Grimm y Robert Browning, y que parece surgida del terror nocturno de un padre, tiene su origen en un hecho histórico. En 1146, el rey magiar Géza II de Hungría alentó la inmigración de alemanes en su región más oriental con el fin de poner coto a las aspiraciones anexionistas del Imperio Bizantino. Allí, en Transilvania, los alemanes fundaron siete ciudades fortificadas, los "Siebenbürgen" -Klausenburg (actual ciudad rumana de Cluj-Napoca, en húngaro Kolozsvár), Kronstadt (en rumano Brasov, en húngaro Brassó), Schaßburg (Sighisoara, Segesvár), Hermannstadt (Sibiu, Nagy-szeben), Bistritz (Bistrita-Nasaud, Beszterce), Karlsburg (Alba Iulia, Gyula-Fehérvar) y Eisenmarkt (Hunedoara, Vajdahunyad)- que florecieron durante la Edad Media. Hasta entrado el siglo XX, sus habitantes disfrutaron de un estatuto especial, en particular tras la constitución del Imperio Austrohúngaro, que hizo de la aceptación de la pluralidad étnica su condición de existencia: habitaban en ciudades con importante presencia germanoparlante, sus niños visitaban escuelas exclusivas y tenían absoluta libertad religiosa.

Pero en 1918, por el tratado de Trianón, el Imperio Austrohúngaro es desmembrado. La entrega de Transilvania a Rumania con seis millones de rumanos, tres millones de húngaros, un millón de alemanes y numerosos gitanos, supuso para los alemanes el fin de la convivencia pacífica con sus etnias vecinas y el incremento de un aislamiento que, a partir de 1930, hizo a algunos de sus miembros susceptibles a la propaganda nazi, de creciente influencia en Transilvania. Mientras las tropas del Tercer Reich iban y venían por Europa oriental, los alemanes jóvenes de Siebenbürgen se alistaban en las divisiones de las temidas SS creadas especialmente para los alemanes de la diáspora, alistamiento que no siempre era voluntario, pues tenía mucho de leva (los soviéticos no tomaban prisioneros SS, los ejecutaban, razón por la cual vestir ese uniforme era una condena a muerte). Estas divisiones fueron luego responsables de muchas atrocidades en los últimos años de la guerra.

Cuando la Segunda Guerra Mundial acabó con la derrota del Eje, los alemanes de Siebenbürgen se convirtieron en el blanco predilecto de las represalias del recién creado régimen comunista rumano: las autoridades arreglaron con sus pares soviéticos la deportación a Siberia y a Ucrania oriental de todos los hombres alemanes de entre dieciocho y cincuenta años y todas las mujeres de entre dieciocho y cuarenta y cinco años de edad. Si bien no hay cifras exactas, se sabe que tan sólo la mitad de los deportados logró sobrevivir; los otros, sencillamente, desaparecieron, muertos probablemente por enfermedad, congelación o exceso de trabajo en las minas de carbón. Quizás sin saberlo, su historia repetía trágicamente la de los niños de Hamelín que un flautista secuestró por la indignidad cometida por sus padres. En la actualidad, apenas quedan unos catorce mil alemanes en Siebenbürgen, la mayoría ancianos.

LAS EXPORTACIONES. Herta Müller, nacida el 17 de agosto de 1953 en el poblado de Nitzkydorf, es descendiente de aquella solitaria minoría alemana en territorio rumano. Su padre fue uno de los que se alistó en las SS durante la guerra, donde murió; su madre pagó las culpas familiares en un campo de trabajo en la antigua URSS durante cinco años, pero nunca quiso contarle a su hija lo que había visto y vivido allí. Müller creció en un ambiente hostil a la minoría alemana, aislada lingüística, religiosa y culturalmente de sus vecinos y geográficamente del sitio del que provenía, pero obligada a cargar con su culpa histórica.

Después de estudiar literatura alemana y rumana en la Universidad de Timisoara e introducirse en la escena literaria clandestina de la ciudad, la escritora formó parte del "Aktionsgruppe Banat", un colectivo de jóvenes escritores rumanos en alemán que proponía una estética radical y que no tardó en ser reprimido por el régimen. En 1979, la escritora fue despedida de la fábrica en la que trabajaba como traductora por negarse a colaborar con la policía secreta de su país como informante, y durante años debió ganarse la vida malamente dando clases particulares de alemán y trabajando como maestra. Su primer libro, En tierras bajas (1982), sólo pudo ser publicado después de cuatro años de demora y tras pasar por la censura del régimen de Nicolai Ceaucescu, bajo el cual Müller ya no pudo vivir después de que en 1984 la misma obra fuera editada sin censura en Alemania y a la autora se le prohibiera volver a publicar en su país natal.

En los relatos de En tierras bajas que le valieron esa prohibición, los habitantes de un poblado de lengua alemana en la Rumania rural -que la autora basa sin demasiados disimulos en su pueblo natal de Nitzkydorf- viven una existencia que, incluso filtrada a través de la mirada infantil de la narradora, es brutalmente opresiva, y en la que leyendas y supersticiones populares se mezclan con los datos objetivos de la persecución estatal, la desintegración de una comunidad y la derrota, todo narrado con un estilo intensamente poético y tierno que iba a ser, de allí en adelante, la seña de identidad de la escritora.

En 1987 Müller consiguió escapar a la República Federal de Alemania con su marido de entonces, el también escritor Richard Wagner, después de que el gobierno de ese país "comprara" su libertad por ocho mil marcos. El método no era inédito: según Ion Mihai Pacepa, jefe de inteligencia de Ceaucescu y posterior desertor, el dictador comentó una vez que "judíos y alemanes, junto con el petróleo, eran los mejores productos exportables de Rumania".

LA FRANQUEZA. Müller iba a elaborar ficcionalmente la experiencia de la partida de Rumania en su libro El hombre es un gran faisán en el mundo (1986), en el que la familia Windisch espera en un ambiente enrarecido la emisión de un visado que le permita escapar a Alemania. En esa tensa espera, su protagonista puede limitarse a observar la dictadura absurda y cruel bajo la que ha vivido y esperar un tiempo mejor, en un país al que, teóricamente, pertenece pero en el que, lo sabe, también será un extranjero.

Müller iba a crear una poética dura, mordaz, desencantada y lúcida de esa doble extranjería suya, y, tras su llegada a Alemania, iba a comenzar a desempeñarse en universidades locales al tiempo que continuaba escribiendo. Muy pronto su obra empezó a ser reconocida por la crítica de ese país como la crónica más brutalmente honesta de la persecución y la represión de las minorías bajo los gobiernos totalitarios y, en particular, del triste destino de la minoría germanoparlante de Transilvania; cada nuevo libro de la autora venía a demostrar que el lirismo y la ternura no están necesariamente reñidos con la denuncia, una opinión compartida también por otra Premio Nobel germanoparlante, la austríaca Elfriede Jelinek.

A Müller y a Jelinek las une la convicción de que la verdad íntima del lenguaje es su radicalidad, y con los austríacos Thomas Bernhard y Peter Handke comparte Müller el rechazo rotundo a cualquier tipo de nacionalismo. La recreación de la infancia vincula finalmente su obra con el libro más importante del también Premio Nobel Günter Grass, El tambor de hojalata, y con obras más recientes del escritor alemán, como Pelando la cebolla. Sin embargo, lo que distingue claramente a Müller entre sus contemporáneos es -para utilizar la expresión empleada en el dictamen de la Academia sueca- "la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa", que dotan a su obra de un insólito espesor lírico. Su prosa se caracteriza por los collages, los símiles y comparaciones sorprendentes para el lector y los hallazgos poéticos, cuya finalidad, en palabras del catedrático de filología alemana de la Universidad Complutense de Madrid Luis Acosta, es "crear algo que vaya más allá de la destrucción con que uno se encuentra en la vida".

LAS TRAGEDIAS. Autora de veintidós libros entre novelas, poesía y ensayo (ver recuadros), traducidos ya a veinticuatro idiomas, Müller es parte del paisaje literario alemán desde hace tiempo y ha ganado todos sus premios de importancia. Sin embargo, fuera de ese país gran parte de su obra es desconocida. Una obra en la que destacan los libros La piel del zorro (1992), La bestia del corazón (1994), los ensayos de Der König verneigt sich und tötet (2003) y su última novela, Atemschaukel (Columpio del aliento, 2009). En ella, la escritora narra la historia de Leopold Aubert, un adolescente perteneciente a la minoría alemana en Rumania que tras el final de la guerra es internado en un campo de trabajo soviético. Atemschaukel está basada en los textos autobiográficos del poeta Oskar Pastior (1927-2006) y en las charlas que la autora mantuvo con él, una de las personalidades literarias más relevantes surgidas de la minoría alemana en Rumania junto con Georg Maurer, Paul Celan y la propia Herta Müller.

Hasta el otorgamiento del premio Nobel, Atemschaukel no había encontrado interesados entre los editores hispanohablantes, una situación que, naturalmente, cambiará tras el fallo. Excepto por La bestia del corazón, traducido por Bettina Blanch Tyroller para Mondadori en 1997, En tierras bajas (1990 y 2007) y El hombre es un gran faisán en el mundo (1992), publicados ambos por Siruela con traducción de Juan José del Solar, y La piel del zorro (Plaza & Janés, 1996), su obra aún espera el descubrimiento de los lectores hispanohablantes. Herta Müller no es una autora para las masas -de hecho, tras el premio sus editores de Siruela corrieron a rescatar los ejemplares de sus libros, que iban a ser guillotinados para hacer espacio en el depósito después de haber vendido bastante menos de lo esperado- pero la tragedia que atraviesa toda su obra sí es una tragedia masiva, la de la persecución hasta el aniquilamiento de la minoría alemana en Rumania y la de todos los totalitarismos del siglo XX que se opusieron al ideal de la convivencia de pueblos, naciones y religiones en Europa. A setenta años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial y a veinte del inicio del derrumbe del bloque soviético, el Premio Nobel de Literatura de este año no podría haber sido mejor otorgado. Herta Müller no sólo es una de las autoras más finas de la escena literaria actual de Alemania. También es una de esas últimas voces que pide justicia para los desposeídos por la Historia, todos los niños arrebatados por el flautista que nunca más volvieron a ver a sus padres y a su patria.

Obra selecta

En tierras bajas (Niederungen, 1984);

Drückender Tango (1984)

El hombre es un gran faisán en el mundo (Der Mensch ist ein großer Fasan auf der Welt, 1986)

Barfüßiger Februar (1987)

Reisende auf einem Bein (1989)

La piel del zorro (Der Fuchs war damals schon der Jager, 1992)

Der Wachter nimmt seinen Kamm (1993)

Angekommen wie nicht da (1994)

La bestia del corazón (Herztier, 1994)

Hunger und Seide (1995)

Heute war ich mir lieber nicht begegnet (1997)

Der fremde Blick oder Das Leben ist ein Furz in der Laterne (1999)

Heimat ist das, was gesprochen wird (2001)

Der König verneigt sich und tötet (2003)

Die blassen Herren mit den Mokkatassen (2005)

Atemschaukel (2009)

Guardián nocturno

Herta Müller

EL MOLINO ha enmudecido. Las paredes y el tejado han enmudecido. Y las ruedas también. Windisch ha pulsado el interruptor y apagado la luz. Ya es de noche entre las ruedas. El aire oscuro ha devorado el polvo de harina, las moscas, los sacos.

El guardián nocturno duerme sentado en el banco del molino. Tiene la boca abierta. Debajo del banco brillan los ojos de su perro.

Windisch carga el saco con las manos y con las rodillas.

Lo apoya contra la pared del molino. El perro lo mira y bosteza. Sus blancos colmillos son una dentellada. La llave gira en la cerradura de la puerta del molino.

La cerradura hace un clic entre los dedos de Windisch.

Windisch cuenta. Oye latir sus sienes y piensa: "Mi cabeza es un reloj". Se guarda la llave en el bolsillo.

El perro ladra. "Le daré cuerda hasta que el resorte reviente", dice Windisch en voz alta.

El guardián nocturno se cala el sombrero en la frente. Abre los ojos y bosteza. "Soldado en guardia", dice.

Windisch se dirige al estanque del molino. En la orilla hay un almiar. Es una mancha oscura sobre la superficie del estanque y se hunde en el agua como un embudo. Windisch saca su bicicleta de entre la paja.

"Hay una rata entre la paja", dice el guardián nocturno. Windisch quita las briznas de paja del sillín y las tira al agua. "La he visto", dice, "ha saltado al agua". Las briznas flotan como cabellos, formando pequeños remolinos. El embudo oscuro también flota.

Windisch contempla su imagen ondulante.

El guardián nocturno da un puntapié al perro en la barriga. El perro lanza un aullido. Windisch mira el embudo y oye el aullido bajo el agua. "Las noches son largas", dice el guardián nocturno. Windisch se aleja un paso de la orilla. Contempla la imagen inmutable del almiar, apartada de la orilla. No se mueve. No tiene nada que ver con el embudo. Es clara. Más clara que la noche.

El periódico cruje. El guardián nocturno dice: "Tengo el estómago vacío". Saca un poco de pan y tocino. El cuchillo refulge en su mano. Empieza a masticar. Con el filo se rasca la muñeca.

Windisch empuja su bicicleta unos pasos. Mira la luna. El guardián nocturno dice en voz baja y mascando: "El hombre es un gran faisán en el mundo".

Windisch levanta el saco y lo acomoda en la bicicleta.

"El hombre es fuerte", dice, "más fuerte que las bestias".

(en El hombre es un gran faisán en el mundo. Traducción de Juan José del Solar).

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