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Hervidero cultural en los márgenes

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Sergio Altesor

EN AMÉRICA Latina, el hecho de que cierta cultura marginal invada ámbitos que hasta el momento eran sagrados no es una novedad. Lo nuevo es que esa cultura marginal se organice, y que lo haga ahora en una escala nunca antes vista. Se trata de las editoriales cartoneras, el nuevo fenómeno editorial que recorre el continente desde Buenos Aires hasta Ciudad de México.

Su nombre se debe a la utilización que hacen del cartón de desecho para las tapas de sus libros. Algunas de esas editoriales, como Eloísa Cartonera de Buenos Aires o Sarita Cartonera de Lima, por ejemplo, han integrado a veces a los propios recolectores en la producción editorial.

Existen marcadas diferencias entre ellas debidas a las características de la ciudad y el país, pero también a los diferentes enfoques de la tarea que se sienten llamadas a cumplir. Es muy claro, sin embargo, lo que todas tienen en común: se sitúan a sí mismas en la periferia de la periferia (ya sea de manera espontánea o como posición ideológica consciente); desarrollan una economía informal de subsistencia; trabajan artesanalmente de forma colectiva; utilizan la tecnología digital que ha difundido la informática; imprimen tiradas limitadas o de acuerdo a la demanda; no pagan derechos de autor; buscan nuevos autores y nuevos lectores.

Parida por El Corralito. Después del Corralito, la crisis económica argentina empujó a una economía informal de subsistencia a millones de argentinos. El cierre de las industrias nacionales obligó a que muchos trabajadores de la construcción y de servicios, empleadas domésticas y obreros fabriles salieran a hurgar en las bolsas de basura en busca de alimentos y de materiales reciclables que pudieran ser vendidos. El Corralito había quebrado la paridad del peso con el dólar y materiales como el papel, el vidrio y los metales, que se cotizaban en la moneda norteamericana, alcanzaron entonces precios siderales. En el año 2002 la desocupación alcanzó el 20 por ciento. Se calcula que unas 40.000 personas recorrían diariamente la ciudad recolectando materiales de desecho. Una buena parte de ellos se dedicaban a recolectar cartón.

Es en ese momento que Washington Cucurto (Quilmes, 1973, escritor, vendedor ambulante y cronista deportivo) y Javier Barilaro (Buenos Aires, 1974, artista plástico y diseñador gráfico) se quedan sin cartulina para las tapas de los libritos que sacaban en su pequeña editorial Eloísa. Es decir, les resulta ya imposible pagar los precios que el cartón y la cartulina han alcanzado en el mercado. Entonces se les ocurre comprar cartón de desecho para las tapas a los cartoneros y pasar a producir libros de forma artesanal. Eloísa Cartonera empieza a funcionar en marzo de 2003 en una pequeña verdulería del barrio porteño de Almagro. Poco después la poeta Fernanda Laguna aporta el capital para abrir en ese mismo barrio la sede estable de la cartonería "No hay cuchillo sin rosas", donde Eloísa Cartonera funcionó hasta el 2007. La sede actual de la cartonería y la editorial se encuentra en La Boca.

Los editores cartoneros se han dedicado a buscar material inédito u olvidado, pero también de vanguardia y de culto. La edición de Mil gotas, novela inédita de César Aira cuyos derechos fueron cedidos por el autor, ha sido uno de sus grandes éxitos. En su catálogo de más de 120 títulos pueden encontrarse los nombres de Marcelo Cohen, Fabián Casas, Ricardo Piglia, Haroldo de Campos, Néstor Perlongher, Enrique Lihn, Salvadora Onrubia y Raúl Zurita junto a autores nuevos y desconocidos que la editorial ha tornado conocidos o de culto. Uno de ellos es el propio Cucurto, tema ya de varias tesis doctorales y nombre que empieza a ser repetido en congresos académicos.

Desde el principio Eloísa compró el material a los cartoneros a un precio muy superior al que recibían en otras partes, a condición de que los cartones estuvieran suficientemente limpios. Buscaron también integrar al trabajo editorial a los propios cartoneros y, al parecer, durante ciertos períodos algunos de ellos han trabajado cortando y pintando tapas. Allí está La Osa, por ejemplo, quien dejó de "cartonear" para trabajar en Eloísa. Como todos, cumple funciones que van desde cortar y pintar hasta distribuir los libros en los puestos callejeros, las ferias, las librerías y las instituciones como el Centro Cultural de la Cooperación y la Universidad de las Madres. "Yo era cartonera y siempre pasaba con mi carro. Quería saber qué era, entrar. Y le dije a mi marido, pero no tenía ninguna excusa porque no tenía buen cartón. Un día pedí pasar al baño para chusmear. Entré, hice como que fui al baño, pinté una tapa y me fui. Después de cinco meses decidí venir a trabajar acá, pero me re-costó dejar el carro".

Eloísa tuvo un éxito inmediato. Hoy es casi una atracción turística. En su colorido local de La Boca, los editores cartoneros trabajan ahora entre clientes, turistas, periodistas y visitantes de los países más remotos que vienen a apreciar con ojos propios lo que antes les había contado la BBC de Londres, La Jornada de México o El Periódico de Catalunya. Y en vez de imprimir los textos en fotocopiadora, como al principio, lo hacen ahora con una pequeña Multilith 550 que les regaló la embajada de Suiza.

Sarita. Eloísa contenía claves que calzaban en muchos otros lugares de estas tierras pobres. Los primeros que lo descubrieron fueron los peruanos Milagros Saldarriaga, Tania Silva y Jaime Vargasluna, quienes en 2004 se dispusieron a fundar una sucursal de Eloísa Cartonera en Lima. Sin embargo, debido a problemas burocráticos, trámites de exportación y demás trabas legales se decidieron por un camino autónomo. Lo cual resultó ser un acierto porque a la larga la experiencia les mostró la necesidad de seguir un camino diferente a sus colegas argentinos. Egresados de la carrera de Literatura de la Universidad de San Marcos, a los tres jóvenes académicos les interesaba vincular su formación profesional con el trabajo social y acercar la literatura a actividades de desarrollo comunitarias y solidarias. Desde el principio tenían muy claro que el proyecto que impulsaban debería estar vinculado a lo popular. Por eso eligieron un nombre que para los pobres y los marginados del Perú está cargado de sentimientos.

Sarita Cartonera inicia su actividad en un país caracterizado por un gran vacío editorial. Desde el gobierno de Velasco Alvarado no existía en el Perú ninguna alternativa editorial seria. Por eso la propuesta inicial fue crear un espacio de difusión para los escritores peruanos. En su primer año de trabajo publicó una veintena de libros y consiguió el apoyo de la Municipalidad de Lima y de algunas empresas privadas. Sin embargo, muy poco después irrumpieron en el mercado un conjunto de editoriales y propuestas que empezaron a hacer lo mismo, hasta el punto de que pronto se pudo apreciar el desarrollo de un incipiente sistema editorial. Sarita Cartonera entendió entonces que su papel de salvavidas de los autores peruanos estaba superado. Dado que esos autores ya no necesitaban a la editorial se podía cambiar el rumbo y dedicarse a publicar a autores latinoamericanos que no se conocían en el Perú o cuyos libros, editados por multinacionales, se vendían muy caros.

Alcanzado el primer objetivo, los ejecutores del proyecto se volcaron a otra de las tareas que les interesaba profundamente, la de difundir el hábito de la lectura. Para eso pusieron los libros muy baratos y los llevaron a lugares donde no existen las librerías, a la periferia de la ciudad. "…y, la verdad, un fracaso. Nos dimos cuenta de que si tú le das un libro a alguien que no lo quiere leer, no importa que se lo regales, no importa que le pagues, incluso, no lo va a leer, es así de simple. Entonces, tú tienes que generar otras cosas para que la gente lea", declaró Jaime Vargasluna en una mesa redonda sobre el tema que tuvo lugar en la 12ª Feria Internacional del Libro de La Paz en 2007. Esto los llevó a trabajar en las escuelas con un proyecto que llaman "El libro es un modelo para armar". El proyecto, que consiste en dar vuelta los términos de la recepción, convirtiendo a los niños en autores y artistas para llevarlos luego a la lectura, ha tenido mucho éxito.

El otro aspecto fundamental del trabajo de Sarita Cartonera es la idea de que los propios recicladores de cartón elaboren los libros y los vendan. Sin embargo, cuando comenzaron a trabajar de esta manera se vieron enfrentados a un montón de problemas en el ámbito familiar de los cartoneros que no podían resolver. Además, aquellos no sentían ninguna motivación por este trabajo y sólo les interesaba la posibilidad de ganar dinero. Durante bastante tiempo no supieron cómo resolver esos problemas, pero la solución se la dieron al fin los propios cartoneros al incorporar a la editorial a sus hermanos, primos y otros parientes que estaban todavía en edad escolar. Estos niños y adolescentes, que indirectamente también trabajaban con el reciclaje, se sentían atraídos por el taller y querían entrar en él para aprender y formarse. Ellos trabajan hoy en Sarita Cartonera y son los únicos que reciben un salario por las ventas de los libros.

Yerba Mala nunca muere. "La yerba mala crece en cualquier parte, sobre todo en el lugar que tú menos la deseas, y siempre se la quiere extirpar porque es molesta. Pero la vas a sacar y va a crecer otra vez. Hemingway decía que los pobres somos como la yerba mala, crecemos en cualquier parte". Así explicaba Crispín Portugal en una entrevista de la revista Al Margen la elección del nombre de la editorial que fundara en mayo de 2006 junto a Darío Manuel Luna y Roberto Cáceres en la ciudad de El Alto, en Bolivia. Allí no hay recolectores de cartón, así que los integrantes de Yerba Mala Cartonera lo recogen directamente de los basurales o lo compran en la Feria de la 16 de Julio, que es uno de los mercados de pulgas más grandes de América Latina. Las tapas son luego pintadas a mano y en este trabajo intervienen todos los integrantes de la editorial. El diseño y la pintura de las tapas también lo ha hecho en ocasiones un grupo de niños al que se le ha brindado total libertad de creación. Según Portugal, una de las ideas del proyecto ha sido incentivar la creatividad de los niños que participan en el armado de los libros.

Como el resto de las editoriales cartoneras, Yerba Mala se plantea una gestión editorial y cultural alternativa a las grandes editoriales y a todo el sistema establecido de distribución y comercio. Pero Yerba Mala no es ajena al proceso político y a la polarización de clases que vive Bolivia en estos momentos. Uno de sus integrantes, Claudia Michel, ha declarado que "La forma en que hacemos las cosas nos marca una línea política que no pretendemos ocultar; nosotros en cierta forma nos enmarcamos como parte del proceso político y social que vive nuestro país".

A pesar de la amplitud continental del fenómeno, la gran cuestión de las editoriales cartoneras es para algunos determinar hasta dónde implican una renovación estética y hasta dónde son, solamente, un fenómeno social que se expresa en el ámbito cultural. Crispín Portugal ha dicho que Yerba Mala quiere apuntar a conformar un movimiento literario y artístico que logre renovar el escenario cultural. Sin embargo, en la mesa redonda antes citada Guillermo Mariaca, un profesor de literatura de la Universidad Mayor de San Andrés, negó que esto ocurriera: "Ustedes pueden revisar los libros y en su generalidad los libros de la literatura cartonera están muy apegados a los cánones, en varios casos, inclusive, más `conservadores`, más clásicos de la literatura".

Guaraní-punk. Los fenómenos marginales no se ciñen, naturalmente, a un programa de principios. Como lo ha expresado Johana Kunin (antropóloga y periodista argentina que ha estudiado el fenómeno), es un cierto "espíritu" popular lo que cohesiona a las cartoneras. Pero esta ubicación en la amplísima zona de nadie de lo marginal conlleva un inaprensible espectro de actitudes y propuestas culturales, algunas de ellas incluso contradictorias.

Quizás las cartoneras de Paraguay -surgidas como hongos después de la lluvia: cinco hasta el momento de escribir este artículo- representen las versiones más peculiares de todo el espectro. Además de editar obras en español, editan literatura en guaraní (a veces en el marco de estilos llegados de centros hegemónicos, como es el caso del llamado "guaraní-punk") y literatura en portuñol.

El collar cartonero. La historia ha mostrado que la creación de Eloísa Cartonera resultó ser una de esas ideas que surgen y se llevan a la práctica en el momento y el lugar justos. Pero además, que contienen en sí una síntesis tal de cuestiones universales, o por lo menos regionales, que las precipita a los cuatro vientos como la solución justa, urgente e inevitable para la gestión cultural.

Después de Yerba Mala, las cartoneras se expandieron como la yerba mala por todo el continente: Animita Cartonera en Chile; Mandrágora Cartonera en Bolivia; Dulcinéia Catadora en Brasil; Yiyi Jambo, Jakembó Editores, Felicita Cartonera, Mamacha Kartonera y Mburukujaramikartonera en Paraguay; Matapalo Cartonera en Ecuador; La Cartonera y Santa Muerte en México; Barco Borracho en Buenos Aires; y la reciente La Propia Cartonera en Montevideo, que ha publicado títulos de Elder Silva, Dani Umpi, Aira y Battista. Dice Johana Kunin: "Creo que se han expandido gracias al boca a boca que ha cundido entre artistas plásticos y escritores con conciencia social de Latinoamérica. No todas (las editoriales cartoneras) tienen los mismos objetivos, pero hay algún tipo de espíritu que las une. Un espíritu que no teme acercar la literatura a lo `popular`, ya sea en las temáticas de las historias, en los ámbitos de lectura o en el proceso de producción editorial. Si se han extendido tan rápido en tan poco tiempo es porque son simplemente una gran idea". Según Kunin, una de las claves de su vitalidad expansiva es la elasticidad con que ese "espíritu común" ha sido adaptado a las características de cada lugar: "Las cartoneras han sabido respetar y aprovecharse de los conocimientos locales para dar respuesta a las necesidades (distintas) de cada lugar" .

Los editores cartoneros sienten que están construyendo un movimiento cultural a escala continental en América Latina. Para reafirmar la importancia de ese rasgo común, La Cartonera de Cuernavaca propuso el lanzamiento conjunto de Respiración del laberinto, libro inédito de Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998). Poeta de culto leído por muy pocos, Santiago Papasquiaro murió a los 45 años dejando tras de sí una leyenda de "loco literario". Al igual que Roberto Bolaño fue una de las principales figuras del llamado movimiento infrarrealista mexicano y el modelo con el cual aquel escritor construyó el entrañable personaje de Ulises Lima en su novela Los detectives salvajes.

Mientras muchas universidades latinoamericanas todavía se mantienen ocupadas con los teóricos europeos y norteamericanos de la posmodernidad, los investigadores europeos y norteamericanos estudian a su vez con atención el fenómeno cartonero. Esta paradoja ha dado como resultado que la Universidad de Madison, Wisconsin, será a fines de este año la sede del primer encuentro continental de editoriales cartoneras.

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