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La visión interior

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Elvio E. Gandolfo

ANTES DE CUMPLIR 40 años, en 1837 y en un bosque, el poeta ruso Pushkin (así conocido esencialmente, sin nombres propios) fue muerto en duelo por un militar francés, de nombre D`Anthés, que le pegó un tiro en el estómago. A esa altura Pushkin vivía una vida bastante pesadillesca. No hay nada peor que ser apreciado por un todopoderoso, aquí el Zar, sobre todo si lo que más aprecia no es tanto al poeta (en este caso) como a su mujer. No por intereses románticos o sexuales, sino básicamente porque la dama es encantadora y le viene bien al brillo de su corte. Para el propio Pushkin un resultado de esa orden del Zar fue la obligación de hacer pasar todos y cada uno de sus poemas por el censor oficial, que podía aceptarlos, recortarlos o rechazarlos. Una investigación erudita y ejemplar de la especialista Serena Vitale, El botón de Pushkin (Muchnik, 1999) desmonta e interpreta con mano maestra la época, la vida y la obra del gran poeta ruso. Sobre todo de ese complejo período final.

Una década después aparece traducido un breve libro (menos de 100 páginas) de la poeta rusa Marina Tsvietáieva (ver El País Cultural Nº 877) que emplea un enfoque si no opuesto, sí muy distinto al de la especialista italiana. Desde sus primeras páginas, su recorrido está signado por el título: Mi Pushkin. Tanto la figura como la obra de Pushkin quedan arrebatadas, sacudidas y finalmente, comprendidas en lo más hondo por el método intenso, pasional y personal de Tsvietáieva.

CUADROS, LIBROS Y ARMARIOS. Lo primero que recuerda de su infancia es un cuadro, El duelo, que mostraba justamente aquel que enfrentó a Pushkin y el militar francés. Su interpretación no puede ser más clara: "(D`Anthés) lo sedujo para que fuera a la nieve y allí, entre los arbustos negros y desnudos, lo mató". El motivo probable (un romance del militar con Goncharova, la mujer de Pushkin) queda eliminado: "en este duelo no hubo un tercero. Eran dos: cualquiera y el único". Y agrega: "Es decir: los eternos personajes de la lírica de Pushkin: el poeta y la plebe".

Un párrafo antes, se relaciona el sitio por donde entró la bala con un rasgo de la vida entera de Tsvietáieva: "a los tres años, supe con firmeza que el poeta tiene estómago -recuerdo ahora a todos los poetas con los que me he encontrado-, y de ese estómago de poeta que con tanta frecuencia no está satisfecho y en el que hirieron de muerte a Pushkin, me he preocupado tanto como de su alma". Como en muchos otros momentos, aquí la respiración del texto se ve enriquecida por el uso original, necesario del guión como demora mínima o corte, que va ritmando la prosa. Es una suerte que lo haya respetado la traducción de Selma Ancira.

Perteneciente a la nobleza rusa, hipersensible, caótica, pero dotada de una energía de lenguaje y de una penetración intuitiva certera y sintética, Tsvietáieva misma tuvo otro hombre todopoderoso - Stalin- que fijó sus ojos en ella y su familia. Después de un exilio nómade a partir de la Revolución, regresó a Rusia en 1939, para reunirse con el esposo y la hija, arrestados por el régimen. Enterada del fusilamiento del primero y la desaparición de la segunda, se suicidó en 1941.

Pocos años antes, en 1937, escribió este trabajo magistral, fusión inextricable de alto voltaje poético en el lenguaje, y de capacidad visionaria interior en la interpretación de los datos. Para el propio lector, se trata de un "viaje" en el sentido de experiencia, incluso de alucinación.

Insiste, por ejemplo, en subrayar el carácter "negro" de Pushkin, para reflejarlo de inmediato en su propia vida (aunque una discreta nota al pie aclara que Pushkin tenía pelo y ojos claros): ella eligió siempre "el pensamiento negro, el sino negro, la vida negra". También lo trata a menudo como "el africano", por su descendencia de un príncipe abisinio, comprado como esclavo y adoptado por Pedro el Grande.

Establece después la relación especial que tenían ella y sus hermanos con "la-estatua-de-Pushkin", tomada así, como una sola palabra, reemplazando el nombre solo del poeta. Para ella esa estatua fue su "primera medida del espacio". Establece como ejemplo una comparación de gran rendimiento simbólico entre el tamaño de la estatua (negra), ella misma, y una muñequita de porcelana, de hecho tan pequeña, que la estatua le resulta "tan enorme que ella no la ve". Con gran economía, logra un efecto metafísico, de contagio a partir de un yo que percibe y objetos inanimados pero cargados de aura.

LEER Y LEER. La alta temperatura del texto no se aplica solo a la propia autora o a Pushkin, sino a la actividad misma de leer. Tsvietáieva leía un gordo libro de Pushkin dentro de un armario, muy de cerca: "con la nariz pegada contra el libro, (...) y un poco asfixiada por su peso (...) y casi enceguecida por la cercanía de las minúsculas letras. Mi lectura de Pushkin va directo al pecho y directo al cerebro". Esa lectura le va enseñando lo que es el amor, sobre todo a través de "Onieguin y Tatiana".

Años después lee también a Pushkin, pero en un libro muy distinto: una delgada y azul edición para escuelas municipales: "era demasiado magro para el amor. No tenía que levantarlo con esfuerzo para, después de tomar aire, abrazarlo y apretarlo contra mi delantal (...) Nada en las manos, nada en los ojos, como si ya lo hubiera leído".

Contactos personales tan físicos y nítidos como el que tenía con los libros; permanentes diálogos con la madre (que a veces preguntaba de más, eliminando el misterio); recuerdos nítidos de criados o personajes ancianos; incluso un probable pariente de Pushkin (en realidad un lapsus de la madre), van trazando un recorrido personal y profundo del gran poeta.

LAS OBRAS. Esa mezcla sigue presente cuando se trata de los textos mismos. La fusión entre su hipersensibilidad, la imagen mítica de Pushkin, y la intensidad de vínculos familiares sigue presente todo el tiempo. Como reconoce: "Al Pushkin histórico de mi infancia le debo visiones inolvidables". Desfilan así sus peculiares lecturas del poema "El vampiro" (que sería más un perro que un chupador de sangre); de "Los demonios", absorbido por su sensibilidad como un vuelo del trineo en que va, y de las nubes, origen de "miedo y piedad (y cólera, y tristeza, y defensa)", que "fueron las pasiones principales de mi infancia". Y una convicción más, la síntesis de lo adquirido: "Sí, lo que aprendes en la infancia- lo aprendes para toda la vida, pero también lo que no aprendes en la infancia no lo aprendes- para toda la vida" (sic). Por eso defiende incluso sus errores de interpretación como un modo más auténtico de leer.

Ese modo alcanza la cúspide con "Al mar", donde se funden la enfermedad de la madre (que necesitaba el mar), su propio desconocimiento de ese mar, y sobre todo la manera en que el crecimiento del mar simbólico vacía hasta cierto punto al mar real. Pesa más la postal de mar que le envían, anticipando el viaje a él, y que termina en el fondo de su pupitre, que el otro, el real. Mientras escribe su propio poema al mar, tratando de terminar antes de que rompa la ola, comprende: "Ahora, treinta y tantos años después, veo: mi al mar era- el pecho de Pushkin, y yo iba al pecho de Pushkin, con Napoleón, con Byron, con el rumor y el murmullo de las olas de su alma y, naturalmente, ni en el mar Mediterráneo (...), ni después en el mar Negro, ni más tarde todavía en el océano Atlántico, reconocí ese pecho".

Dicen que Pushkin pierde casi todo en la traducción. Pero para quienes no saben ruso e igual perciben con claridad en una buena traducción el peso poético de Eugenio Onieguin como clásico a la vez popular y elevado de la literatura rusa, es una suerte contar con dos libros (el de Serena Vitale y éste de Tsvietáieva) para mejor comprenderlo, a través de la erudición, de la emoción y de la visión poética.

MI PUSHKIN, de Marina Tsvietáieva. Acantilado, Barcelona, 2009. Distribuye Gussi, 95 págs.

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