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"Las mejores novelas son un don"

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Elvio E. Gandolfo

(desde Buenos Aires)

ES UN RECINTO ENORME: una especie de patio cubierto de un coqueto hotel-suite en la Recoleta. Hay espacio abundante entre las mesas y el techo se alza muy alto, casi un cielo. Hay unas pocas personas dispersas, y bastante silencio, pero al desgrabar resultará que los elementos que acomoda o limpia un mozo lejano rebotarán con estentóreos tintineos metálicos primero en el alto techo y después sobre las palabras de Juan José Millás, que no suele levantar la voz. Apuesto, delgado, adusto, Millás viste una remera roja normal (palabra que le suele activar la sonrisa, y los sensores creativos) y una campera de cuero. Por la noche, cuando dé una larga conferencia en la Feria del Libro de Buenos Aires, será más formal: saco, corbata, camisa, todo en variaciones del gris y del negro. Casi un funcionario o, como lo descubrirá su público (cada vez más abundante en Argentina), el aspecto serio de doble fondo para ejercer el humor más desopilante, a lo Buster Keaton.

LUGARES. Millás nació en Valencia en 1946. Era el cuarto de nueve hermanos, varios de los cuales ya nacieron en Madrid, porque en 1952 su padre decidió trasladar toda la familia a esa ciudad, detrás de una mejora económica que no se dio. Según su página oficial en Internet le dolió "perder la luz, el mar mediterráneo". Pasaron los años, Millás dejó de estudiar filosofía (sin dejar de ejercerla en sus textos), comenzó a publicar novelas, y al fin entró al periodismo, que desde entonces compartiría cómodamente su espacio con la literatura. A raíz de esa profesión viajó mucho, cada vez más. En Internet, por ejemplo, una vieja entrevista que le hacen comienza en Viena y termina en Madrid. En el momento de este reportaje está en Buenos Aires. Pero de Argentina pasará con rapidez a un sitio lejano, a hacer una nota para la revista dominical de El País de Madrid: "viajaré a Cachemira, en la frontera con Pakistán, con la asociación Médicos sin fronteras. Allí curiosamente hay mucha enfermedad mental, según me dijeron ellos. Y también mucha presencia militar. Pero no quiero ir con un tema predeterminado, sino abierto a lo que vea y lo que pasa". Una de sus novelas se titula Dos mujeres en Praga, aunque en realidad esas mujeres están en una zona de Madrid que se parece a y por lo tanto toman por Praga, en un movimiento familiar en su obra, donde esencia y apariencia intercambian sus funciones a menudo.

Por otra parte Madrid, después de ser el sitio de una infancia endurecida por la penuria familiar, pasó a ser su ciudad central. Aunque desde hace un tiempo la comparte con Asturias: "Allí tengo como una segunda casa. Cada vez voy más. Mi idea es acabar allí, o pasar la mitad del año, y la mitad en Madrid. En Asturias el tiempo es distinto, tiene otra dimensión: paseo mucho más. Estoy en un pueblo al lado del mar, se llama Muros, muy cerca de Oviedo, a 30 minutos en coche".

LOS TEMAS DEL PERIODISMO. Su pronto despliegue dentro del campo periodístico fue una sorpresa para alguien que tiende a sorprenderse. "A mí los reportajes cada día me gustan más. Yo no tengo la fantasía de que cuando hago periodismo estoy haciendo algo menor en relación a la literatura. Y no podría ya vivir sin hacerlo". Para sentir ese gusto por su trabajo las razones son múltiples: "Primero, está la fugacidad del periodismo, que le da un morbo tremendo, ¿no? El hecho de que un artículo lo escribas, se publique y muera en veinticuatro horas es algo que tiene un aliciente muy especial. Otra es la capacidad para experimentar. Es contradictorio, porque es un medio de comunicación de masas y por lo tanto tiene la vocación de llegar al mayor número de gente posible. Yo en el periodismo he experimentado mucho. Y jamás me han dicho: oye, mira que esto es un periódico. Es algo que me complementa, me hace descansar. Necesito cambiar de actividad cada poco. Cuando tengo una novela entre manos, puedo trabajar en ella dos horas al día, tres como mucho. Hay escritores que pueden estar siete horas corridas: yo no. Necesito cambiar de actividad, seguir escribiendo".

Si un primer impacto público de su estilo acerado y lúcido fueron sus columnas del diario El País de Madrid, que aprovecharon al extremo el espacio breve, luego fueron famosos sus extensos reportajes del "proyecto Sombra": acompañar a personajes célebres (el presidente Zapatero, la actriz Penélope Cruz) o relativamente anónimos (una prostituta, dos mujeres que trabajan) a poca distancia. "No se trataba del típico ejemplo de `24 horas con`. Yo pasaba un tiempo determinado con una persona, vivía a su sombra, y luego contaba en primera persona desde mí, desde mi experiencia, qué me había pasado al lado de esa persona". Hasta cierto punto Millás es una máquina de crear formatos eficaces: uno de ellos fue su idea de escribir leyendas largas a fotos impactantes o comunes y silvestres. Lo hizo diariamente varios años durante el verano, en blanco y negro, y ahora lo hace en color, una vez por semana, para la revista dominical. Los libros que las recopilan se vendieron bien.

LA VIDA BREVE Y LOS BIPOLARES. En un caso siguió la vida entera de un ser viviente: "fue la biografía de una mosca, que hice el verano pasado. Me la dieron recién nacida en un laboratorio, y seguí su vida de treinta días: cómo envejece, cómo va cambiando de hábitos. Al principio iba a verla al laboratorio. Pero después hice que me la dieran: construyeron una especie de jaula. Me la llevé a casa, le puse un macho para que no se aburriera. Y fui registrando su proceso de envejecimiento, que es muy parecido al nuestro. Por eso están estudiando los mecanismos de envejecimiento de la mosca: porque son muy semejantes a los nuestros". Aunque la observó con esmero, no estaba presente cuando murió: "me la encontré ya muerta. A los treinta días movía un poquito las patas, pero al otro día ya no. Este es un proyecto distinto al `proyecto Sombra`, que llamamos `vidas al límite`".

Además de su trabajo en el periodismo escrito, Millás hizo varios documentales televisivos para Canal Plus. "Hicimos una autopsia, por ejemplo. La pregunta era qué es la muerte y qué es el cuerpo. La forense era la protagonista, pero dentro del reportaje había también un recorrido por un mercado, donde yo interrogaba a los carniceros rodeados de cuerpos, como si fuera un cuerpo. Quedó muy bien. Otro era sobre qué es ser inteligente, sobre gente que fracasó en la escuela pero triunfó en la vida. Otro fue sobre bipolares, que tuvo mucho éxito".

La muerte, la rareza de lo "normal", lo vulnerable que es la identidad, los bordes de la locura, el entorno que puede cambiar la percepción, son temas que atraen tanto al Millás periodista como al novelista (ver El País Cultural Nros. 544 y 965). Hizo capítulos del "proyecto Sombra" tratando de "ver" cómo percibe un ciego, o sobre un oncólogo. El caso de los bipolares lo llevó más allá. Un encuentro fue clave: "estuve conversando con un escritor colombiano, Mario Mendoza, y nos fuimos a comer. Presentábamos un libro por la tarde. Me preguntó qué estaba haciendo y le dije: un reportaje sobre bipolares. Me dijo que su madre era bipolar. Como sabrás algunos tienen que tomar litio, o algún estabilizante del estado de ánimo. Pero la madre, cuando tenía que tomarlo, de vez en cuando sentía nostalgia de las euforias y no lo hacía, entraba en la manía, y hacía polvo a los hijos. Había que internarla, la historia siempre acababa mal. Ya cuando había pasado la crisis Mario Mendoza le dijo: `Mira mamá, no puede ser que nos estés amargando la vida cada poco. Las internaciones nos cuestan un ojo de la cara... Tienes que tomar la medicación`. Entonces la madre le respondió: `Hijo, ¿tú te resignarías a ser toda la vida el gilipollas de Clark Kent, pudiendo ser Superman?`. Aquello me pareció muy iluminador".

La iluminación lo llevó a esa forma de ejercer la filosofía que consiste en pensar determinados temas, más que en leer y comentar filósofos. De hecho Millás trató en su juventud de estudiar "Filosofía pura", así se llamaba la materia. Descubrió que en el franquismo esa etiqueta equivalía a estudiar sólo el tomismo y Aristóteles: abandonó. En cambio sus columnas y reportajes (por no hablar de sus cuentos y novelas) lo hacen seguir cadenas de pensamiento inesperadas. Con los bipolares fue así: "de repente descubrí que todos los superhéroes son bipolares. O sea que nosotros les damos a nuestros hijos a leer historias de bipolares. Porque además Superman en las depresiones es Clark Kent, que es un tipo mediocre. Los X-Men, en las depresiones también lo pasan fatal. Son bipolares auténticos. De repente, dándole vueltas a la idea, me dije: coño, Dios es bipolar. En las euforias es omnipotente y en las depresiones es Jesucristo, que pide que le escupan, que le crucifiquen".

LOS CAMBIOS Y LOS PREMIOS. El lugar que ocupa Millás en la literatura española es raro (él se apresuraría a aclarar: "o sea normal"). Sus primeras novelas tuvieron una buena recepción crítica. "Me llama la atención que muchos críticos consideran que Visión del ahogado [1977] es mi gran novela, lo que me hace mucha gracia. Me sorprende cuando los críticos hablan de esta primera etapa mía con un respeto especial. A mí me parece en cambio que son novelas de funcionario, hechas con esfuerzo, porque había que hacer eso".

El paradójico cambio de ruta vino en 1983, a través de Papel mojado, una novela de éxito, que casi no ha circulado en el Río de la Plata. "El proceso (tal como yo lo veo) es que empiezo a escribir muy influenciado por el ambiente de la España de aquellos años, y escribo lo que pienso que debo escribir, como si fuera una obligación. Después me voy liberando, encontrando. Donde se produce la mayor ruptura es en Papel mojado, que escribo con mucha libertad, porque es una obra de encargo para una colección juvenil. Ahí pienso: esto no va a pasar por los circuitos habituales, la crítica ni la va a leer. Esa libertad me abrió ventanas a mí mismo: tenía registros que no había usado. Eran míos, pero los había tenido reprimidos. Gracias a ella escribí El desorden de tu nombre. Y ahí ya no volví".

En cada caso, Millás se encarga de manifestar lo satisfecho que está con sus cambios. El que marcó, por ejemplo, El orden alfabético, que acentuó los costados fantásticos de su narrativa, en particular en No mires debajo de la cama. Los acentuó porque estaban también presentes, más disimulados, en las novelas anteriores. Aunque se apresura a agregar que está muy satisfecho por como lo ha tratado la crítica, reconoce: "Hay la idea absurda de que a medida que los lectores aumentan, lo que haces es menos bueno. Como si fuera un demérito".

Pero el pecado mortal lo cometería al obtener el Planeta, con la que tal vez sea su mejor novela hasta el momento: El mundo, con fuerte tono autobiográfico y realista, pero con rincones misteriosos. El premio, el mejor dotado de la lengua, tiene fama negativa. Igual, ya estaba acostumbrado a los premios, porque antes había obtenido el Nadal, el Primavera, el Sésamo, más varios de periodismo. La dimensión y el ruido del Planeta no lo preocuparon: "El efecto del Planeta dura muy poco: el tiempo en que estás promocionándolo, la gira y demás. Lo importante es que la novela haya recibido después el premio Nacional de Narrativa. El Planeta me gustó mucho porque tenía un interés especial en que esa novela tuviera una difusión muy buena, pero era consciente de que el Planeta se consideraba un premio comercial. De manera que el premio Nacional digamos que vino a quitarle ese estigma, porque es un premio de prestigio".

LA NOVELA DE OTRO. Con El mundo le pasó algo extraño, que confirmó una vieja sospecha que había tenido al ver un famoso documental sobre Picasso: "El otro día pensaba justamente que las mejores novelas son las que son un regalo, un don. Luego nos inventamos que nos dio mucho trabajo, y demás, cuando de hecho fue un regalo. El mundo fue un regalo con el que me encontré, que no estaba en mis proyectos. Hasta tal punto que no recuerdo que haya sido yo quien la escribió. Me recuerdo reescribiéndola, pero no escribiéndola. Está escrita casi en trance. Hace unos días me acordaba de una película hermosísima que vi de joven. Se llamaba El misterio Picasso. Eran dos horas en que Picasso estaba pintando. Aparecía en su taller, con cartulinas, su rotulador, y telas... Bosquejaba, pintaba, volvía a pintar. Aquello te producía una envidia enorme, por la facilidad con la que este hombre lo hacía, ¿no? Así que ahora, mucho tiempo después, pensé que Picasso no se tenía que esforzar: cada cuadro era un don, un regalo. Y pensé: las mejores cosas de la vida son las gratuitas. Uno no se enamora con esfuerzo. Uno no dice: ¡ah, hoy voy a enamorarme, ya!, así, haciendo fuerza, y después dices: ¡ah, sí, lo conseguí, conseguí enamorarme porque llevaba tres años trabajando en ello! (risas) ¡O: esta novela es buena porque llevo cinco años trabajando en ella! Si es buena, es un regalo: a Picasso no le costaba trabajo pintar, ¿no? Ahora estoy en esto de que solo voy a escribir las cosas que sean un regalo. Además tienes años, experiencia para ver tu vida y ves que las cosas de tu vida son azarosas, no un producto del esfuerzo".

LOS SUEÑOS Y LOS CUENTOS. Eximio columnista, novelista inclasificable, Millás también ha escrito muchos cuentos. De hecho ha venido a Buenos Aires con motivo de su última recopilación, Los objetos nos llaman, que tal vez sea la más sólida. Por una parte, el libro establece una continuidad con Cuentos a la intemperie, La viuda incompetente, Cuentos de adúlteros desorientados, o Articuentos. Pero tiene algo del avance en la mezcla de realidad y mundo fantástico que muestra El mundo, y mejor estructura como libro que los anteriores. "Lo he estado escribiendo a lo largo de ocho años. Es un libro que soñé, hace mucho tiempo, después de un viaje a Milán. Me gustan mucho las ciudades europeas medievales. Me gusta la idea de salir del hotel y empezar a caminar al azar y encontrarme con esas sorpresas de que un callejón da lugar a una calle más ancha, eso a una placita, luego ves un puente, y así... La idea de que sales del hotel y te pierdes en ese laberinto, y tarde o temprano regresas al hotel aunque no lo quieras... Acababa de llegar de Milán y me desperté un día en ese estado en que estás con un pie en la vigilia y otro en el sueño, e imaginé un libro que formalmente fuera como una de estas ciudades, ¿no? Que fueran cuentos cortos, calles cortas, estrechas, y que cada cuento fuera una unidad en sí mismo, pero que sumado al resto diera lugar a una unidad de signo mayor".

Los cuentos debían entonces formar una especie de retícula, de red, como forman redes las calles de las ciudades. El lector debía sentir de ser posible lo que siente Millás cuando recorre esas ciudades, salir de un cuento y encontrarse en un lugar distinto. "Entonces pensé que si quería que hubiera debajo una novela secreta, los relatos tenían que tener un tono semejante, y sus personajes algo en común: que tuvieran todos la misma extrañeza ante la realidad. Pero tú sabes que un libro de cuentos no se escribe como una novela. Cada vez que me salía un cuento que estaba en ese registro, lo guardaba en una carpeta. Al cabo de los años, poco antes de publicar El mundo, lo miré y vi que ya estaba el libro. Solo quedaba articularlo, ordenarlo. Hubo algo que no estuvo en mi sueño, que encontré y me gustó mucho: el hecho de que el libro tuviera dos partes. Había sucesos de infancia y adolescencia y sucesos de madurez. Pero me di cuenta de que los protagonistas maduros eran los niños aquellos, que habían crecido. Aunque su extrañeza frente al mundo era la misma. Y me dije: perfecto, hago dos partes, `Los orígenes` y `La vida`".

Cuando releyó los cuentos de Los objetos nos llaman, que en muchos casos tenían varios años encima, Millás lo hizo como si fueran de otro y se dijo: "¡coño!, son simultáneamente realistas y fantásticos. Las dos cosas al mismo tiempo y con la misma intensidad. Para ordenarme, yo me decía que es como que te desfamiliarizas de lo familiar". De hecho, aunque muchos de sus rasgos sean típicos de la fantasía literaria, cuesta llamarlo escritor de literatura fantástica. Tal vez porque el carácter frágil de la identidad, la cantidad de dobles, y las compuertas que llevan a otras partes establecen una especie de realismo virtual, más que un mundo con otras leyes.

LOS LIBROS. La misma euforia o entusiasmo con que habla del mundo, de sus textos, o de lo que va descubriendo sobre esos dos campos, emplea Millás para recomendar libros. Siempre acaba de leer algo que lo ha dejado estupefacto, asombrado, entusiasmado: Philip Dick (hace unos años), datos sobre un periodista norteamericano que "entrevistó a Dios" a través de una medium, una escritora que fue decretada esquizofrénica y no lo era, y así sucesivamente. Sea cual fuere el tema, se embala, te da el nombre, el autor, el sello que lo publicó, y exclama con los ojos muy abiertos: "¡tienes que leerlo, tienes que leerlo!". Si hay alguien cerca relacionado con una librería o una editorial se pone a averiguar de inmediato cómo te lo puede conseguir.

En este momento ha salido de un entusiasmo, y caído en otro. El primero es Realidad daimónica, de Patrick Harpur, editado por Atalanta. "Es un tipo que se acerca a todos los fenómenos que están mal considerados (los fantasmas, los ovnis), a los que nadie se había aproximado así hasta ahora. Cita mucho a Jung. Habla de los dáimones como de algo que nos está rodeando. Es un libro que no puedes dejar de leer, y cuando sales de él, durante unos días sigues sumergido en sus páginas".

Más cerca del presente, lo fascinaron los diarios de los últimos años de Sándor Márai: "Es un libro muy antiliterario en apariencia, porque no tiene ningún afán retórico. Es simplemente dejar constancia de lo que hace cada día. Muere su mujer, se queda solo, es un viejo decrépito. Se da cuenta de que tiene dificultades para subir al autobús, pero no pone énfasis ninguno. Y decide que si se deteriora mucho se va a matar, y se va a comprar una pistola. Lo cuenta con la mayor naturalidad. Al otro día se va a aprender a disparar, porque tiene mucho miedo de fallar y quedar mal. Es un libro, objetivamente hablando, digamos que muy pesimista. Pero por debajo de ese pesimismo hay una luz tremenda. Y por debajo de esa antiliteratura, hay una literatura impresionante. Márai es de los grandes".

La escritora declarada esquizofrénica era la neozelandesa Janet Frame, que lo cuenta en Un ángel en mi mesa, que después fue una película exitosa de Jane Campion con el mismo título. "Pasó gran parte de su vida internada. Y entretanto va escribiendo libros, sin ninguna repercusión. En un momento entra en un hospital donde el psiquiatra decide lobotomizarla. Y cuando están por hacerlo hay un psiquiatra que casualmente ha leído en el periódico una reseña sobre un libro suyo. Y le dice: ¿pero usted es ésta? Y ella dice: pues sí, y no lo hacen".

Cuenta un poco más de la vida de esa escritora decretada anormal, que no lo era, se va deteniendo y me señala con el dedo: "Con esos dos libros, el de Márai y el de Frame, tienes para un año de lectura". Hace una pausa. "Te lo aseguro".

AHORA. Millás está escribiendo una novela nueva, pero prefiere "no hablar de ella, desde luego". Y acaba de terminar un monólogo para el teatro. Ya hizo uno hace diez años: Ella imagina. Siempre le quedó la idea de volver a hacerlo, porque lo había fascinado la forma del monólogo, una más entre las tantas que ha ejercido. En este caso es un hombre en vez de una mujer. Lo terminó hace un mes, y se lo pasó "a un actor español muy conocido, muy bueno, que se llama Juan Diego". Está embalado con el proyecto.

Por la noche, en la Feria del Libro, lee un texto de extensión inusual (casi una hora), sobre "Las palabras". Incluye en su última mitad buena parte de un diccionario que inventó, donde las definiciones mezclan la España más profunda, la niñez de Millás, la familia y sus trampas, las carambolas absurdas que solemos ejercer alrededor de conceptos como, por ejemplo, el aborto. La gente no para de reír, en especial un grupo de mujeres que tengo a mi izquierda. La sala José Hernández, la más grande del predio, está llena. El embajador español, que lo ha presentado, se pone un poco nervioso cuando pasa de la media hora, y mira de cuando en cuando el reloj, porque después de la lectura hay un cóctel. La gente ríe y ríe. Hace recordar lo que pasaba cuando leía (o contaba) Roberto Fontanarrosa, en esta misma feria.

Cuando termina, los lectores (en especial las lectoras) lo aprisionan contra la pared, para que dedique sus libros y les diga algo. "Estoy asombrado aquí en Argentina, como han crecido los lectores", había dicho antes, en el hotel. Y se había manifestado conforme con cómo se le dieron las cosas: "estoy muy satisfecho con este modo actual de relacionarme con la literatura, me da tanta vida". En menos de dos días estaría en la Cachemira india, después en Madrid, y así sucesivamente. Para descansar, siempre lo estaría esperando Muros, en Asturias.

William Shirer 6 I Mario Delgado Aparaín 11 I Tilda Swinton 8 I La grande Thérèse 5

Martín Aquino 10 I Orlando González Esteva 12 I Roberto Ampuero 4 I Parliament Funkadelic 9

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