SI AL FINAL de todo año suele convocarse en los medios de prensa a elegir lo mejor de cada género literario y de cada disciplina artística, con más razón puede hacerse cuando una publicación llega a su número 1.000 y entra en la tercera década de permanencia. En este caso se trata de recordar lo que se consideró más significativo en distintos géneros de la producción de los últimos 20 años o también de regalarse la posibilidad de recordar, revisar o tomar noticia acerca de ediciones y eventos que tal vez no fueron advertidos como merecían en su momento o que aún habiendo alcanzado gran difusión se hallan en las penumbras de la memoria, o casi. Como era de esperar, las reglas del juego propuesto no fueron respetadas a carta cabal por los colaboradores que aceptaron el desafío. Eso quizás ha enriquecido el resultado de estas páginas, aunque no evitado numerosas injusticias, por omisión.
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Elvio E. Gandolfo
Novela: Tijeras de plata, de Hugo Burel (2003). Adiós Diomedes, de Leandro Delgado (2005). La súbita proximidad (2001), de Laura Alfonso. La casa de papel (2001), de Carlos María Domínguez. Aquí y ahora (2002), de Pablo Casacuberta.
Cuento: Rosa mística, de Marosa Di Giorgio (2003). Rojo del cielo, de Eduardo Alvariza (1994). Entre humanos y otros animales (2006). de Miguel Ángel Campodónico. Los carros de fuego, de Mario Levrero (2003). Lugares insospechados, de Ricardo Prieto (2007).
Poesía: Levemente ondulado, de Roberto Appratto (2005). La piedra nada sabe, de Tatiana Oroño (2008). Centralasia, de Roberto Echavarren (2005). Manto, de Eduardo Milán (1999). Más lecciones para caminar por Londres, de Julio Inverso (1999).
Ensayos y otros: Diario 1974-1983, de Ángel Rama (2001). Hojas de China, de Gabriel Vieira (2008). Ensayo sobre Baudelaire, de Felipe Polleri (2007). Mondo cane, de Homero Alsina Thevenet (1997). Revista Guacho.
Cine: Cerca de las nubes, de Aldo Garay (2005). Hit, de Claudia Abend y Adriana Loeff (2008). Hijo, de Juan Ignacio Fernández (2004). D. F. Destino Final, de Marcos Gutiérrez (2008). La Matinée, de Sebastián Bednarik (2007).
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Rosario Peyrou
Novela: La casa de enfrente, de Alicia Migdal (1989). El camino a Itaca, de Carlos Liscano (1994). El discurso vacío de Mario Levrero (1996). La puerta de la misericordia, de Tomás de Mattos (2002).Tres muescas en mi carabina, de Carlos María Domínguez (2003). Ojos de caballo, de Henry Trujillo (2004).
Cuento: Los regresos, de Anderssen Banchero (1989). Blues de los domingos, de Mercedes Rein (1990). Las llaves de Francia, de Mario Delgado Aparain (1991). Agua estancada, de Carlos Liscano (1991). Tarde de compras, de Ana Solari (1997). Jaula de costillas, de Valentín Trujillo (2007).
Poesía: Frontera móvil, de Alfredo Fressia (1989). Si tuviera que apostar, de Salvador Puig (1992); Un viejo trovador, de Washington Benavides (2004). Poesía Completa, de Idea Vilariño (2006). Obra poética, de Circe Maia (2007). La frontera será como un tenue campo de manzanilla, de Elder Silva (2007).
Ensayo y otros: Historia de la sensibilidad en el Uruguay, de José P. Barrán, (1990). La riesgosa navegación del escritor exiliado, de Ángel Rama. Nuevo Diccionario de Literatura Uruguaya, de Alberto Oreggioni (2001). Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal y el Brasil: Dos caras de un proyecto latinoamericano, de Pablo Rocca (2006). Crónica de una derrota de José Jorge Martínez (2003).
Cine: Ácratas, de Virginia Martínez (2000). Whisky, de Stoll y Rebella (2004). La Matinée, de Sebastián Bednarik (2007). El baño del Papa, Fernández y Charlone (2007). D.F. Destino Final, de Mateo Gutiérrez (2008). El Círculo, de Aldo Garay y José P. Charlo (2008).
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Mercedes Estramil
Narrativa: El furgón de los locos, de Carlos Liscano. Aquí y ahora, de Pablo Casacuberta. El príncipe del azafrán, de Hugo Fontana. Misales, de Marosa Di Giorgio. Fragilidad, de Andrea Blanqué.
Poesía: Historias de cuerpos, de Alicia Migdal. Homenaje a Jean Genet, de Suleika Ibáñez. Poesía, Idea Vilariño. Hiroshima, de Elías Uriarte. Milibares de la tormenta, de Julio Inverso.
Cine: La espera, de Aldo Garay. Whisky, de Rebella y Stoll. Alma Mater, de Álvaro Buela.
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Álvaro Ojeda
Narrativa: Las historias más tontas del mundo, de Hugo Fontana (2001). El príncipe del azafrán, de Hugo Fontana, (2005).Celebración, de Guillermo Álvarez Castro, (2005). Alivio de luto, Mario Delgado Aparaín, (1999). El escritor y el otro, Carlos Liscano, (2007).
Poesía: Constelación del navío, de Amanda Berenguer, (2002). Obra poética, de Circe Maia, (2007). Los papeles salvajes, de Marosa Di Giorgio, (1991). Eclipse, de Alfredo Fressia, (2003). Orfeo en el salón de la memoria, de Hugo Achugar, (1991).
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Soledad Platero
Narrativa: ¡Bernabé Bernabé!, de Tomás de Mattos. Torquator, de Henry Trujillo. Artigas Blues Band, de Amir Hamed. Esa máquina roja, de Pablo Casacuberta. Ojos de caballo, de Henry Trujillo.
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Felipe Polleri
Narrativa: Adiós Diomedes, de Leandro Delgado (2005). Desmesura de los zoológicos, de Ricardo Prieto. Espuma, de Ramiro Guzmán (1995). Río Escondido, de Sergio Altesor. Pegame que me gusta, de Lalo Barrubia (en vías de publicación)
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Luis Fernando Iglesias
Novelas: Las historias más tontas del mundo, de Hugo Fontana (2001). Celebración, de Guillermo Álvarez Castro (2005). Ojos de caballo, de Henry Trujillo (2003). Los dados de Dios, de Hugo Burel (1997). La casa de papel, de Carlos María Domínguez (2002).
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Carlos Cipriani López
Novelas: Carnaval, de Felipe Polleri (1992). Íntima, de Roberto Appratto (1993). El alma de Gardel, de Mario Levrero (1996). Zanahorias, Mentirillas y Ositos, de Leo Masliah (1991, 1993 y 1997).
Cuentos: Los regresos, de Anderssen Banchero (1989). Agua estancada, de Carlos Liscano (1990). Rete carótida, de Elvio E. Gandolfo (1990). Blues de los domingos, de Mercedes Rein (1990). Quizás el domingo, de Hugo Fontana (2003).
Poesía: Obra poética, de Circe Maia (2007). Claroscuro, de Gladys Castelvecchi (1993). Toda sombra me es grata, de Álvaro Ojeda (2006). Si tuviera que apostar, de Salvador Puig (1992). Tía Cloniche, de Washington Benavides (1990). aquí debería ir el título, de Maca Wojciechowski y Árbol veloz, de Luis Bravo (1998).
Ensayos y otros: Tola Invernizzi. La rebelión de la ternura, de Carlos María Domínguez (2003). Razones locas. El paso de Eduardo Mateo por la música uruguaya, de Guilherme de Alencar Pinto (1994). El espíritu del Carnaval, de Daniel Vidart (1997). Arte & Madera, el libro y la muestra (Torres, Pailós, Matto, Alpuy, Di Cancro, Díaz Valdés, Bruera y otros, 2006). Carta a Torres García, de Hermenegildo Sábat (1996). Fotografías, de Mario Marotta (1993). Ojo X Hojo, de Fermín Hontou (1997).
Eventos culturales: Gira de Jaime Roos por Uruguay (1993-1994). Los 14 años de la Fundación Lolita Rubial y los Premios Morosoli (1995-2008). La reconquista del Teatro Florencio Sánchez en el Cerro (desde 1997) y la gerencia de Elder Silva. La noche en que Fernando Cabrera llenó el viejo Solís, cuando en las calles de Montevideo más de 300 mil personas recibían a la selección uruguaya vicecampeona del Mundial Juvenil de Malasia (1997). La actuación de la murga La Matinée en el Carnaval 2004, y la película homónima de Sebastián Bednarik (2007).
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Álvaro Buela
Ni una lista de preferencias ni un catálogo canónico. Voy a saltearme la selección por categorías y medios artísticos para intentar un abordaje transversal de la cultura uruguaya de los últimos veinte años. El resultado: una demarcación de cinco acontecimientos "fuera de lugar" que han dejado sus secuelas, a pesar de los pesares. Es decir, mojones no reconocidos:
1) El dirigible (dir. Pablo Dotta, 1994): "La primera película uruguaya" fue, en realidad, un coitus interruptus dentro y fuera de la ficción. Como tal, hizo trabajar el deseo (de cine, de superar el trauma, de retomar ideas esbozadas en su laberinto) e inició la etapa más fermental del cine local, hoy rehén de la tecnocracia y el lobby político.
2) "El día en que Artigas se emborrachó" (El Cuarteto de Nos, 1996): Los sucesivos intentos de censura contra la canción -una humorada regocijante y, en el fondo, ingenua- dejaron expuesta la inmadurez de la sociedad uruguaya respecto a su propio imaginario, además del reflejo autoritario con que responden ciertos defensores del Bien Público (en otro nivel, ver el reciente y bochornoso veto presidencial).
3) La muerte de Luis "Bebe" Cerminara (1999): Por más que un premio municipal hoy lleve su nombre, nada podrá reparar el daño. Hasta sus últimas horas de vida Cerminara luchó infructuosamente para salvar la modesta sede de la Casa del Teatro. Empezando por los burócratas de turno, todos miraron para otro lado. Así se despidió a un renovador, a un maestro de actores, a un gestor cultural que no sólo había desafiado a la dictadura en su cara sino que había ayudado a soportarla.
4) Guacho! Historietas tontas (1999): Un grupo de veinteañeros con ganas de pasarla bien dejaron atrás de un plumazo el enfoque solemne de casi toda la historieta uruguaya con una revista que hacía ostentación de la anarquía y el desparpajo, integrando además el diseño, la publicidad, la televisión y un humor local que, por fin, se desmarcaba de los tópicos al uso. Ocho años después, luego de un periplo accidentado pero siempre impecable, los fondos municipales financiaban su lujoso número 7.
5) Movimiento Sexy (2000): Otro grupo de veinteañeros con ganas de pasarla bien desacomodó el untuoso gueto de las artes plásticas (perdón: artes visuales) con una mezcla de concepto híbrido y sentido del humor. Dani Umpi, Martín Sastre, Julia Castagno, Paula Delgado y Federico Aguirre se disolvieron muy pronto pero cada uno por su lado ha influido en varias puntas, de la música a la moda, de la literatura a la performance audiovisual.
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László Erdélyi
El libro La Revolución Imposible (2002) de Alfonso Lessa, porque siempre tuvo bien presente que todo esto vale la pena si rescatamos la humanidad de entre la barbarie, esas señales aunque sean mínimas que nos dicen que la vida de un hombre vale más que cualquier ideología. El libro Ni muerte, ni derrota. Testimonios sobre Zelmar Michelini (1987) de César di Candia, al que siempre vuelvo por la misma razón, por los hombres y mujeres de carne y hueso, sin absolutos que atropellen. El libro reciente de José Rilla, La actualidad del pasado (2008) porque supo ver dentro de las oscuras artes de la política, cosa que muy pocos, desde el gran florentino Nicolás Maquiavelo, supieron hacer. Y por último, un cuento, una pequeña maravilla, un texto que grita con furia que Dios, a veces, también puede ser un cretino. Es "La curva de Dios" (1994) de Eduardo Alvariza.
Murga joven
R. P.
"LA MURGA VIVE/ Nadie la enseña en ningún lugar/ Los botijas se la saben/ Y después quieren cantar", dice Jaime Roos en "Los futuros murguistas", una canción que integra Mediocampo, su disco de 1984. Aludía, ya en las postrimerías de la dictadura, a esa forma de transmisión milagrosa, que simbolizaba algo más que la supervivencia de un género popular arraigado en la memoria de la gente. Lo cierto es que muy poco después los futuros murguistas mostraron que habían aprendido -hasta apareció quien enseñara- y que eran capaces de sacudir y renovar el Carnaval uruguayo, un poco en decadencia (con algunas escasas excepciones) después de los años épicos en que le había tocado desafiar la censura del gobierno de facto.
La historia empieza a mediados de los noventa cuando Julio Brum, músico coordinador de extensión del Taller Uruguayo de Música Popular (TUMP) junto a otros miembros del Taller, elaboraron un proyecto que fue presentado a la Intendencia Municipal de Montevideo. Basándose en los conceptos de educación popular de Paulo Freire y de educación por el arte de Herbert Read se trataba de crear talleres de murga para jóvenes, una elección hecha por tratarse de un género que aúna música, texto, teatro, danza y que implica necesariamente trabajar en equipo. Funcionaban en cooperativas, centros comunales y organizaciones sociales y los docentes iniciales fueron Edú (Pitufo) Lombardo, Pablo (Pinocho) Routin, Guillermo Lamolle, Gabriela Gómez y Benjamín Medina.
Llevó un par de años conseguir que los grupos de jóvenes se independizaran del taller y trabajaran sus propios textos y arreglos musicales, pero una vez iniciado, el crecimiento fue imparable y el movimiento se convirtió en el proyecto cultural joven con mayor participación en el país. En poco tiempo había un público juvenil y entusiasta que ayudó a que el fenómeno se reprodujera. En 1998 participaron del concurso de Murga Joven 8 conjuntos, y en la actualidad rondan los 60, que agrupan a más de 1500 jóvenes, con un público que llena de bote a bote el Sporting o el Teatro de Verano durante cada noche del mes de noviembre. "En algún momento todos descubrimos que si íbamos a ver murgas jóvenes teníamos una alta probabilidad de pasar una noche muy divertida. Más o menos lo contrario de lo que ocurre cuando uno va a un tablado de carnaval", escribió Guillermo Lamolle. A diferencia del Carnaval oficial, donde el clima de competencia llega a grados muy reñidos con la diversión, el movimiento de murga joven privilegia la fiesta, y en su concurso no hay uno sino varios ganadores en el mismo plano de igualdad. Este año fueron seis: Cero Bola, A Falsa Escuadra, La turba, Metele que son pasteles, Cayó la cabra y La fragua.
Al iniciarse esta década algunos grupos se presentaron al Carnaval oficial: La Mojigata, Demimurga, Agarrate Catalina, Los Cachilas y Queso Magro fueron los que dieron el primer paso. En 2005 Agarrate Catalina consiguió ser la primera murga joven en ganar el concurso oficial, hazaña que repitió al año siguiente y en el 2008. De estilos diferentes, algunas que dialogan más con la tradición, otras que eligen una postura más rupturista, pero siempre zafando de los lugares comunes carnavaleros, las murgas jóvenes han asegurado la imprescindible renovación que toda disciplina artística necesita para seguir viviendo. Es cierto que el rígido reglamento (es una de las tantas paradojas uruguayas, tener un Carnaval férreamente reglamentado en abierta contradicción con la esencia transgresora de la fiesta) y un Jurado casi siempre demasiado conservador, no se la han hecho fácil a los "futuros murguistas". Pero a ellos no parece importarles demasiado. Cada vez que se presentan llenan el Velódromo y el Teatro de Verano con un público igualmente joven y con ganas de divertirse.