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La pólvora y el hombre bala

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ROY BEROCAY

VIENTOS chispeantes, guitarras que saltan en tiempo de ska, una melodía pegajosa y la palabra "festejar". La suma de todo esto, como una fórmula alquimista, solía dar como resultado un solo producto: La Vela Puerca. Todo era desparpajo, alegría contagiosa, agite. Músicos que corrían de un lado a otro, un cantante carismático y otro que hacía coros y malabares. Como un ser en su primera y feliz infancia, La Vela era pura energía "deskarada".

Luego crecería y de la mano del productor argentino Gustavo Santaolalla llegaría De bichos y flores, el disco que derribaría en Uruguay las puertas que mantenían al rock local marginado. Ese trabajo, con su enorme éxito "El viejo", marcaría mucho más que un mero avance discográfico. Operaría como mojón en la carrera de la banda y establecería un estilo, una manera "puerca" de hacer música. Aun cuando está claro que ellos no inventaron nada, que lo que hacían ya estaba presente en bandas estadounidenses como Rancid, ese disco y su sucesión de temas pegadizos marcaría no sólo un salto a la popularidad, sino también el establecimiento de un sonido exitoso. Tanto, que sería emulado incluso en discos para niños y programas de televisión.

La fama trajo ventas, quizá dinero (en Uruguay nunca se sabe), una mayor presencia en Argentina y giras por Europa que llevaron a la banda a diversas aventuras musicales y también de convivencia. Así, tres años después del "mega-suceso", llegó A contraluz, un disco más calmado y con ciertos aires melancólicos con el que la banda inició un cambio que ahora parece profundizarse, con la aparición de su último trabajo. El impulso es, antes que nada, un paso que podría considerarse muy valiente o casi suicida. Tras años de duro trabajo una banda logra un sonido, un estilo, y se ubica en un sitial de enorme popularidad, algo que le permitiría avanzar en cualquier dirección. En una situación así podría resultar muy tentador dejarse llevar, repetir la fórmula y apostar a lo seguro para mantener las ventas en alto. Ese camino que sí parece haber elegido otra muy popular banda local (y otras que disco a disco reiteran casi exactamente lo mismo desde hace quince o más años) no tendría nada de malo en términos comerciales. Se trataría de un puñado de tonadas pegadizas, aquí y allá el brillo de los metales, algún estribillo de estadio y listo: uno o más discos de platino y difusión asegurada. Pero La Vela eligió el camino más difícil, el de intentar hacer algo diferente. Por ese lado entonces se justifica calificar el disco como valiente o suicida. Aquellos que siguen al grupo justamente por el agite, por su costado pop más pegadizo, podrían verse defraudados con este nuevo giro.

Aún así, ello quedaría eventualmente olvidado si se tratara de un disco con notables riesgos artísticos, con hallazgos y sorpresas creativas. Pero El impulso, más allá de lo que sugiere su nombre, tiene poco de eso. Suena en cambio como si ese impulso del que habla el título se hubiese perdido o gastado, como si en el momento en que el hombre bala se apresta a salir disparado del cañón, descubriera que la pólvora está mojada. Eso sí, en términos del rock uruguayo, se trata de un buen disco, quizá incluso uno muy bueno en términos comparativos. Pero luce muy por debajo del potencial de la banda. Parece un trabajo hecho por músicos algo cansados de estadios, multitudes y agite.

Hay en El impulso una melancolía extendida como una mancha de humedad en el alma. El disco llega por momentos a brillar, pero su luz es tenue, opaca, como los focos de un auto que avanza en la neblina. Llama la atención que en el disco trabajó como productor Juan Campodónico (ex Peyote Asesino), en parte responsable, junto a su ex socio Carlos Casacuberta, del sonido que cambió a Jorge Drexler. Casacuberta es también el productor que extrajo lo mejor de una excelente banda uruguaya como El Cuarteto de Nos. Con La Vela su intención de generar la pared de sonido que tanto fascinó a leyendas como Phil Spector, parece aplanar matices y restarle a la banda aquellos brillos que le daban identidad. Los vientos quedaron casi escondidos detrás de las guitarras, algo más distorsionadas y crudas que antes. La voz y el tono del cantante Sebastián Teysera suenan muy similar en la mayoría de los temas. La sensación general, entonces, es que la banda busca otro camino, pero que ese camino la aleja de su identidad, esa identidad que justamente es la que atrae a la mayor parte de su público.

CROSBY, STILLS Y TEYSERA. Tal vez sea producto del intenso camino, el ajetreo, quizá el cansancio, pero muchas canciones parecen tener una estructura similar (introducción y versos sobre dos acordes reiterados y luego un estribillo con una bajada de tonos). A eso se le suma el hecho de que gran parte de las letras son algo cerradas y en tercera persona, algo como "él creyó que…", "él sintió…", "él trató de…", casi siempre con un resultado negativo para el desencantado protagonista de la canción. Todo eso y el sonido reiterado y machacante crea una atmósfera que no sólo huele a melancolía, sino a tristeza y, tal vez, agotamiento.

Así como la voz de Drexler endulza sus canciones, la de Teysera "melancoliza" las suyas. Eso en temas de por sí algo tristes provoca un efecto quizá no deseado.

Teysera es uno de los mejores creadores de melodías del Uruguay. Y aquí reitera su capacidad: las melodías son buenas. Pero por el ropaje que las envuelve, los sonidos, las letras, los arreglos, esas melodías nunca terminan de despegar, elevarse y brillar como en anteriores ocasiones. Es también un competente escritor de letras (la comparación del cronista de Rolling Stone con el Indio Solari es un halago tan desmedido como inexacto) pero con el tiempo, en lugar de mantener su estilo simple de crónica de personajes, se volvió más críptico.

La Vela Puerca es ya una banda grande en Argentina. Ese sitial lo ganó en base a buenos trabajos, buenas canciones, tenacidad a prueba de reveses y mucho talento. Todo eso, el talento y las demás características, se mantiene, pero al elegir esta especie de alto en el camino, La Vela corre muchos riesgos.

Hay canciones como la inicial "Frágil", o "Clones" en la que esta vez destaca Sebastián Cebreiro o incluso "Colabore" en la que la banda parece recuperar un poco su espíritu festivo. Está también "La sin razón" que se lanza de lleno en un espíritu punk pesado y rápido en un tema con gancho radial y guitarras a lo Ataque 77. Hay también melodías agradables y estribillos y, en la medida en que el disco se escucha una y otra vez, termina por producir una cierta tibieza de afecto sonoro. Pero se trata de La Vela Puerca y a una banda así sólo se la puede comparar consigo misma, porque el grupo tiene la responsabilidad de mantener un nivel alto. El nivel está intacto. Pero hay un espíritu que parece cansado, solitario.

Quizá no sea casualidad que Teysera declare, a quien quiera oírlo, que escucha a Neil Young, o a Crosby, Stills, Nash and Young, maestros de la melodía y la melancolía. Quizá este "impulso" requiera en realidad detenerse para tomar aire, descansar antes de saltar y no sea, como el nombre del disco sugiere, un gran movimiento hacia adelante.

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