Jean Baudrillard
DECIDIDAMENTE, los joggers son los verdaderos Santos de los Últimos Días y los protagonistas de un Apocalipsis casero. Nada sugiere tanto el fin del mundo como un hombre corriendo a solas a lo largo de una playa, envuelto en la música de su walkman, aislado en el sacrificio solitario de su energía, indiferente incluso a una posible catástrofe puesto que no espera otra destrucción que la que él mismo pueda provocarse, agotando la energía de un cuerpo inútil a sus propios ojos. Los primitivos desesperados se suicidaban nadando mar adentro hasta el límite de sus fuerzas, el jogger lo hace yendo y viniendo a lo largo de la orilla. Con la mirada extraviada, y la saliva manándole de la boca, no lo detengan, les pegaría, o seguiría saltando ante ustedes como un poseso.
La única angustia comparable a ello es la del hombre que come a solas de pie en plena calle. Es algo que se ve en Nueva York. Desechos de un banquete, que ni siquiera se ocultan para engullir las sobras en público. Pero esto sigue siendo una miseria urbana, industrial. Los millares de hombres solitarios que corren cada cual por su cuenta, sin considerar a los demás, llevando en su cabeza el sonido estereofónico que fluye en su mirada, eso es el universo de Blade Runner, el universo después de la catástrofe. No ser siquiera sensible a la luz de California, ni al incendio de las montañas empujadas por el viento caliente hasta diez millas mar adentro y que envuelve con su humo las plataformas petrolíferas off-shore, no ver nada de todo eso y correr obstinadamente por una especie de flagelación linfática hasta el agotamiento sacrificial, es un signo de ultratumba. Igual que el obeso que no para de engordar, que el disco que gira indefinidamente en el mismo surco, que las células de un tumor que proliferan, que todo lo que ha perdido la fórmula para detenerse. Toda esta sociedad, incluida su parte activa y productiva, corre hacia adelante porque ya no sabe detenerse.
Todos los equipos deportivos, jogging suits, shorts vaporosos e informes algodones, easy clothes, son en el fondo trapos nocturnos, y toda la gente que corre y pasea relajada no ha salido, en realidad, del universo de la noche. A fuerza de llevar ropas flotantes, sus cuerpos flotan en sus ropas, y ellos mismos en su propio cuerpo.
Es una cultura anoréxica: la del desgano, la expulsión, la antropoemia, el rechazo. Característica obvia de una fase obesa, saturada, pletórica.
El anoréxico prefigura todo ello de un modo más bien poético, conjurándolo. Rechaza la carencia. Dice: no carezco de nada, por lo tanto no como. El obeso hace lo opuesto: rechaza lo lleno, la repleción. Dice: carezco de todo, por lo tanto como cualquier cosa. El anoréxico conjura la carencia mediante el vacío, el obeso la llena mediante el exceso. Ambas son soluciones finales homeopáticas, soluciones de exterminio.
Otra solución es la del jogger, que de algún modo se vomita a sí mismo, vomita su energía en la carrera en lugar de gastarla. Necesita alcanzar el éxtasis de la fatiga, la segunda fase de aniquilamiento orgánico, el éxtasis del cuerpo vacío, del mismo modo que el obeso aspira a la segunda fase de aniquilamiento dimensional: el éxtasis del cuerpo repleto.