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Rosas y besos en las pérgolas del Prado

100 años del Rosedal. La Quinta del Buen Retiro de José Buschental se convirtió en el Parque Prado. El capataz trabaja entre vándalos, adictos, macumberos, turistas amables y parejas de enamorados

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Antonio Mores, el primer capataz del Rosedal, provenía de Trieste. Las rosas vinieron de Francia, Rumania, Inglaterra o China. El jardín fue inaugurado el 16 de noviembre de 1912, con una batalla de flores nocturna que no dejó un pétalo en su sitio.

Desde la era colonial la zona del Miguelete fue destinada a chacras. Desde la segunda mitad del siglo XIX se crearon casas quintas de familias acomodadas que las utilizaban como lugar de veraneo. Entre ellas destacó la "Quinta del Buen Retiro", propiedad de 60 hectáreas de José Buschental (1802-1870), un empresario nacido en Estrasburgo, Francia, que emigró a Uruguay en 1849 e hizo gran fortuna. En esa quinta el paisajista francés M. Lasseaux delineó un parque y plantó una gran variedad de flora exótica.

Otros de los vecinos de la zona en la segunda mitad del siglo XIX fue el rico comerciante criollo Agustín de Castro. Su hijo Carlos (1835-1911), destacado político, desarrolló una rica finca que incluyó una represa en el Miguelete. Para erigirla se utilizaron los cimientos de un viejo molino de agua construido por los jesuitas. El actual camino Carlos de Castro entonces se llamaba Camino del Puentecillo, por un pequeño puente que existía cerca de la actual avenida Agraciada. Otra quinta en el área perteneció al inglés Richard Bannister Hughes (1810-1875), uno de los fundadores del frigorífico Liebig (1863), génesis del Frigorífico Anglo de Fray Bentos.

EL PRADO ORIENTAL. La "Quinta del Buen Retiro" fue rematada en 1872, después de la muerte de Buschental, y adquirida en parte por Adolfo del Campo, que la llamó Prado Oriental y la abrió como paseo público. En 1889 fue expropiada por el Estado, que la cedió al municipio. Al Prado Oriental se agregaron otros predios, entre ellos las quintas que habían pertenecido a la familia De Castro y a Augusto Morales.

La conversión del Prado en parque público integró el plan de "ensanche y embellecimiento" de Montevideo que el arquitecto francés Édouard André hizo para las autoridades municipales. Ese plan, presentado en 1891, incluyó una serie de espacios públicos formados por plazas y parques unidos por bulevares enjardinados. André incluyó en sus proyectos el Gran Parque Central, actual Parque Batlle y Ordóñez, y el Parque Urbano, hoy Parque Rodó.

En 1912 algunas fracciones de tierra que pertenecieron a las quintas de Carlos de Castro y de la familia Sierra, en total 18 hectáreas forestadas, fueron expropiadas por el municipio y agregadas al Parque Prado, que ya era por lejos el paseo público más logrado de Montevideo.

El ingeniero paisajista francés Charles Racine (1859-1935) trabajó para dar unidad a predios que ya contaban con senderos, estanques, árboles, frutales y flores. En la década de 1910 el parque público del Prado, con sus 106 hectáreas, tomó su fisonomía básica actual.

Racine fue uno de los franceses que -como Charles Thays o Édouard André- contribuyeron a que Montevideo, que entonces rondaba los 250.000 habitantes, abandonara su aire pueblerino y adquiriera empaque de ciudad, aunque siempre detrás de Buenos Aires. Racine había realizado en 1890 el parque de Federico Vidiella en Toledo. Años después retornó a Uruguay y colaboró con el arboretum que Antonio Lussich hizo en Punta Ballena. En agosto de 1902 fue nombrado jefe del nuevo Jardín Botánico de Montevideo: lo diseñó y luego trazó el Rosedal o Rosarium (en latín: Rosario). También delineó el parque de la Piedra Alta en Florida y los jardines del Parque Capurro, y completó el Parque Urbano y el Gran Parque Central esbozados por su compatriota Édouard André. Condujo la conversión de 350 hectáreas de arenales y bañados en lo que hoy es el Parque Franklin D. Roosevelt, con dos millones de árboles. También fue director de Paseos y Jardines de la Intendencia y bosquejó plazas y los enjardinados de bulevar Artigas.

Racine, entonces director del Jardín Botánico, situado también en el Prado, concibió el Rosarium como un jardín francés, en tanto Eugenio Baroffio se encargó de la faz arquitectónica. Cualquier ciudad que se preciara, de Madrid a París, tenía el suyo. Un ejemplo clásico era la Rosaleda de Bagatelle, en el Bois de Boulogne, París, que comenzó a gestarse en la Edad Media. Hoy tiene 241.000 metros cuadrados (24,1 hectáreas), por lo que es casi 40 veces más grande que la Rosaleda montevideana. En noviembre de 1914 la ciudad de Buenos Aires inauguró su Parque del Rosedal, en Palermo, que se extiende por 3,4 hectáreas.

El arquitecto Eugenio Baroffio, quien vivió entre 1877 y 1956, fue otro personaje saliente. Docente universitario y escritor, desde 1913 colaboró en la finalización de las obras del Palacio Legislativo. En 1916 modificó los planos del Hotel Carrasco. Entre 1926 y 1945 fue jefe del Departamento de Obras de la Intendencia de Montevideo.

"FAMILIAS PRINCIPALES". En 1910 se importaron unos 12.000 rosales para el nuevo proyecto: la gran mayoría de Francia, Rumania, Inglaterra y China. El Rosarium se hizo en el centro del Prado, al sur del arroyo Miguelete. La avenida Buschental lo separa del Parque Alfredo Víctor Viera, que desde 1935 es el estadio de Wanderers, y de la Rural del Prado, cuyos pabellones se inauguraron en 1913.

El Rosedal o Rosaleda tiene 80 metros de lado (total: 6.400 metros cuadrados) y algunos canteros exteriores. Su perímetro está formado por un corredor de 312 metros de extensión total que forma un cuadrado. Los laterales y el techo de ese corredor o pérgolas, de cuatro metros de ancho, se forman con estructuras de hierro y madera que sostienen una gran variedad de rosales. El largo corredor o pérgola tiene ocho cúpulas al estilo art nouveau formadas por planchuelas de metal, que sostienen antiguos rosales Banksia traídos de China. El centro del Rosedal es una fuente de bronce rodeada de 20 columnas clásicas, de la que parten ocho senderos cada 45 grados que bordean extensos canteros floridos.

El Rosarium del Prado se inauguró el sábado 16 de noviembre de 1912 en el marco de una exposición de floricultura centrada en el nuevo Hotel del Prado, que había abierto el 15 de septiembre. La exposición incluyó automóviles y carruajes decorados, una recorrida del Rosarium por damas de las "principales familias", según un cronista, y una "batalla de flores" nocturna que no dejó un pétalo en su sitio.

Sombra y luz en el jardín de los Mores

En 1912, cuando se inauguró el Rosarium del Prado, su capataz era Antonio Mores. Antonio emigró de Trieste, entonces una posesión del imperio austrohúngaro, y a partir de 1889 trabajó en la Dirección de Parques y Jardines de la Junta Económico Administrativa de Montevideo. Décadas después un hijo suyo, Óscar, ocupó el mismo puesto.

Como la tradición y el amor tienen mucho que ver con las rosas, en 1973 el puesto de capataz del Rosedal del Prado fue ocupado por Antonio Mores, un técnico en jardinería que hoy tiene 60 años y es hijo de Óscar y nieto de Antonio, el emigrado de Trieste.

Antonio Mores habla de rosas y se apasiona: camina rápido de un sitio a otro, muestra variedades de nombres impronunciables -hay más de 300 en el recinto- y vigila los últimos injertos. Está convencido de que en esta era de "ordinariez" escasea el cariño por lo que se hace y el rigor al hacerlo.

Algunas plagas acosan al Rosedal: los robos de flores por visitantes y dueños de viveros; el vandalismo del tipo que arrancó los dedos a las mujeres de la escultura de mármol de Vittorio Caradossi traída de Italia hace un siglo; los "macumberos" que arrojan cenizas de muertos en los canteros; los adictos que consumen su droga entre los árboles del parque.

Claro que Antonio también disfruta y reivindica a los turistas amables, como los tres gringos que ahora se acercan a él; o a los ancianos que en las tardes recorren morosamente los rosales; o a los adolescentes enamorados que se hacen la rata del liceo Bauzá y se besan bajo las pérgolas interminables.

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