Revuelta popular cerca al régimen sirio

Postura. Bashar Assad evita reformas, acusa una conspiración extranjera y niega la realidad

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Damasco | The New York Times

El régimen de Siria, liderado por Bashar Assad, apenas ofrece migajas de cambio político, evita las reformas de fondo y responde con acciones violentas a la revuelta popular. Afirma que es una conspiración extranjera.

Durante su conferencia de prensa más reciente, el canciller sirio, Walid al-Moallem, interrumpió el flujo de preguntas ondeando un papelito blanco, indicando que tenía una importante noticia.

"¡Acabo de recibir una nota del comité que asesora sobre la nueva constitución!", dijo el corpulento ministro de cabello blanco, anunciando tan solo que esa nueva cláusula prohíbe la "discriminación entre partidos políticos``.

Ese decrépito teatro político dijo mucho sobre la manera en que el gobierno del presidente Bashar Assad ha estado manejando la crisis que envuelve a Siria desde marzo. En vez de responder a las motivaciones y exigencias detrás de la insurrección en contra del gobierno, destacan opositores y analistas políticos, el gobierno se ha ceñido empecinadamente a la narrativa de que está bajo el asedio de una conjura extranjera. Evade las extensas reformas que pudieran distender la ira popular y aligerar su aislamiento internacional.

Sus violentos esfuerzos por combatir la insurrección han orillado a lo que solía ser una oposición pacífica a tomar las armas, notaron analistas aquí.

"A nueve meses de la crisis, el gobierno no tiene nada que ofrecer salvo una solución militar de seguridad", dijo Hassan Abdel Azim, veterano disidente sirio, sentado dentro de su estrecha oficina, decorada solo con una fotografía del difunto líder egipcio del nacionalismo árabe, Gamal Abdel Nasser.

Prominentes funcionarios del gobierno -incluido Assad- y sus partidarios sueltan en retahíla una explicación notablemente uniforme para las insurrecciones, responsabilizando a agentes extranjeros y negando la responsabilidad oficial por la violencia.

TEMOR. "La mayoría de la gente que ha sido muerta son partidarios del gobierno, no al revés``, dijo Assad en una entrevista con la televisora ABC, el miércoles último. Assad negó haber ordenado la represión. "Nosotros no matamos a nuestra gente``, dijo. "Ningún gobierno en el mundo mata a su pueblo, a menos que esté encabezado por una persona loca``.

Prácticamente nadie en el gobierno sirio vincula las insurrecciones ahí con el sentir común que inspira revoluciones a lo largo del mundo árabe, con una población harta del statu quo. Más bien, dicen que Estados Unidos e Israel -aliados con ciertos gobiernos traicioneros de árabes-, están confabulando para destruir a Siria, para silenciar su solitaria voz de independencia árabe y para debilitar a su aliado regional, Irán. A fin de lograr este objetivo, dicen, ellos están armando y financiando a mercenarios del fundamentalismo musulmán que entran a Siria.

Sin embargo, esa opinión al parecer no explica sucesos que se desarrollan en las calles.

Lo que parece el flujo rutinario de la vida en el centro de Damasco podría dejar la impresión de que no hay crisis, o que el enfoque de seguridad es efectivo. Sin embargo, debajo de lo mundano, la intranquilidad envuelve a esta capital a medida que el temor a una guerra civil suplanta las esperanzas de una transición pacífica a la democracia. Residentes de Damasco dicen que los inquietos suburbios están aislados de la ciudad por los retenes del gobierno y que, si bien las fuerzas de seguridad controlan esas zonas de día, por la noche pertenecen a los rebeldes.

No existe terreno en común entre lo que sugiere el gobierno que restablecerá la calma versus lo que exigen los manifestantes.

Sin embargo, todo parece indicar que funcionarios gubernamentales creen que una nueva constitución -incluso si el presidente eligió personalmente al comité que la está creando- es una importante concesión que generará pluralismo y pondrá fin a la intranquilidad.

Los detractores muestran desdén hacia lo que ven como la situación de siempre, notando que Assad nunca ha cumplido repetidas promesas sobre hacer cambios políticos desde que heredó la presidencia de su padre, en el 2000. Un diálogo nacional, prometido desde marzo, se ha estancado, al tiempo que la oposición exige que se detenga la violencia.

SIN DERECHOS. Si bien la presente Constitución que data de 1973 claramente necesita cambios para eliminar toda la retórica socialista y centralizada del partido, los opositores del gobierno notan que garantizó falsamente derechos elementales como la libertad de reunión.

Los ataques armados contra de objetivos gubernamentales van en aumento, lo cual es adjudicado por sirios fuera del gobierno a desertores armados que renuncian al ejército. Además, consideran risible la idea de infiltrados extranjeros.

Partidarios del gobierno advierten sombríamente que pudiera estar cerca una horripilante guerra civil de tipo sectario como la que plagó a Irak.

"Si eres cristiano o alauita, serás asesinado", dijo Cherif Abaza, ex integrante del Parlamento. Los disidentes acusan al gobierno de promover el miedo e instigar la violencia armando a los alauitas, lo cual es negado por las autoridades. Califican esas acusaciones de ridículas.

Los partidarios del movimiento de protesta argumentan que el odio comunal expresado hacia los alauitas, la heterodoxa secta musulmana, tiene su origen en menor medida en su secta, y en mayor medida en su dominio del régimen, empezando con Assad, y particularmente la temida policía secreta. Sin embargo, esa distinción se está desvaneciendo.

Después de que el presidente Hafez Assad tomó el poder en 1970, los alauitas prevalecieron a grado tal como agentes encubiertos que la gente temía nombrar la secta en público. El eufemismo preferido era "los alemanes``. Ahora, en una indicación tanto de alienación como del miedo que disminuye, algunos sirios los llaman "mundas" o infiltrados en árabe. El gobierno describe así a las supuestas pandillas de islamistas armados.

También resulta difícil sondear el apoyo hacia el gobierno. El régimen ha perdido el control sobre grandes tramos del país, pero el temor con respecto a qué vendrá después, al parecer, es un sentir común en Damasco que ha mantenido en orden a la ciudad.

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