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Los tajos y las rayas de una exposición magistral de Maggi

Engaño. Las obras son tan sutiles que la sala de exhibición parece vacía

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JORGE ABBONDANZA

Una muestra de dibujos, objetos y collages de Marco Maggi puede visitarse en la Galería Xippas (Bartolomé Mitre 1395) hasta el 26 de noviembre, con libre acceso, entre martes y sábados.

La sutileza de los recursos empleados por Marco Maggi es tan extrema, que la primera sensación de quien ingresa a la sala donde expone, es que ese espacio está vacío. Lo minúsculo de algunos formatos, la discreción de las técnicas empleadas, el disimulo con que operan las obras monocromáticas y hasta el limitado número de piezas que presenta, transmiten esa estúpida impresión de un recinto despoblado, aunque muy pronto la idea se disuelve a medida que el visitante comienza a descubrir las delicadezas de lenguaje y se deja llevar por el impulso de aproximarse a cada una de ellas, como si quedara progresivamente maravillado. De paso, dicho proceso permite reflexionar sobre una afirmación hecha por el propio artista: "cuando la realidad pierde su sentido y se vuelve ilegible, las artes visuales se hacen invisibles". Parte de ello no solamente guía la intención del expositor, sino que refleja la leve resistencia que oponen las obras exhibidas ante el acercamiento del ojo ajeno. Vale la pena explorarlas por varios motivos.

En primer lugar, el título de la muestra (X-ACTO) ya incluye la broma de referirse a una trincheta de filos múltiples que Maggi define como un bisturí de oficina y que fue la única herramienta usada para casi todos los cortes e incisiones que el artista imprimió a sus trabajos, incluso los más diminutos. En segundo lugar, esa cuchilla exacta le permite dibujar sobre un gran espejo convexo, que denomina risueñamente "miopía global", como si el rayado (con su tejido de líneas) reavivara la poca visión de esos miopes, igual que si el resultado saltara del plano como dilatando la cara de un globo burilado. En tercer lugar, el uso de una mina de grafito le sirve para trazar sobre una plancha de ese mismo material una malla de dibujos con cierto aire oriental, en una densa red lineal que surge de la superficie o se oculta en ella según se desplacen la mirada del observador y la luz que la acompaña.

En cuarto lugar, tres prismas de acrílico igualmente grabados en todas sus caras le dejan jugar con la transparencia del material, como si lo enriqueciera desde la distancia en que esos bloques reposan sobre el piso, dotándolos con sus trazos de un finísimo trasluz. En quinto lugar, varias filas en cascada compuestas por simples sobres de carta, apenas perforados para que se descubra el variable color de sus forros, cuelgan con sus pliegues policromados y son otro ejemplo de la admirable precisión con que Maggi realiza los cortes y dobleces, para demostrar -como él dice- que en esa faena artística "la velocidad es trágica" y el dibujo exige "una contagiosa pérdida de tiempo" para que el artista pueda incurrir en los "escándalos lentos que permiten mirar con un detenimiento creciente". Hasta los textos con que este creador se refiere a su método de ejecución, son un modelo de ajuste y de sagacidad. En sexto lugar, bromea con el apellido del falso coleccionista Ted Turner para que la traducción al español de esa palabra aluda al acto de hacer girar cuatro obras de pocos centímetros de lado, en cuyo soporte de papel también hay tajos que abren algún acceso al colorido del reverso, con citas difíciles de adivinar sobre obras de maestros como Piet Mondrian o Lucio Fontana, pero cuyo extraordinario miniaturismo les agrega el placer de recorrerlas cuidadosamente. En séptimo lugar, una larga línea vertical formada por 48 cajitas microscópicas que contienen notas de brillante cromatismo, y que ascienden por el muro como vértebras de un espinazo, preside el centro de la muestra imponiéndole el eje de una columna medular que de algún modo la organiza.

Al margen de todo ese pormenor, el efecto de la obra de Maggi actúa sobre el espectador con el embrujo que puede provocar la exquisitez y con la delicia de ir detectando todo lo que encierra la insólita escala en que trabaja. De alguna manera, la pequeñez (o hasta la invisibilidad) remiten a esa realidad que al volverse ilegible se desdobla en un arte invisible. Y a eso se añade todavía el margen de libertad con que actúa -que es prudente, furtivo y hasta infalible- para moverse entre los márgenes de opacidad y destello, de revelación o encubrimiento que le permiten sus materiales, sin dejar de reparar en las ventanitas que entreabre para que el ojo del visitante se interne por donde pasó su filo y comparta el goce de la doble faz de algunas obras. Nadie debería dejar de ver esta propuesta magistral, que sigue habilitada hasta fines de noviembre.

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