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Un ex diplomático se interna en el universo de sus experiencias

Edición. Enrique Arocena Olivera publicó "Vielle souche de la Navarre"

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No se trata en sentido estricto de una autobiografía ni tampoco de un diario o de un relato de memorias. Lo que Enrique Arocena Olivera ha hecho en su libro "Vielle souche de la Navarre. Réminiscences d`un monde en fuite" es algo diferente.

Arocena Olivera es graduado en economía y relaciones internacionales, ha publicado numerosos ensayos sobre política internacional, economía e historia social, ejerció el periodismo y ha demostrado en ámbitos universitarios su entusiasmo por la docencia. Pero a todo eso suma un peculiar interés por diversas disciplinas del arte, en particular la literatura, como queda en evidencia en su último libro.

La obra es una suma de reminiscencias sobre la propia vida familiar, sus vínculos sociales y académicos. La vasta cultura humanística del autor se traduce en un relato ameno salpicado sin embargo de múltiples referencias a la obra de otros memorialistas como Thomas Carlyle y André Gide, o a las novelas de grandes escritores del siglo XX, desde Joyce y Proust hasta Kafka o Camus.

REPASO. El autor rememora su pasaje por altas esferas sociales uruguayas y por cargos especialísimos en el exterior, puestos diplomáticos como el que ocupó en los años sesenta en sede de la ONU en Santiago de Chile, o el que asumió en los setenta en calidad de jefe de misión en la embajada uruguaya de Berlín. Para plasmar esos recuerdos Arocena recurre al francés, como si buscara orquestar una suerte de oda al idioma de la diplomacia en sus tiempos de actuación oficial, pero igualmente para transmitir al lector algo de aquella banda sonora que en la primera mitad del siglo XX envolvió la vida de hogares patricios y de gentes con ambiciones por estar muy bien conectadas con las novedades en materia artística y científica.

Además de entregar un auténtico testimonio de ese complejo entramado de la diplomacia y del "nomadismo" que le impuso su actividad, el narrador es incisivo al momento de juzgar las repercusiones de la realidad internacional en Uruguay, y se arriesga a retratar a algunos de los hombres de la época en la que le tocó madurar en la vida pública, tiempos de un dandysmo que hoy desea reivindicar por el arte de la semblanza, trazada con la emoción de la nostalgia, es cierto, aunque muchas veces también con la furia de la ironía y el encanto del humor. Encuentros y desencuentros con grandes personajes de la historia del siglo XX surgen así desde una visión ética no atada a más compromiso que el deseo de acercar perfiles intransferibles de cada sujeto nombrado.

En un libro anterior en español, ¿Quién dijo miedo?, Arocena ya había puesto en práctica una intención narrativa similar. Leído hoy, podría tomarse como un borrador de Vielle souche de la Navarre. Hasta algunos contenidos del libro en francés ya figuraban en aquel primer ejercicio de acercamiento a lo literario. Otras anécdotas en cambio, las de alcance quizás más provinciano o más íntimo, desaparecieron en la muy cuidada edición en francés, donde en cambio se desarrolla mejor la permanencia de Arocena fuera de Uruguay.

En Vielle souche de la Navarre el autor confiesa por ejemplo que sus viajes por el mundo le permitieron en cierta medida satisfacer su gusto por la arqueología. Pero no agrega más, temiendo seguramente que un lector "internacional" se enrede en la madeja de personajes que no han trascendido fuera de fronteras. Para el lector nativo vale saber que Arocena colaboró con su tío Leborgne, quien a la vez mantenía una fuerte amistad con Francisco Matto, uno de los artistas plásticos más "atrevidos" del taller de Torres García, ambos coleccionistas de arte precolombino, e impulsores del Museo de la calle Mateo Vidal, en una cochera de una casaquinta de la zona de La Blanqueada, hoy propiedad de la Intendencia Municipal y convertida en sede de un proyecto docente en materia de gestión cultural.

PERMANENCIAS. En cualquiera de los dos libros queda de todos modos muy bien expresado a través de una prosa clara la comprobación de pérdida, la permanencia sólo en la memoria de costumbres que fueron desapareciendo a ritmo vertiginoso, el rechazo a una cultura que sólo parece divertirse con récords, la pena frente a una moral que deja espacio a toda suerte de oportunismos y predicadores sin escrúpulos.

En el último bloque del libro, a través de diversos apéndices, Arocena ensaya interpretaciones de la historia uruguaya y también de la economía y política internacional, como si quisiera mantener unidos los distintos elementos de su carrera polifacética.

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