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La ETA entre nosotros

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Antonio Mercader

Es probable que el próximo lunes, 24 de agosto, Montevideo soporte otra marcha hacia el hospital Filtro en recuerdo de la trágica algarada ocurrida hace 15 años cuando tres etarras fueron extraditados a España. Invocando la memoria del manifestante muerto en aquella ocasión, desde 1994 se organiza esa demostración en donde suelen asomar expresiones de apoyo a la banda terrorista ETA.

Esta vez la evocación de aquel episodio no puede ser más ingrata.

Por un lado, la ETA viene de celebrar su 50º aniversario con un primer atentado en Burgos que dejó más de sesenta heridos, entre ellos varios niños. En seguida, trasladaron el terror a la isla de Mallorca en donde detonaron varias bombas y asesinaron a dos guardias civiles, lo que extendió su rastro de sangre a más de 800 cadáveres acumulados desde su fundación hasta la fecha. Con esta seguidilla de golpes quedó confirmado que, aunque desesperada y herida de muerte, la banda terrorista puede seguir matando entre estertores.

Por otro lado, hace poco se supo de la condena por asesinato de uno de aquellos tres etarras, el único que la justicia española dejó en libertad después que fuera extraditado de Uruguay. En efecto, a diferencia de sus dos compañeros que en 1994 fueron a prisión por delitos de sangre, Miguel Ibáñez Oteiza había pasado a ser el único "inocente" de aquel trío que tanta solidaridad obtuvo de parte de la izquierda uruguaya. En mayo de este año, finalmente, Ibáñez recibió una condena de más de veinte años de cárcel en España por "homicidio alevoso" cometido en 1988 "con frialdad y total desprecio por la vida humana".

Desde hace 15 años, la imagen de aquellos sucesos fue reelaborada por la izquierda de un modo tal que al gobierno de la época -encabezado por Luis Alberto Lacalle- se lo presentó como el responsable de todo lo ocurrido. Empero, con el tiempo la verdad se abrió paso. Testimonios recogidos por Adolfo Garcé en su libro "Donde hubo fuego" confirmaron que los tupamaros recibieron apoyo directo de la ETA -un ómnibus cargado de cócteles molotov y grampas miguelito- para organizar la resistencia armada a la extradición en la zona del hospital Filtro. Después, en otro libro, el tupamaro Jorge Zabalza explicó que en aquella jornada del 24 de agosto el movimiento guerrillero hizo su último intento por retornar a la lucha armada, una maniobra que fracasó debido a la acción policial.

Lo llamativo fue la capacidad de convocatoria de los tupamaros entonces dirigidos por José Mujica, entre otros, puesto que lograron arrimar a la puerta del Filtro a la plana mayor del Frente Amplio a la que hicieron marcar su adhesión a los etarras. Hay que suponer que ni Tabaré Vázquez ni Astori ni otros capitostes de la coalición allí presentes tenían una cabal noción de la peligrosidad del trío de terroristas, pero sí sabían que su extradición debía ejecutarse para cumplir una sentencia de la justicia uruguaya. Con su presencia no hicieron sino obstaculizar la acción judicial y caldear el ambiente con tristes consecuencias.

Pese al tiempo transcurrido no se oyen voces de arrepentimiento por aquella solidaridad con la ETA. Al contrario, se sigue intentando pasarle la cuenta a las autoridades de la época que, tratando de cumplir un fallo judicial, fueron sorprendidas por un malón muy bien organizado. Hoy, desde el gobierno, quienes entonces respaldaron a los etarras lo menos que podrían hacer es ponerle coto a la marcha del lunes que, como suele ocurrir, terminará siendo un aberrante acto de apoyo a la ETA.

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